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«Consejero en la sombra» niega fundamentos de la moral católica
07 - 08 - 2015 - SINODOS - 2014-2015

El P. Alain Thomasset SJ participó el pasado mes de mayo en el llamado «consejo en la sombra», convocado por el cardenal Marx y otros obispos como preparación para el Sínodo sobre la Familia. En su intervención, que acaba de publicarse, el jesuita negó algunos de los principios fundamentales de la moral católica y defendió abiertamente el uso de anticonceptivos, el nuevo matrimonio tras un divorcio y las parejas homosexuales.

No todo es vino y rosas en esta vida. También es necesario hacer cosas desagradables de vez en cuando. Hay quien trabaja en las alcantarillas entre suciedad y ratas, otros tienen que picar piedra bajo el sol abrasador del mediodía y a mí me ha tocado esta semana la tediosisíma tarea de leer disquisiciones heterodoxas. En efecto, hoy traigo al blog mi análisis de la intervención del P. Alain Thomasset SJ, teólogo francés, en el llamado “consejo en la sombra” convocado hace unos meses en la Universidad Gregoriana por ciertos obispos alemanes, franceses y suizos, para preparar sus estrategias de cara al Sínodo de octubre.

Como es lógico, no he descubierto nada nuevo. Lo que dice el P. Thomasset SJ es lo esperable, teniendo en cuenta dónde pronunció su charla, una reunión semisecreta para planear cómo introducir en la Iglesia el divorcio y cosas similares. Pero no nos adelantemos. Empecemos por el principio, cediendo la palabra al P. Alain:

“Creo que la interpretación de la doctrina de los actos denominados “intrínsecamente malos” es una de las fuentes fundamentales de las dificultades actuales de la pastoral de las familias, porque es la que determina en gran parte la condena de los anticonceptivos artificiales, de las relaciones sexuales de los divorciados vueltos a casar y de las parejas homosexuales, aunque sean estables”.
A mi juicio, el P. Thomasset no podría dejar más claras las cosas. En este párrafo (y en todo su discurso) muestra una forma de razonar que, como he repetido infinidad de veces, es común al card. Kasper y a la mayoría, si no todos, de los que defienden sus tesis. No parten de la Escritura, la Tradición o el Magisterio para llegar a conclusiones sobre el tema del matrimonio, el divorcio, etc. Lo que hacen es partir, como premisa indudable, de que los anticonceptivos son buenos, de que hay que permitir el divorcio y de que las parejas del mismo sexo son fantásticas, y, por lo tanto, cualquier doctrina que se oponga a estas cosas debe ser rechazada. El criterio supremo de la fe ya no es Cristo, sino si una doctrina está o no de acuerdo con el Zeitgeist.

Es decir, estos teólogos no intentan anunciar el Evangelio al mundo, sino anunciar el Mundo a la Iglesia. Sus principios básicos son lo que en un momento dado esté de moda: en los años sesenta era el marxismo, ahora las parejas del mismo sexo y dentro de veinte años será el sacerdocio de los vegetales o cualquier otra cosa. No importa, porque lo definitorio y lo que importa según sus propias palabras es lo políticamente correcto en ese momento. Para ellos, esos dogmas de lo políticamente correcto son el presupuesto, la premisa y el punto de partida y no hace falta justificarlos, sino que ellos sirven para justificar todo lo demás.

Así pues, el P. Thomasset quiere destruir la doctrina de los actos intrínsecamente malos, que es uno de los cimientos de toda la moral católica, ya que acertadamente se da cuenta de que es lo que impide que se impongan los nuevos dogmas seculares que defiende. Esa doctrina dice algo obvio: que hay comportamientos que son objetivamente malos, al margen de las circunstancias. Matar intencionadamente a un inocente siempre es malo. Adulterar siempre es malo. No importan las excusas que uno ponga, hay cosas que no se pueden hacer nunca, en ninguna circunstancia. Pero claro, cuando uno quiere defender algunas de esas cosas que no se pueden hacer, como es el caso del P. Thomasset SJ, tiene que elegir: o la doctrina de la Iglesia o lo políticamente correcto. Y él ha elegido, según nos cuenta, lo políticamente correcto:

“las referencias éticas objetivas que proporciona la Iglesia sólo son un elemento (esencial, pero no el único) en el discernimiento moral que debe tener lugar en la conciencia personal”.
En palabras más llanas, para el P. Thomasset la Iglesia y la Revelación de Dios no tienen el poder de determinar de forma definitiva que hay algunos comportamientos intrínsecamente (o siempre) malos, sino solamente de dar consejos generales, que cada uno aplicará como le parezca mejor, en función de sus propios fines, circunstancias e historia personal. Lo revelado por Dios en Jesucristo es, solamente, un elemento más de lo que hay que cada uno debe considerar, importante, pero uno más. Esto no se parece a nada que podamos encontrar en la Escritura, la Tradición o el Magisterio de dos mil años de cristianismo.

