La entrevista del Papa Francisco a la revista de los jesuitas de Roma "La Civiltà Cattolica" se parece, cada día más, a la "ouverture" de un concierto a más voces.
Un concierto que aún está sonando, ya sea porque desarrolla motivos apenas indicados por el Papa o porque se enriquece con contrapuntos.
En esa entrevista, por ejemplo, al confirmar su ser y sentirse plenamente jesuita, Jorge Mario Bergoglio había tomado las distancias de la imagen corriente de San Ignacio de Loyola como severo asceta de la Contrarreforma:
"Yo, por mi parte, soy y me siento más cercano a la corriente mística, la de Louis Lallemant y Jean-Joseph Surin. Fabro era un místico".
Para alguien no experto, este comentario es de ardua comprensión. Pues bien, "La Civiltà Cattolica" se ha ocupado de explicar el significado en un artículo en el número del 2 de noviembre, escrito por el jesuita Giandomenico Mucci y titulado: "Papa Francisco y la espiritualidad ignaciana".
Cada artículo de "La Civiltà Cattolica" es publicado, desde siempre, con el control previo de las autoridades vaticanas, un control que Pio XII ejercía en persona y que los Papas sucesivos delegaron en la secretaría de Estado, pero que ahora tiende a volver a las manos de Francisco, al menos en lo que respecta a las cuestiones que más le importan y que le atañen personalmente.
De hecho, es difícil imaginar que "La Civiltà Cattolica" haya descrito con tanta seguridad y riqueza de detalles la espiritualidad ignaciana propia de Papa Bergoglio sin que él lo haya confirmado.
Padre Mucci explica que "es justo distinguir dos corrientes,que se pueden individuar y definir históricamente dentro de la única espiritualidad ignaciana".
La primera la describe así:
"La corriente ascética se funda sobre la meditación discursiva y sobre el ejercicio metódico de cada una de las virtudes. Inculca los grandes principios de la vida espiritual, pero insiste en el esfuerzo de combatir, uno tras otro, los defectos, desarrollando una tras otra las virtudes".
La segunda:
"La corriente mística, en cambio, después de la rigurosa ascesis inicial, insiste sobre la docilidad ante la acción del Espíritu Santo. La lucha contra los vicios y la práctica de las virtudes ocupan un segundo plano".
Continua Padre Mucci:
"Ambas corrientes tienen pleno derecho de ciudadanía en la Compañía de Jesús, y los autores de la una como de la otra son todos discípulos de San Ignacio. En el curso de los siglos, y hasta nuestros días, las directivas oficiales de la Compañía han privilegiado la primera corriente, tal vez porque ha sido juzgada espiritualmente la más segura, no propensa a favorecer esas ilusiones que siempre, o casi, se anidan donde se habla de mística sin discernimiento. Sin embargo, la corriente mística no ha sido nunca proscrita o desaconsejada. Tampoco se habría podido hacer porque, por un lado, sus autores han gozado y siguen gozando de estima universal y, por otro, esta corriente ha producido frutos de santidad. Basta pensar a los santos mártires de Canadá que fueron alumnos de Lallemant. Y de este autor se declara hoy alumno el Papa".
En otro pasaje del artículo, el Padre Mucci explicita ulteriormente el significado de la mística:
"La mística, en su significado teológico más amplio, es la disposición en el espíritu humano de recibir las luces y las mociones del Espíritu Santo, causados por una actividad distinta de la actividad humana ordinaria. Estas luces y mociones actúan los dones del Espíritu Santo, ya infundidos por Dios en el alma. La vita mística, así entendida, es la docilidad habitual al Espíritu de Dios".
Por tanto, esto fue San Ignacio: un místico, más que un asceta.
Y esto es el Papa Francisco. Para entender sus actos, la mística ignaciana es una clave de lectura de la cual no se podrá prescindir.
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Pero más allá de explicaciones como la que acabamos de leer, la entrevista de Francisco a "La Civiltà Cattolica" está dando vida también a intervenciones que añaden preguntas a preguntas.
Es un procedimiento típico de cualquier conversación abierta. Y siendo ésta la modalidad utilizada por el Papa Francisco para anunciar el programa de su pontificado, es natural que también las reacciones no se limiten a la escucha, a la aceptación, a la crítica o al rechazo, sino que intervengan directamente con él, en un dialogo continuo.
