El documento consta de 191 páginas de contenido social y pastoral "sin pelos en la lengua". Los lobbies conservadores condenaron a priori la Encíclica. ¡Tenían razón! Tienen de qué temer. En seis capítulos, el Papa despedaza amorosamente "el relativismo" y "las posiciones timoratas" e invita a actuar ya (166). No sólo hace un elenco de problemas, sino también un llamado a la esperanza para buscar la solución.
Con un lenguaje "sincero y abierto" dirigido a toda la humanidad (fieles incluidos), el Pontífice cuestiona a las "conciencias" del poder, aquellas que no han hecho "nada" para salvar el planeta y "queman el tiempo" en congresos internacionales "minimizando" lo que los mercados no aprueban (5).
Asevera que debemos preguntarnos "¿para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?”: “Si no nos planteamos estas preguntas de fondo -escribe el Pontífice – “no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes” (160).
Hay varios ejes temáticos que el Papa presenta con coherencia en todo el texto: “los pobres y la fragilidad del planeta”, “un mundo en el que todo está conectado”, “la crítica al poder de la tecnología”, el llamado a una nueva economía y el progreso, el valor de cada criatura, “la necesidad de debates sinceros y honestos”, “la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” (16).
En el primer capítulo, Francisco aborda la relación entre la contaminación y el cambio climático, el mal uso del agua, la pérdida de la biodiversidad, la desigualdad entre regiones ricas y pobres o la “debilidad de las reacciones” (58) políticas ante lo que llama “la deuda ecológica” (51) con mayores responsabilidades para los países desarrollados.
Ofrece un análisis de los problemas y sin tapujos también de los culpables de “una alegre irresponsabilidad” (59) que atenta constantemente contra la vida.
No es cierto, como algunos detractores de Francisco han insinuado, que sea un documento agnóstico y privado de Dios, con pocas citas bíblicas. Por el contrario, el texto valora los conocimientos científicos disponibles hoy (cap.1) y los relaciona con la enseñanza bíblica (cap.2), analizando los orígenes del mal (cap.3) en el egoísmo, la tecnocracia y el consumo excesivo.
El Papa hace propuestas (cap. 4) para llegar a una “ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (137). Propone (cap. 5) emprender un diálogo sobre el medio ambiente que facilite procesos de decisión transparentes. Y destaca (cap. 6) el poder de la educación para crecer sin dañar el planeta, con una relación espiritual, eclesial, político y teológico.(ALETEIA)