Diez mandamientosEn cambio, si actuaran como debe actuar un teólogo católico, el P. Thomasset y sus colegas descubrirían inmediatamente que la doctrina de los actos intrínsecamente malos es la que enseña la Escritura. Parece mentira que haya que recordar a un teólogo que el fundamento de la moral católica está en los mandamientos de la ley de Dios, que están basados precisamente en la idea de que hay actos que son siempre malos: No cometerás adulterio. No darás falso testimonio. No matarás. No codiciarás los bienes ajenos. O quizá sea mi Biblia la que está mal y haya traducciones alternativas en las que un mandamiento diga algo así como “en general, no suele convenir adulterar, pero tú sabrás, porque tú eres tú y tus circunstancias y ya sabemos que hay vecinas que son muy guapas y hay esposas muy pesadas y, a fin de cuentas, tienes derecho a ser feliz, porque tú lo vales”.

Resulta especialmente irritante, por otra parte, que el P. Thomasset tenga la desvergüenza de decir que plantea su tesis “en el marco de la tradición (sic) católica”, callando que la Tradición católica rechaza frontalmente su postura, de modo que, en el mejor de los casos, habría que considerar esa postura como un tumor maligno que la Iglesia se ha esforzado durante dos milenios en erradicar. En efecto, ya San Pablo enseñó que no es lícito hacer el mal para lograr el bien (cf. Rm 3,8) y lo mismo ha enseñado siempre la Iglesia desde entonces. Podríamos citar a Santo Tomás, San Agustín o infinidad de otros maestros de la Iglesia, pero para no alargar la cosa, veamos uno de los exponentes más recientes de esta enseñanza constante del Magisterio, la encíclica Veritatis Splendor, del Papa San Juan Pablo II:

“56. Para justificar semejantes posturas, algunos han propuesto una especie de doble estatuto de la verdad moral. Además del nivel doctrinal y abstracto, sería necesario reconocer la originalidad de una cierta consideración existencial más concreta. Ésta, teniendo en cuenta las circunstancias y la situación, podría establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley moral como intrínsecamente malo. De este modo se instaura en algunos casos una separación, o incluso una oposición, entre la doctrina del precepto válido en general y la norma de la conciencia individual, que decidiría de hecho, en última instancia, sobre el bien y el mal. Con esta base se pretende establecer la legitimidad de las llamadas soluciones pastorales contrarias a las enseñanzas del Magisterio, y justificar una hermenéutica creativa, según la cual la conciencia moral no estaría obligada en absoluto, en todos los casos, por un precepto negativo particular […].

“67. […] En el caso de los preceptos morales positivos, la prudencia ha de jugar siempre el papel de verificar su incumbencia en una determinada situación, por ejemplo, teniendo en cuenta otros deberes quizás más importantes o urgentes. Pero los preceptos morales negativos, es decir, los que prohíben algunos actos o comportamientos concretos como intrínsecamente malos, no admiten ninguna excepción legítima; no dejan ningún espacio moralmente aceptable para la creatividad de alguna determinación contraria. Una vez reconocida concretamente la especie moral de una acción prohibida por una norma universal, el acto moralmente bueno es sólo aquel que obedece a la ley moral y se abstiene de la acción que dicha ley prohíbe”.
El santo papa polaco dejó clarísimo que la Iglesia enseña que hay actos intrínsecamente malos, que están prohibidos siempre, sin ninguna excepción. Pero claro, el buen jesuita francés prefiere no pensar mucho en ello, porque entre esos actos intrínsecamente malos se encuentran el adulterio, las relaciones homosexuales y el uso de anticonceptivos artificiales, que son precisamente los tres trascendentales del bien según la doctrina Thomassetiana. En realidad, la propuesta del P. Thomasset es tan antigua como el pecado. Lo que está diciendo es que el fin justifica los medios, con la nueva formulación de “privilegiar el deber más importante” pero con el mismo fondo.

Por supuesto, no falta el lenguaje ambiguo que oscurece la cuestión, en lugar de aclararla. Por ejemplo, es frecuente que afirme la doctrina de la Iglesia y luego la niegue inmediatamente en otras palabras, sin preocuparse por la contradicción y consiguiendo así el objetivo deseado: dar la impresión de que acepta la doctrina de la Iglesia cuando, en la práctica, la niega. Por ejemplo, dice que “un desorden objetivo no conlleva necesariamente una culpabilidad subjetiva”, algo que es pura doctrina de Santo Tomás y completamente ortodoxo. Sin embargo, en la frase siguiente, como si de alguna forma se dedujese de lo anterior, indica: “Habría que decir más claramente que la intención y las circunstancias pueden influir en la calificación objetiva del acto”. Esto no es “más claro”, sino exactamente lo contrario de lo anterior: de la diferenciación entre maldad objetiva y culpabilidad subjetiva que hace la Tradición de la Iglesia, el P. Thomasset “deduce” lo contrario, a saber, que en realidad todo es subjetivo, porque la maldad objetiva de los actos depende mágicamente de la intención. Un despropósito. Y tiene la desfachatez de decir “toda la tradición moral católica pide este discernimiento que tiene en cuenta esos diversos elementos para un juicio moral que se deja en última instancia a la conciencia de las personas”, a pesar de que sabe que la realidad es exactamente la contraria.