Un ejemplo nada banal de cómo puede desarrollarse este dialogo lo tenemos en la intervención propuesta a continuación, publicada en la revista de los jesuitas de Nueva York, "America", tras la entrevista del Papa Francisco a "La Civiltà Cattolica".
El autor, Robert P. Imbelli, es un sacerdote de la archidiócesis de Nueva York, y es profesor de teología en el Boston College. Ha sido uno de los fundadores de la Catholic Common Ground Initiative dedicada al fallecido cardenal Joseph Bernardin. Escribe también en "L'Osservatore Romano".
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UNA CONVERSACIÓN QUE CONTINUA
Preguntas adicionales a Papa Francisco
de Robert P. Imbelli
En los años Cincuenta, cuando empecé a apasionarme de música clásica, no faltaban directores de orquesta legendarios. Pero dos estaban en la cima del panteón: el italiano Arturo Toscanini y el alemán Wilhelm Furtwängler.
De Toscanini se decía que iniciaba una pieza con su "lógica" musical perfectamente fijada en su mente, y la ejecución se convertía en un desarrollo ininterrumpido y coherente de esa lógica. Por el contrario, el estilo de Furtwängler se parecía a una incesante conversación entre los músicos y las partes musicales, construyéndose gradualmente hasta una dramática, y a veces sorprendente, conclusión.
La referencia del Papa Francisco a Furtwängler, en su entrevista a "La Civiltà Cattolica", ha vuelto a encender en mí ese recuerdo de juventud. La opción preferencial de Francisco por la "narración", el "discernimiento" y la "mística" parece más en armonía con el director de orquesta alemán que italiano. Paradójicamente, el estilo de su predecesor alemán, Benedicto XVI, con su énfasis sobre el "logos", parece estar más en sintonía con Toscanini. Ciertamente, ambos directores – como ambos Papas – respetan y sirven los mismos textos canónicos. Las notas son las mismas, pero los acentos y los ritmos pueden variar sensiblemente.
El jesuita Antonio Spadaro se ha reunido con Papa Francisco tres veces y hábilmente ha tejido las palabras del Papa en un todo unitario. Ha escrito dos comentarios sobre esta experiencia que no se incluyen en la estupenda traducción inglesa de la entrevista publicada por "America", pero que se pueden leer en la versión impresa en "La Civiltà Cattolica".
En sus frases introductorias, Spadaro hace esta observación: "Es evidente que el Papa Francisco está más acostumbrado a la conversación que a la lección". Y, al concluir sus reflexiones, Spadaro opina: "En realidad, lo nuestro ha sido más una conversación que una entrevista".
Considero importante citar estas observaciones, porque situar las afirmaciones del Papa en el género de la conversación puede servir como una guía mejor a las interpretaciones que se dan de ella. Ha sido una conversación entre dos creyentes que comparten un compromiso, una visión y un lenguaje común, y que está siendo escuchada también por un mundo ansioso por detectar cualquier indicio de cambio en la enseñanza de la Iglesia, pero que a menudo es sordo ante el lenguaje más profundo de la fe. Por consiguiente, podemos ver la previsible obsesión de los medios de comunicación laicos sobre las cuestiones del aborto y del matrimonio homosexual – esos mismos temas sobre los que ellos, a su vez, acusan a parte de la jerarquía de estar también obsesionada.
Muchos ya han observado que Papa Francisco no discute lo que ya es enseñanza consolidada del magisterio a este respecto. "Ya conocemos la opinión de la Iglesia – afirma - y yo soy hijo de la Iglesia". Sin embargo, es significativo su reposicionamiento de estas enseñanzas morales respecto al corazón de la cuestión, que es la proclamación por parte de la Iglesia de la buena nueva que "¡Jesucristo te ha salvado!". Aunque él no usa este término, parece evidente que lo que Francisco considera la necesidad urgente de nuestro tiempo es la nueva evangelización, una renovada proclamación del amor y de la misericordia de Dios encarnado y hecho accesible en Jesucristo.
