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Cottier: en el rigorismo, una brutalidad en contra de Dios
31 - 07 - 2015 - SINODOS - 2014-2015

Entrevista del Teólogo pontificio emérito con «La Civiltà Cattolica»: la fórmula «‘divorciados que se han vuelto a casar’ es demasiado genérica y se aplica a situaciones fundamentalmente diferentes»

«En el rigorismo hay una brutalidad que es contraria a la delicadeza con la que Dios guía a cada persona». Palabra del cardenal Georges Cottier, dominico y teólogo pontificio emérito (fue nombrado por Juan Pablo II y confirmado por Benedicto XVI). En vista del Sínodo ordinario sobre la familia y del Jubileo de la Misericordia, la revista «La Civiltà Cattolica» publica una entrevista de su director, el padre Antonio Spadaro, en su nuevo número dedicado al tema de la misericordia. Hace algunos meses, el mismo Spadaro entrevistó a otro teólogo dominico, el padre Jean Miguel Garrigues.

 

«La misericordia es doctrina. Es el corazón de la doctrina cristiana», afirmó el purpurado suizo. «Solamente una mentalidad restringida puede defender el legalismo e imaginar que la misericordia y la doctrina son dos cosas diferentes. En este sentido, la Iglesia, en nuestros días, ha comprendido que nadie, cualquiera que sea su posición, puede ser dejado solo. Debemos acompañar a las personas, justos y pecadores».

 

Para Cottier, «parece que la gente hoy ya no siente la necesidad del matrimonio, el impulso del compromiso público de por vida. Vivir en pareja parece un hecho privado, siempre abierto al cambio posible». Desde el punto de vista cristiano, el matrimonio es «la elevación de una institución natural a la dignidad del sacramento. No indica que se añada una modalidad sopranatural a una realidad que sigue siendo sustancialmente natural; significa, por el contrario, que la sacramentalidad confiere a esta realidad, que se presenta como causa material, una forma nueva, una esencia y una identidad nuevas. Podríamos preguntarnos -prosigue el teólogo- si algunos representantes de la autoridad eclesial no han actuado bajo la influencia de la primera concepción, como si de lo que hubiera que ocuparse en primer lugar fuera el apoyo que se considera que las estructuras legislativas de la sociedad temporal deben ofrecer a los cristianos en su fidelidad propiamente eclesial». Lo que más le preocupa al teólogo suizo, de cualquier manera, «es el hecho de que no se ha emprendido nada que sea verdaderamente innovador a nivel propiamente eclesial, para poner en marcha una pastoral nueva de preparación al sacramento del matrimonio que responda a la gravedad de la crisis, mientras que la práctica actual se ha vuelto insuficiente y, a menudo, tiene más la apariencia de una formalidad que de una educación a un compromiso que dure toda la vida».

 

En cuanto a la expresión «divorciados que se han vuelto a casar», «de naturaleza canónica», el teólogo dominico cree que es poco afortunada: «Es demasiado genérica y se aplica a situaciones fundamentalmente diferentes. Indica el hecho de que una o más personas, divorciadas de un matrimonio sacramental, indisoluble, han contraído un matrimonio civil. Este segundo matrimonio no anula al primero, ni sustituye al que sigue siendo el único matrimonio y que la Iglesia no tiene el poder de disolver. El juicio pastoral no puede ignorar el origen de cada una de estas dos uniones. Es una cuestión de simple equidad». Cottier describe dos casos muy diferentes que son englobados en el conjunto de los «divorciados que se han vuelto a casar»: el de una persona abandonada por el cónyuge y que se ocupa de los hijos y encuentra una compañía que le presta ayuda y seguridad, con la que contrae un matrimonio civil; y el de una persona casada con hijos adolescentes que «encuentra a una persona más joven y brillante, se deja transportar por la pasión, abandona a la propia familia, se divorcia y contrae un matrimonio civil», y con la cual «se inserta en una vida parroquial»: «Son casos diferentes. En el segundo hay un ‘escándalo’, en el primero, en cambio, se percibe el peso de la soledad, la dificultad de salir adelante, la debilidad, una necesidad, incluso, de una compañía». Y, «en general, para cada situación la justicia exige que se consideren algunos factores importantes»: «El deber hacia el primer cónyuge abandonado y que a menudo permanece fiel a su compromiso sacramental», «los derechos de los hijos que nacieron del primer y legítimo matrimonio» (Es raro que este aspecto haya llamado tan poco la atención del Sínodo de 2014, por lo menos en la medida en la que hablaron los medios de comunicación»).

 

Es necesario, por el contrario, «un juicio de prudencia»: «Claro -afirma Cottier- que la solución de algunos problemas debería provenir del juicio prudencial del obispo. Lo digo no sin dudas, viendo la división de los obispos. Mi juicio se aplica, antes que nada, a ciertas situaciones en las que hay una seria probabilidad de nulidad del primer matrimonio, pero para la cual es difícil ofrecer pruebas canónicas». Más en general, «en fuerza de su misión pastoral, la Iglesia debe mantenerse siempre muy atenta a los cambios históricos y a la evolución de la mentalidad. Claro, no para someterse a ellos, sino para superar los obstáculos que se pueden oponer a acoger sus consejos y sus directrices».

 

Para Cottier, hay que «respetar las coordinadas existenciales de la vida espiritual de las personas. En el rigorismo -afirma el Teólogo pontificio emérito- hay una brutalidad que es contraria a la delicadeza con al que Dios guía a cada persona».

 

Desde este punto de vista, «no hay duda -afirma Cottier- de que el Año de la Misericordia iluminará los trabajos del Sínodo de 2015 y marcará su estilo. Hay personas que se han escandalizado de la Iglesia, mujeres y hombres que, debido a un juicio negativo emitido de forma impersonal y sin alma, se han sentido alejadas, rechazadas de manera grave. Aquí la responsabilidad de los confesores es grande. Siempre y como sea, sea el juicio que se exprese, debe ser presentado y explicado en un lenguaje que dé entender claramente la preocupación materna de la Iglesia. Papa Francisco insiste en la belleza y en la alegría de la vida cristiana que la Iglesia debe presentar. Mediante la voz de sus pastores -concluye Cottier-, la Iglesia siempre debe dar a entender que es guiada por las exigencias de la misericordia divina».(VATICAN INSIDER)