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Los obispos admiten su responsabilidad en la descristianizaciĆ³n de EspaƱa
19 - 12 - 2015 - IGLESIA - Europa

"Uno de los grandes pecados de la Iglesia española es el clericalismo. Cuando el cristianismo era el alma de nuestra civilización, Mozart no necesitaba un permiso especial para componer música cristiana ni Velázquez para pintar su espectacular Cristo". Asi razona Carlos Esteban para la Gaceta.es  analizando el Plan Pastoral de los obispos españoles.

En la presentación de su último Plan Pastoral, la Conferencia Episcopal Española ha reconocido que la influencia de la Iglesia sobre la sociedad se ha debilitado considerablemente y ha admitido la responsabilidad de los propios pastores en este fracaso, pero no sin recurrir a la dudosa esperanza -olviden la acepción teológica de la palabra- de que “la regeneración democrática de la que se habla, termine despertando el deseo de una regeneración moral”. Y en esa frase veo resumida la razón por la que nuestros prelados, la jerarquía de la Iglesia, es casi impotente para hacer frente a la descristianización.

Que una Iglesia que ha creado Occidente, ha inspirado sus leyes, sus instituciones, su cultura, su ciencia, sus costumbres, que ha moldeado la manera de ver el mundo de decenas de generaciones, fíe su esperanza en los pasajeros y en buena medida propagandísticos deseos de regeneración de un efímero sistema político es deprimentemente significativo, como lo es que un prelado insinúe que el núcleo de nuestra fe es un código moral.

La negación de las raíces cristianas de nuestra civilización y la rápida pérdida de influencia de los valores cristianos que la han fundado se han tratado abundantemente en estas páginas. No tanto, en cambio, la respuesta de la jerarquía eclesiástica -mejor: su responsabilidad- frente a esta situación.

Hace poco más de una semana leía en la web de Infovaticana que 13tv, la cadena de TDT de la propia conferencia, se financia con el dinero del IRPF, con lo que les llega por esa crucecita que los obispos nos piden que marquemos en nuestra declaración de renta, citando invariablemente la encomiable labor social de la Iglesia. Lástima que no añadan en su publicidad anual para recaudar nuestro dinero que parte del mismo irá a financiar una televisión con pérdidas millonarias que contrastan poderosamente con sus fichajes estrella -que no ejercen precisamente en régimen de generoso voluntariado- y, sobre todo, que da al público la escandalosa sensación de haberse entregado al servicio de un partido político que ni con la imaginación más portentosa podría calificarse de cristiano, el Partido Popular.

Más reciente -de hoy, día 16 de diciembre- es la noticia que leo en 20 Minutos: ‘El belén de la iglesia de San Antón cambia el niño Jesús por el niño sirio ahogado Aylan’. No voy a detenerme a comentar el tristísimo aprovechamiento de una campaña mediática que manipuló hasta el fraude la muerte de un niño kurdo para sus fines políticos, oportunismo del oportunismo, no. Me interesa más como anécdota simbólica: la sustitución de un Niño vivo, que es la esperanza de los cristianos, por un niño muerto.

¿Qué ve la gente corriente cuando mira a la Conferencia Episcopal, cuando lee las noticias que protagoniza el clero católico? Hay vagas y blandas exhortaciones espirituales, citas evangélicas que parecen repetidas por hábito, pero rara vez son el núcleo del mensaje, su titular. La impresión es la de un lobby más interesado en su cuota de poder, una enorme burocracia profesionalizada con mayor interés por mantener un plácido status quo que por dar un verdadero motivo de esperanza a un hombre moderno cada vez más hambriento de sentido o por cumplir su misión profética con valentía.

Pedro Sánchez, candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones, ha vuelto a agitar el espantajo anticlerical tan viejo en su partido y en la izquierda universal para unir a sus tropas, anunciando que denunciará un concordato que no existe y aboliendo los privilegios fiscales de la Iglesia.

No lo hará. En su día, Felipe González y, luego, José Luis Rodríguez Zapatero hicieron ruido en la misma dirección para, al final, dejar las cosas más o menos como estaban. Es lógico: la Iglesia, tal como está, es un caramelito para cualquier gobierno, mucho más uno de izquierdas. Libre y pobre, su capacidad para oponerse y convocar poderosas minorías contra el poder está profusamente documentada, y eso es lo que se conseguiría, liberarla, cortándole el grifo de la influencia política.

Con este tratamiento especial, en cambio, el Gobierno de turno se asegura de que los prelados sean tan comedidos y tibios como es de esperar de quien quiere llevar una vida tranquila, mientras se mantiene un muñeco de pimpampún al que atacar regularmente para distraer la atención del personal. Naturalmente, una Iglesia perseguida no atraería a su liderazgo a pastores arribistas y políticos, sino a santos y mártires, lo cual es terriblemente incómodo siempre para el poder, como saben los tiranos desde Diocleciano a Stalin pasando por Napoleón.

En el centro de esta castración de la jerarquía está la propia Conferencia Episcopal, un malhadado expediente para unificar posturas entre los obispos de un mismo país con nula base evangélica y dudosamente compatible con la catolicidad de la propia Iglesia. Ahora, consensuar un mensaje común entre setenta obispos -cada uno soberano en su diócesis- es imposible, de modo que los textos acaban siendo redactados por un funcionario eclesial y se publican en un lenguaje tan plano -como sucede siempre que hay que contentar a muchos- que más parecen memorándums ministeriales que anuncios de los pastores a los fieles. La potencia del Evangelio, las “palabras de vida eterna”, el estupor, la locura y el escándalo de los que hablaba San Pablo quedan tan diluidos en un blando lenguaje funcionarial que es imposible que remuevan a nadie.

Uno de los grandes pecados de la Iglesia española es el clericalismo. Cuando el cristianismo era el alma de nuestra civilización, Mozart no necesitaba un permiso especial para componer música cristiana ni Velázquez para pintar su espectacular Cristo; la jerarquía animaba a los laicos a emprender iniciativas cristianas en lugar de entorpecerlas con extraños celos profesionales. Porque eso es el clericalismo: profesionalización. Y lo último que debe ser un sacerdote o un obispo es “un profesional”. Pero así es hoy el clero, una profesión celosa de su parcela y recelosa de cualquier intrusismo.

Hace ya más de diez años, el Grupo Intereconomía lanzó una publicación de inspiración católica, ALBA, de la que fui primer director. Siendo una iniciativa totalmente privada, aunque se emprendió en colaboración con el entonces obispo de Segorbe-Castellón, Monseñor Juan Antonio Reig Pla, no pretendimos en ningún momento el apadrinamiento oficial de la CEE, pero sí buscamos orientación y aliento. Me limitaré a decir que nuestra propuesta tuvo una gélida acogida. Ellos ya tenían “sus” medios.

Para los cristianos, estos días son una ocasión para renovar nuestra esperanza. Un Niño nacido en una refugio para animales en el más absoluto anonimato no parece un inicio demasiado prometedor para una gran empresa, sobre todo para quienes estamos acostumbrados a no emprender nada importante sin detallados planes, estudios y medios. Pero las empresas de más éxito tienen los días contados, los regímenes y las ideologías pasan y las conquistas se olvidan, mientras que Cristo ya ha vencido.( Carlos Esteban-La Gaceta.es -INFOVATICANA)