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David Jou: " Dios... la racionalidad más profunda del cosmos"
31 - 10 - 2015 - CULTURA - Grandes Personajes

El físico y poeta David Jou ha defendido siempre la necesidad de diálogo entre ciencia, literatura y religión. Catedrático en la UAB, es autor de más de 1.300 poemas y, especializado en termodinámica, una de las personalidades más importantes en la física contemporánea. «La ciencia es un tipo de razón, pero no es la única razón», asegura.

“El Logos fue el principio” leemos en San Juan, pero Hawking a partir de la observación concluye una explicación del universo (o del meta-universo) que no necesita al Logos, que se crea a sí mismo a partir de la nada. Es más, llega a postular que la filosofía ha muerto. ¿Es esta dicotomía entre ciencia y fe, a su juicio, una contradicción insalvable?
Admiro mucho a Hawking y su obra científica, pero no comparto su menosprecio y desconfianza hacia la filosofía –que, en mi opinión, desconoce abismalmente. Pero Hawking también necesita un Logos: su Logos son las leyes físicas. Sus hipotéticos universos se producen como fluctuaciones de un vacío cuántico, que es diferente de la nada. El vacío cuántico fluctúa porque así lo impone el Logos de la física cuántica. Sin ese Logos, no tendría por qué fluctuar ni dar lugar a universos. Por mi parte, no hay contradicción necesaria entre ciencia y fe. Si Dios es visto como la fuente profunda de la racionalidad -cósmica, matemática, físico-química, biológica, humana- descubrir más razón en el mundo no significa apartar a Dios del mundo, sino des-cubrir el rastro de su presencia y acción. Por otro lado, la investigación científica tiene elementos de fe: se predice una partícula, y se la busca con denuedo durante cuarenta años, hasta encontrarla, poniendo al servicio de esa búsqueda miles de físicos, invirtiendo grandes sumas de dinero. Ese esfuerzo humano y económico enorme no se haría si no se tuviera fe en la racionalidad de la naturaleza, en la eficacia de la física matemática, en nuestra capacidad de conocer el mundo. Me sigue impresionando la frase “El Logos fue el principio”: en ese Logos multidimensional yo veo también la racionalidad científica, como parte de una lógica más amplia.
(…)


Según Nature, en los países anglosajones un 25% de profesionales de la ciencia afirman creer, de alguna manera, en la existencia de un ser superior. Usted mismo es públicamente creyente y ha hecho de la fe un eje vertebral de su actividad literaria e intelectual. ¿Cómo se aúnan una y otra?
Preguntando, esencialmente. Es decir, preguntándose por la realidad. Lo que sucede es que hay experiencias que surgen de la sensibilidad, y son experiencias complejas. En mi caso, los orígenes de la religiosidad se encuentran por un lado en cuando era pequeño y me llevaban a la iglesia para participar en las ceremonias. Allí ves una cosa de tipo afectivo, de tipo sensorial, emotivo. Pero cuando creces, empiezan a entrar en juego cuestiones de tipo más racional, que te llevan a preguntar hasta qué punto aquello puede ser solamente una emoción sin un correlato real detrás. En aquella época estudiaba la historia de la filosofía, y allí se planteaba la cuestión del primer motor de Aristóteles, de la inteligencia o la razón como el gran motor del mundo. Y si entiendes a Dios no como desafío a la razón, sino como fundamento de la razón y del mundo –tal como lo entendían Aristóteles, Pitágoras o Platón, por ejemplo–, preguntarse por Dios no es preguntarse por un señor con barba, sino por la racionalidad más profunda del cosmos, tal como hizo Einstein.

Entonces, allí estaría el núcleo del debate entre razón y fe…
En parte. Después está la cuestión de la justicia; en este sentido, el cristianismo me parece muy interesante porque no es una religión individualista, sino que es una espiritualidad muy comprometida con la justicia. O que debería estarlo, lo cual lamentablemente no siempre sucede. Porque en la práctica, el cristianismo, y en general todas las religiones, se utilizan a veces para adquirir poder y controlar la sociedad. Frente a esto, el individuo busca defensas. Y una defensa es justamente la razón: si uno quiere imponerme algo, yo le pregunto por qué quiere imponérmelo. Este es uno de los puntos de debate entre razón y fe más interesantes: la razón que busca libertad frente a algo que se le impone por la fe. Pero eso no significa que la fe no sea atractiva. Desde mi punto de vista también hay un diálogo inverso, incluso cuando se hace ciencia. Porque cuando uno hace ciencia, toma unos determinados postulados en los que cree provisionalmente y gracias a esta creencia puede avanzarse y llegarse a un punto desde el cual se hace posible entender aquello en lo que antes solo se había creído. La ciencia no es lineal: puede serlo en los libros, pero no en la manera de hacerla ni en la manera de aprenderla. Pero el problema de la fe es que la creencia es su propio fundamento, y así puedes creer cualquier cosa. Y con qué pasión lo crees, y con qué ceguera, es una cuestión complicada, en la que conviene que haya elementos de precaución. La misma teología, que es una forma de pensar racionalmente sobre la fe, puede estar al servicio del poder para justificar que una determinada institución tenga mucho poder sobre la sociedad, o bien puede interesarse por cuestiones más abstractas: la racionalidad del mundo, la justicia, la solidaridad,…

«Si entiendes a Dios a la manera de Aristóteles, no como un desafío a la razón, sino justamente como fundamento de esta y del mundo, preguntarse por Dios es preguntarse por la racionalidad más profunda del cosmos»

¿Pueden las humanidades y la religión proporcionar a la ciencia una cierta ética?
Sí, en la medida en que plantean cuestiones distintas: la ciencia es un tipo de razón, pero no es la única razón. Y aún hay razones de otros tipos. La ciencia lo sabe perfectamente cuando pide subvenciones: allí entra en juego la razón política, que prioriza un determinado campo científico sobre otros, en función de por ejemplo unas ciertas necesidades sociales, considerando que es más importante desarrollar algún tipo de medicamento que llegar a la luna. El conocimiento se interesa por todo, pero las prioridades y las urgencias dependen de cuestiones más humanas. En muchas ocasiones he dicho que en realidad no haría falta ningún conocimiento más para que los que ya tenemos hicieran posible un mundo mucho mejor. La gran revolución tendría que ser humanística, no científica. Porque es el humanismo el que tendría que influir en las decisiones y prioridades de la política. Y no solo de los políticos, también de la misma gente: porque la gente exige una serie de cosas a los políticos pero no se las exigen a sí mismos. Y nos volvemos muy vulnerables a base de dar rienda suelta a deseos y caprichos que pueden estar bien, pero que muchas veces son innecesarios…

«El conocimiento, y más particularmente el conocimiento científico, se interesa por todo, pero las prioridades y las urgencias en su desarrollo dependen de cuestiones más humanas».
 

Fuentes: Revista El Pensador y Revista Combate (Benito Ferrán y Beatriz Pérez) (PORTALUZ)