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«Laudato si’», la encíclica anti-gnosis
20 - 06 - 2015 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Ecología

En las páginas del Documento papal, la experiencia cristiana de la Creación propuesta también como antídoto contra las viejas y nuevas doctrinas que desprecian la Creación como un «mal» que debe ser superado (incluso mediante la catástrofe ecológica)

«Omins creatura bona». Todas las criaturas son buenas, escribió san Pablo en su Primera Carta a Timoteo, retomando las palabras del Génesis. La fe bíblica, a diferencia de muchas doctrinas filosóficas y religiosas, siempre ha reconocido y constatado que todas las cosas y todas las criaturas (empezando por el hombre) salieron directamente de las manos de Dios. La encíclica «Laudato si’» de Papa Francisco parte de la misma miarda cristiana sobre la Creación. De este manantial surge la originalidad contundente y persuasiva de sus consideraciones aplicadas a la crisis ecológica que amenaza al mundo. De allí extrae también antídotos preciosos contra las dinámicas auto-destructivas del modelo de desarrollo dominante. Y documenta, al mismo tiempo, la distancia incolmable entre la experiencia cristiana y las corrientes de pensamiento neo-gnóstico que desprecian la materia y la Creación como un «mal» que debe ser superado.

El universo, repite Papa Francisco en su “Summa Ecologica” apenas publicada, «no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado». El amor de Dios no se arrepiente: por ello «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado». Y por ello «La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común». Citando el Catequismo de la Iglesia católica, el Obispo de Roma repite que «toda criatura posee su bondad y su perfección propias» y que «las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios».

En toda la encíclica vibra el reconocimiento sorprendido de la bondad de la Creación. Un rasgo que aleja irrevocablemente al cristianismo de la gnosis y de todos los recorridos metafísicos que tienden a considerar la materia y los límites de la condición criatural como una prisión de la que hay que emanciparse mediante recorridos de auto-iluminación.

Al contrario de aquellas doctrinas, el cristianismo reconoce que el mal y la corrupción no están inscritos en la estructura original de la Creación, por la voluntad malvada de un dios caprichoso, sino que entraron al mundo por un pecado histórico del hombre. Ese mismo que la narración bíblica identifica en el Pecado Original. Papa Francisco incluye en el segundo párrafo de su encíclica la alusión al epcado histórico que hirió incluso a la Creación: «La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado», escribe el Papa, «también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes». Con esta fractura del pecado, «La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas». Y de esta manera también fue desfigurado «el mandato de “dominar” la tierra (cf. Gn 1,28) y de “labrarla y cuidarla” (cf. Gn 2,15)». La relación con la Creación ha sido arruinada también por el ípetu de posesión rapaz. Esa que San Agustín llamaría concupiscencia que disipa.

La salvación que ha traído Cristo reconstruye milagrosamente lo que se había perdido con la fractura del pecado. Y Jesús mismo se acerca a la Creación como a un don sorprendente, del que goza agradecido. El Hijo de Dios, escribe Bergoglio en la «Laudato si’», «no aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho” (Mt 11,19). Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo». Filosofías definidas por el Papa como «dualismos malsanos» que llegaron a infiltrarse en la historia y que han deformado el Evangelio: «Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano».

Siguiendo a Jesús es posible reconciliarse sin esfuerzo y sin dolor con la bondad de la Creación, con su orden en el que el Creador y sus criaturas están unidas en la distinción y en donde todo embona y tiene su sitio.

Así, al seguir a Cristo surge una mirada sobre las cosas que las acaricia y las custodia, y, al mismo tiempo, se demuestra radicalmente ajeno al pensamiento mágico y a los extremismos ecologistas que divinizan la naturaleza. La llamada a la necesaria y saludable defensa de la Creación «no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad».

Papa Francisco denuncia la «obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana», que, por ejemplo, aflora cuando «se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos». La encíclica “ecológica” de Papa Francisco, con toda la Tradición de la Iglesia, reconoce que existe «una distancia infinita» entre el Creador y las criaturas, y que «las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios». La naturaleza no es Dios. Y no lo es tampoco el hombre, y su condición de criatura no es de por sí una condición maligna, una prisión de la que hay que salir mediante caminos de “auto-divinización”. Y su haber sido creado a imagen y semejanza de Dios no puede legitimar la idea errónea de un «domnio absoluto sobre las demás criaturas». El mandato bíblico no es una licencia religiosa concedida a la explotación salvaje de la naturaleza por parte del hombre «padrón y destructor». Al contrario, cualquier «antropocentrismo despótico» que sea ejercido contra la tierra encuentra su límite en el dato bíblico, nunca retractado, de que la Tierra es del Señor, a Él «pertenece la tierra y todo cuanto ella contiene». Además, «nosotros no somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada». Los cristianos, repite Papa Francisco, nunca pueden sostener «una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites». Por el contrario, «La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses».

Reconocer y abrazar los límites que marcan el don gratuito de la Creación y la misma condición humana, sugiere el Papa, es la única manera para «terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites» y con el delirio de omnipotencia tecnocrático y de las tendencias gnósticas con las que se alimenta el modelo de desarrollo que está acabando con la tierra irremediablemente.(VATICAN INSIDER)