Como también era de esperar, no falta el rechazo frontal de la Humanae Vitae, apelando (como siempre) a la vergonzosa conducta de aquellos obispos que se manifestaron contra ella en los años sesenta. El P. Thomasset tranquiliza luego a los lectores diciendo que los anticonceptivos que le parecen admisibles son los de tipo no abortivo. Supongo que lo dirá de buena fe (aunque el grado de autoengaño necesario para ello sea de proporciones galácticas). Sin embargo, es evidente que, si seguimos sus teorías y rechazamos la existencia de actos intrínsecamente malos, el aborto, que es uno de esos actos, dejaría de ser necesariamente malo y su calificación moral pasaría a depender de las circunstancias, los conflictos de deberes y la historia de cada uno. Es decir, su postura no se diferencia en nada de la de los grandes abortistas actuales, que afirman hipócritamente que el aborto es una tragedia, pero también que es algo que queda a la libre elección de cada persona, según sus circunstancias, etc. Consecuencia: más de cuarenta millones de niños abortados cada año.

Obama está de acuerdo¿Creen que es una exageración esto que digo del aborto? El mismo P. Thomasset, en una entrevista a La Croix en 2011, presentaba el caso de unos padres que se enteran de que su hijo no nacido va a tener síndrome de Down como un “conflicto de deberes” entre la obligación de respetar la vida humana y la “necesidad de preservar el equilibrio de la pareja y su salud". En ese caso, el magisterio nos “ilumina, pero no puede dar más que referencias", porque “la complejidad de las situaciones hace imposible respetar todos los valores que están en juego", así que cada uno debe tomar su propia decisión. Su postura, en definitiva, es exactamente igual que la de la inmensa mayoría de los abortistas: el derecho a decidir si uno mata o no a su hijo.

También afirma que “una relación homosexual vivida en la estabilidad y la fidelidad puede ser un camino de santidad” y osa citar en “apoyo” de este despropósito la vocación universal a la santidad que proclama el Concilio Vaticano II, como si en el Concilio hubiera la más mínima justificación para la idea blasfema de que el pecado es un “camino de santidad”. Esa “estabilidad” de la que habla, en realidad no es otra cosa que la persistencia en el pecado, que aumenta la gravedad del pecado en lugar de disminuirlo, como entiende cualquier persona con dos dedos de frente.

Asimismo, separa los dos fines del matrimonio, el procreativo y el unitivo, como si fueran cosas separadas e intercambiables (para justificar el uso de anticonceptivos, igual que hacen los adolescentes, siempre que haya “amor”). Igualmente, tiene la desvergüenza de afirmar que hay que “desarrollar” las intuiciones de Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, cuando lo que quiere decir con ello es que hay que negar lo que expresamente enseñó Juan Pablo II en esa exhortación apostólica. A eso hay que añadir que confunde intencionadamente el sensus fidei con el deseo de los pecadores de justificarse, que niega a la Iglesia la capacidad de enseñar verdades morales definitivas (ya que en todo caso estarían sujetas a la “experiencia siempre nueva de los cristianos en un tiempo y una cultura dados”), que convierte a la conciencia en sustituto de la ley moral y que su finalidad principal no es que los hombres se conviertan, sino “desculpabilizarlos”.

En fin, no quiero cansar a los lectores. Como resumen, podemos decir que la propuesta del P. Thomasset no sólo niega varias doctrinas católicas fundamentales sobre la familia, sino que destruye los fundamentos mismos de la moral católica, como único medio de conseguir lo que desea: la aceptación del divorcio, el aborto, los anticonceptivos y las relaciones homosexuales. No es extraño que así sea, porque su argumentación no parte de la Revelación del Hijo de Dios al mundo, sino de la revelación (básicamente sexual) de la omnisciente y siempre sabia Modernidad a una Iglesia oscurantista, que ha engañado a los cristianos durante dos milenios.

Francamente, todo eso lo único que suscita en mí es el aburrimiento, porque no son más que las mismas tonterías que tantos otros han pretendido (sin éxito) introducir en la Iglesia, con apenas una rápida manita de pintura para disimular sus carencias. Lo que me resulta indignante es que pretenda hacer pasar por catolicismo o por un “desarrollo” de la doctrina católica lo que es simplemente una negación frontal de la fe y la moral católicas. Por favor, que no somos tontos. (Polémicas matrimoniales (XXVIII) Bruno (INFOCATOLICA)