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Daneels: reforma de la Iglesia y «sufrimientos apostólicos» del Papa
13 - 11 - 2015 - DESAFIOS - Pastorales

Entrevista con el cardenal Godfried Daneels sobre la actual estación eclesial: «También los discursos sobre las Iglesias ‘robustas’ que deberían salvar al resto de la catolicidad sirven más que nada para hacer operaciones de política eclesiástica»

La «barca de Pedro» está atravesando las aguas de un tiempo muy particular, impulsada por vientos primaverales pero también sacudida por corrientes heladas y pobladas de un nuevo conformismo. Incluso los beneficiarios de documentos robados tratan de monetizar sus gráficos presentándose como defensores de la «reforma que ha querido Francisco». Uno puede confundirse. Y entonces, podría ser útil recordar algunas coordenadas que ofrece el cardenal Godfried Daneels, arzobispo emérito de Mechelen-Bruselas. Sus palabras carecen de énfasis y, como siempre, no son descontadas.

Jozef de Kesel es el nuevo arzobispo de Malines-Bruselas. Usted lo conoce. ¿Cuál es su perfil humano y pastoral?


Jozef De Kesel es un buen teólogo, que pone a la Iglesia en medio de la sociedad. Tiene una visión de la Iglesia: una Iglesia para el mundo, absolutamente sumergida en la cultura. Es un hombre muy humilde, amable en el trato. Quiere curar y santificar en primer lugar las almas. Siempre piensa primero en las almas, y después en las estructuras. Reflexiona y pondera mucho las cosas antes de tomar una decisión.

 

¿Qué le parecen los criterios que ha seguido Papa Francisco en el nombramiento de los obispos?

El Papa da una prioridad al alma y a la vida espiritual. La pastoral precede todo lo demás. Por ello da su preferencia al perfil pastoral, y no al perfil del profesor. Y manifiesta también la predilección por los pobres. Tengo la impresión de que es muy independiente de la Curia, incluso en los nombramientos. Demuestra cierta autonomía en sus decisiones.

 

Hay algunos que están empezando a decir que la salvación del catolicismo puede provenir solamente de las Iglesias africanas, «sanas» y doctrinalmente robustas, con respecto a las «decadentes» Iglesias occidentales. Empezando por ustedes, los belgas…


Ciertos obispos africanos nos dicen: ustedes son unos paganos. Ustedes han cancelado todo. Pero yo recuerdo que Bélgica estaba llena de vocaciones, se construían enormes seminarios y noviciados, hasta los años sesenta. Las familias cristianas hacían de todo para transmitir a los hijos el sentido de pertenencia a la Iglesia. Pero luego veían que en los hijos, a los 17 o 20 años, la fe se apagaba. Y para ellos era una herida, un sufrimiento grande. ¿Se puede decir que era su culpa, que los padres no eran buenos cristianos? No, las cosas no son así. Volverse cristianos y perseverar en la fe sigue siendo un misterio, y no el efecto de algún mecanismo educativo o sociológico. Y entonces, pienso que los discursos sobre las «Iglesias robustas» que deberían salvar al resto de la catolicidad sirven más que nada para hacer operaciones de política eclesiástica. Sorprende la abstracción de estos discursos.


¿Cuál?


Las Iglesias europeas han sido arrolladas por fenómenos de secularización que han producido un aumento del individualismo. Pero el mismo individualismo, en un futuro más o menos lejano, podrá llegar a África: ese fenómeno por el que uno empieza a pensar en sí mismo como individuo y no solo como parte de un grupo, de una comunidad o de una masa. Es posible que esta crisis que hemos tenido llegue también allí, con todo lo que implica. Tal vez un día también en África se viva una situación semejante a la nuestra. Y entonces, tal vez, nos llamarán para saber qué fue lo que hicimos nosotros. Para que les demos algún consejo.


Y usted, ¿qué consejo daría?


Yo siempre he reconocido que tal vez Dios nos ha conducido hacia una especie de nuevo «estilo bailónico», para enseñarnos a ser más humildes y experimentar que la Iglesia puede vivir y crecer solo por la fuerza y la Gracia de Cristo. Entonces, aconsejara siempre y a todos que se cuiden de cualquier forma de triunfalismo o de pretensión de auto-suficiencia. Quienes creen estar de pie, que se cuiden de no caer.


Con el llamado caso «vatileaks 2» volvió a surgir en el debate público la expresión «reforma de la Iglesia». Los medios de comunicación la presentan como una especie de reestructuración para que sea más «presentable» el ambiente eclesial según criterios mundanos. Pero, ¿cuál es la razón y el objetivo de la reforma de la Iglesia?


La reforma puede partir solamente del deseo de que la luz de Cristo brille con mayor transparencia sobre el rostro de la Iglesia. Por ello hay que intentar hacer lo que sea posible, incluso reformando leyes e instituciones: para que sea más simple la vida cristiana de todos los fieles. Siempre me acuerdo de la simple constatación de Yves Congar: «Las reformas logradas en la Iglesia son las que se hacen en función de las necesidades concretas de las almas».

