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Sínodo: rol del Papa y las dudas sobre el Espíritu Santo
03 - 10 - 2015 - SINODOS - 2014-2015

Comienza el domingo 4 de octubre la segunda reunión con la participación de los obispos de todo el mundo sobre el tema de la familia. La fiebre mediática y las sugerencias que contiene la intervención de hace un año de Francisco. Las insistencias de Wilfredo Marengo y de Massimo Introvigne sobre la doctrina, la pastoral y la tradición

El 18 de octubre de 2014 por la tarde, al concluir los trabajos del Sínodo extraordinario sobre los desafíos pastorales relacionados con la familia, Papa Francisco pronunció un breve pero denso discurso en el que resumió algunas «tentaciones» que notó durante el debate en el aula. Y añadió: «Muchos comentadores, o gente que habla, se han imaginado ver una Iglesia litigando en la que una parte está contra la otra, dudando incluso del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo que a lo largo de la historia siempre ha guiado la barca, mediante sus ministros, incluso cuando el mar estaba en tempesta y cuando los ministros eran infieles y pecadores».

 

La alusión a los comentadores, o a la gente que habla, iba dirigida a ese Sínodo «mediático», que representó el debate en el aula como un verdadero «ring», concentrando todo sobre la cuestión ‘comunión sí o no (y en algunas condiciones) a los divorciados que se han vuelto a casar’. Tal vez, a pocos días del Sínodo ordinario, en el que, durante tres semanas, discutirán y se confrontarán sobre el tema de la familia los obispos de todos los rincones del planeta, podría ser útil recordar también la segunda parte de aquella frase del Papa: el peligro de dudar «incluso del Espíritu Santo», garante de la unidad, que siempre ha guiado la barca, incluso en tiempos tempestuosos.

 

Otro aspecto de ese discurso se concentraba en el llamado a «vivir todo esto con tranquilidad, paz interior», incluso porque el Sínodo «se desarrolla ‘cum Petro et sub Petro’, y la presencia del Papa es garantía para todos». Francisco recordó también que «la labor del Papa es la de garantizar la unidad de la Iglesia; es el de recordar a los pastores que su primer deber es nutrir al rebaño», acoger, es más salir a buscar a las «ovejas perdidas» con «paternidad y misericordia, y sin falsos miedos». El Papa es «el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia».

 

Recordar las palabras de Francisco, que replantean algunos fundamentos de la fe católica sobre el Espíritu Santo y sobre el papel del Obispo de Roma, puede ayudar a interpretar con mayor distancia el debate mediático (muy polarizado) que ha estado calentando motores ante la apertura de las sesiones del trabajo del Sínodo: congresos internacionales, declaraciones, entrevistas, significativos ‘No’ sobre lo que se puede o no se puede hacer, evocaciones del espectro de un cisma, peticiones para declarar como heréticas las posturas del otro, proclamas de autonomía de Roma en el caso de que el resultado no sea el que se esperan algunos.

 

En el discurso final, ante los padres sinodales, Francisco habló hace un año de varias «tentaciones». Una de estas era la «del buonismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa, venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas ni las raíces». Otra de ellas fue definida por el Papa como «la tentación de la rigidez hostil», es decir «querer encerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que todavía debemos aprender y alcanzar».

 

A la luz de estas palabras, sorprenden, pues, las consideraciones que en los últimos días han propuesto dos exponentes del mundo académico, don Gilfredo Marengo, profesor de Antropología teológica en el Pontificio Instituto Juan Pablo II sobre la familia, y el sociólogo Massimo Introvigne, estudioso de las religiones. Ninguno de ellos se puede describir como «progresista».

 

Marengo afirmó que «no convence la actitud de cuantos han visto con sospechas cualquier propuesta que fuera más allá de la simple repetición de los datos magisteriales ya conocidos, enarbolando peligros para la unidad de la Iglesia y de fidelidad a la revelación».

 

«Ante estos temores desproporcionados -escribe el teólogo del Pontificio Instituto Juan Pablo II sobre la familia- convendría recordar dos cosas. Sobre todo no se comprendería la necesidad de una atención tan larga e intensa por el tema de la familia, así como elPapa ha querido, si el resultado esperado fuera simplemente la simple repetición de todo lo que ya se ha dicho. En segundo lugar, es necesaria una recepción del magisterio de la Iglesia contemporáneo sobre el matrimonio y sobre la familia que no se olvide de su peculiar perfil pastoral».

 

«Hay que abandonar -observa Marengo- una actitud que considera el momento doctrinal (expresado por el magisterio) como un ‘corpus’ cerrado en sí mismo, bueno solamente para ser aplicado en la vida de las personas y de las comunidades, y que debe ser usado solo para quejarse sobre el progresivo alejamiento de la vida de la sociedad de los principios cristianos». Los que expresan estos miedos, explica el estudioso, «parecen no darse cuenta de que, después de 50 años, un cómputo equilibrado, siguiendo un cálculo contable de ganancias y pérdidas, debería registrar un saldo final, desgraciadamente, negativo».

 

Por su parte, Massimo Introvigne acaba de publicar un volumen titulado «El fundamentalismo, de los orígenes al EI», en el que dedica algunas páginas a los fundamentalismos cristiano y católico, descritos de esta manera: «El fundamentalismo católico no interpreta de manera esencialista la Biblia, sino la Tradición. No es un fundamentalismo de la Biblia: es un fundamentalismo de la Tradición. Se puede decir que el ‘fundamentalismo’ católico primero inventa un texto y luego lo lega como algo fijo. El ‘fundamentalismo’ católico concibe la Tradición (un elemento fundamental en la manera en la que funciona el catolicismo) de manera diferente de cómo la concibe la mayor parte de los católicos del siglo XXI».

 

Para estos, continúa Introvigne, «la Tradición es una realidad fundada, cierta y originalmente, en el testimonio apostólico, pero viva en la historia de la Iglesia, por lo que, para saber qué es la Tradición en nuestros días, hay que dirigirse a los que hoy guían la Iglesia, es decir al Papa y a los obispos en comunión con él. El ‘fundamentalista’ católico, por el contrario, piensa en la Tradición como si fuera un texto o un manual definitivo, susceptible al máximo de glosas o notas al pie de página. Y luego se plantea como custodio de este texto imaginario, denunciando a quien sea (tal vez incluso a los que guían la Iglesia) que dé la impresión de no serle fiel».


«Si la Tradición es considerada de manera esencialista, se convierte en un código socialmente construido y con el que juzgar los actos del Papa y de los obispos, decidiendo cuáles pueden ser acogidos y cuáles no -observa Introvigne-; la autoridad de la Iglesia se desplaza del Papa a los que se auto-nombran custodios e intérpretes de la Tradición».(VATICAN INSIDER)