Aquí se puede apreciar la fuerte evocación del Papa de la dimensión mística de la vida cristiana. Como Benedicto XVI, Francisco insiste sobre el hecho de que el cristianismo no puede reducirse a un código moral. Es, ante todo, una relación con una persona: la persona de Jesucristo. Análoga es su opinión de que Ignacio de Loyola (que tiene un puesto relevante en esta conversación entre dos jesuitas) no es en primer lugar un asceta, sino un místico. Y que la apreciada práctica ignaciana del discernimiento no es una técnica que debe aplicarse mecánicamente, sino "un instrumento de lucha para conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca".
Aquí podemos situar también la estimulante presentación que el Papa hace del beato Pedro Fabro como modelo. De Fabro sorprende su capacidad de conjugar "la experiencia interior, la expresión dogmática y la reforma estructural" en una inseparable unidad. Como con Fabro, igual con Francisco.
Pero la insistencia del Papa sobre la centralidad de Jesucristo, sobre el discernimiento por el bien del discipulado y sobre Fabro como ejemplo en su capacidad de integrar inseparablemente elementos de la vida de la Iglesia, corre el riesgo de ser ignorada a causa del enfoque limitado a los "temas candentes" por parte de los medios de comunicación. Por consiguiente, aunque esta conversación fraterna fascine y conquiste, cuando es trasladada al horizonte exclusivamente laico de los órganos de prensa, las palabras pueden distorsionarse fácilmente.
Si "America" me confiase dar un seguimiento a la conversación con el Papa Francisco, he aquí algunas de las inquietudes que le plantearía.
Padre Santo, en la conversación Usted parece más crítico con los "restauracionistas" y los "legalistas" que con los "relativistas" (que tanto preocupaban a su ilustre predecesor). Usted hace una breve alusión al "relativismo" sólo para sostener que el Dios de la Biblia, que nosotros encontramos "en el camino", trasciende el relativismo. Pienso que muchos oyentes de la conversación sacarían un gran provecho si Usted aclarara ulteriormente su pensamiento al respecto. ¿Cómo podemos hablar hoy del Dios revelado en Jesucristo como de un "absoluto"?
Usted dirige, además, un poderoso llamamiento a la Compañía que lleva el nombre de Jesús para que se "descentre" de sí misma y se centre siempre en "Cristo y su Iglesia". Pero, ¿cuáles son las implicaciones de proclamar a Cristo como centro? Esto, ¿no nos obliga a ir más allá de la narración para llegar al corazón de la verdad? ¿Más allá de la práctica para llegar a su fundamento contemplativo? Conociendo sus homilías en Santa Marta sobre la Carta a los Colosenses, que proclama a Cristo como "la imagen del Dios invisible… en el cual todas las cosas subsisten", puedo, ciertamente, anticipar su respuesta. Pero una ulterior reflexión sobre este tema enriquecería mucho y ayudaría a continuar la conversación, especialmente entre aquellos que se encuentran en el "atrio de los gentiles".
Relacionado con este último punto, Usted expresa su gran preferencia por la "esperanza" más que por el "optimismo". Pero probablemente por falta de tiempo, Usted no dice nada más para describir esta esperanza, salvo hablar de ella como de una "virtud teologal" y "en definitiva, un regalo de Dios". Pero sé que un mundo a menudo vacío de esperanza, - y también de optimismo -, anhela conocer las dimensiones y la riqueza de esta esperanza y escuchar "una razón (logos) de la esperanza que está en nosotros".
Por último, al final de la conversación, Spadaro ha planteado una pregunta sobre los cambios del hombre en la comprensión de sí mismo en los siglos. Usted ha apoyado el argumento y ha dado ejemplos de diferentes periodos históricos para ilustrar el tema. Al mismo tiempo, como un sagaz director espiritual, Usted reconoce que los hombres y las mujeres están a menudo inclinados a engañarse a sí mismos. Permítame decirle que todos nosotros obtendríamos un beneficio considerable de una ulterior conversación que ilustre esos principios, con el fin de que guíen nuestro discernimiento sobre lo que constituye el auténtico florecimiento humano. Porque, como recuerdo a mis estudiantes, "encontrar a Dios en todas las cosas" es el fruto de las primeras tres semanas de los ejercicios ignacianos, no el punto de partida.
Padre Santo, a pesar de su gran preferencia por Furtwängler, confío que no encuentre fuera de lugar estas inquietudes de un apasionado de Toscanini. Tal como Usted nos ha sugerido a menudo, el Espíritu Santo se descubre mejor en una rica armonía de voces.