 

¿Pero la reforma de las estructuras no es secundaria, con respecto al anuncio y a la conversión de los corazones?


La Iglesia es un instrumento en las manos de Cristo. Entonces, en cierto sentido, toda la Iglesia, en cuanto instrumento, es algo secundario. Y puede ser cambiado y reformado para desempeñar mejor su función. Por ello la necesidad de cambiar y de reformar las cosas está relacionada con la naturaleza misma de la Iglesia. «Ecclesia semper reformanda».


¿Cuáles son los criterios y las condiciones para reconocer y sacar adelante una reforma de la Iglesia auténtica desde el punto de vista eclesial, sin que esté contagiada por el funcionalismo?
 

El criterio no puede ser más que la salvación de las almas: favorecer la vida de fe y la salvación de todos debería ser el criterio vinculante para juzgar cualquier cambio, incluso en las maneras de ejercer la autoridad en la Iglesia. La Iglesia es para los hombres, y no los hombres para la Iglesia. Por ello, una condición para una verdadera reforma es la paciencia. La Iglesia no se reforma mediante revoluciones, sino mediante procesos orgánicos. No hay cambios bruscos y violentos, no hay rasgaduras. Papa Francisco también repute que conviene acompañar los procesos en el tiempo, en lugar de pensar resolver los problemas ocupando espacios de poder.


Usted en el pasado indicó que la relación con los órganos centrales de la Iglesia puede convertirse en algo pesado para los obispos locales. ¿Sigue siendo así?


Durante mucho tiempo nos vimos inundados por documentos larguísimos, instrucciones, vademécum. Una lluvia de pronunciamientos que, proviniendo de los dicterios romanos, asumen carácter normativo. Conviene favorecer una simplificación. Tener un momento de calma.


El debate sobre la colegialidad es a menudo interpretado con la categoría mundana de la democracia.

La sinodalidad no es una cuestión de balance de poderes. Tiene un valor teologal. No se trata de disminuir el influjo del Papa o del de los demás obispos, beneficiando uno u otro. Por fortuna, el Sínodo comienza a ser un lugar de confrontación real, en donde fue posible una discusión libre y responsable, en el respeto de las prerrogativas del Papa.

 

A propósito del Papa, algunos subrayan que es un factor de distorsión el «gigantismo papal» que ha marcado las recientes estaciones eclesiales. Y piden corregir la imagen del Papa como un «súper-obispo», cuya diócesis coincide con el mundo entero. ¿Concuerda?


Lo que no se puede cambiar es la voluntad de Cristo en referencia a la Iglesia, es decir el hecho de que el Papa es el Sucesor de Pedro y posee el primado. Después, el ejercicio histórico del primado ha visto mundanidades diferentes. Lo que sucederá en el tercer milenio no se puede programar. Pero según mi opinión siempre es útil insistir en los rasgos esenciales del ministerio petrino.


¿Cuáles de estos rasgos convendría resaltar en la situación actual?

El Papa es, antes que nada, obispo de Roma. Ejerce su primado sin dejar de ser obispo de su diócesis. Y el actual Pontífice ha insistido sobre este punto desde la primera vez que se asomó como Papa frente a la multitud en la Plaza San Pedro. Todos los asuntos de los que tiene que ocuparse hacen que sea difícil que siga la propia diócesis día a día. Pero esta sigue siendo una clave que debe ser vista en diferentes maneras: servir a la Iglesia universal, siendo el obispo de Roma.


Usted en el pasado aplicó al trabajo de los pastores de hoy la fórmula de la «thlipsis», la «presión» a la que son sometidos los Apóstoles, usada ya por San Pablo. ¿Ciertos ataques y ciertas acusaciones que ha sufrido Papa Francisco pertenecen a esta categoría?


La palabra «thlipsis» indica los sufrimientos apostólicos de los que habla San Pablo. Cuando un hombre es verdaderamente evangélico, y no piensa en sí mismo, siempre acaba sufriendo la «thlipsis». No se puede ser un verdadero apóstol de Cristo sin que se dé esta prueba. Y esto vale también para Papa Francisco.


Pero, ¿qué es concretamente la «thlipsis» apostólica?


San Pablo, cuando algo no salía bien en su misión, pensaba que era culpa suya. Frente a algo que no funciona, ante los accidentes y los fracasos, uno puede pensar: es mi culpa, me he equivocado, habrá debido hacer esto, o con otra metodología. Pero luego, en ciertas situaciones, uno se da cuenta de que los propios errores y pecados no bastan para explicar todo. «Oderunt me gratis», dice el salmo. Me odiaron sin motivo. No tenían ninguna razón para odiar a Jesús. De la misma manera, creo que aunque el testimonio de Papa Francisco siguiera siendo límpido, no necesariamente todo tendría que salir bien. Tal vez el odio se desencadenaría aún más. Sin motivo.(Gianni Valente-VATICAN INSIDER)