La estatua de Juan Pablo II que se encuentra en el centro de la localidad de Ploërmel no va a desaparecer. Como mínimo está en proyecto su reproducción en miniatura que podría difundirse como pan caliente.
Estos son los hechos: En 2006, es decir, un año después de la muerte del papa Juan Pablo II, Paul Anselin, alcalde de Ploërmel durante más de 30 años (de 1977 a 2008), hizo erigir una estatua del papa polaco en una de las plazas públicas más grandes de esta localidad de Morbihan, en Bretaña.
Esta escultura en bronce, de 8 metros de altura, fue realizada y ofrecida a la villa por el artista ruso Zurab Tserelli, aunque se usaron fondos públicos para su instalación y su inauguración.
Esto es lo que oficialmente ha enervado a los partidarios del laicismo. Para estos defensores de una concepción extrema de la laicidad, que no ocultan su hostilidad a la Iglesia católica tras el respeto a la ley de 1905, el problema no es tanto la figura de Karol Wojtyla, sino en el arco que la rodea y sobre todo la cruz que la corona, “signos ostentosos de la religión”.
El pasado mes de marzo, este grupo, que ya logró que se anulara la subvención acordada por el Consejo general de Morbihan para la construcción de la base de la estatua, atacó el proyecto ante los tribunales.
Rápidamente, el tribunal administrativo se pronunció (a finales del pasado mes de abril) a favor de la supresión de la cruz o, en su defecto, de la expulsión del monumento del espacio público.
El nuevo alcalde, Patrick le Diffon, tiene seis meses, en circunstancias normales, para hacer aplicar la decisión del juez. Pero él podría apelar. El asunto se llevaría entonces ante el tribunal administrativo de Nantes.
Una petición y una manifestación
Mientras tanto, las reacciones a esta decisión no se han hecho esperar. La petición Touche pas à mon pape [No toque a mi papa, n.d.t.] se lanzó en internet casi inmediatamente y se está extendiendo por las redes sociales.
Sus iniciadores han convocado también una manifestación tipo veilleurs [veladores, n.d.t.] ante la estatua este sábado 16 de mayo a las 15 horas.
El exalcalde también reaccionó en el periódico Le Télégramme, declarando que “el tribunal debería examinar las cruces que se encuentran en los monumentos a los caídos erigidos tras la Primera Guerra Mundial”.
Se podría añadir que habría también que revisar la existencia de miles de cruces erigidas al borde de numerosos caminos, cruces y plazas –públicas- de esta región de Francia profundamente arraigada en la fe cristiana.
De hecho es la única región del mundo donde se ha aparecido la abuela de Jesús, lo que les valió por otra parte a los bretones la visita de Juan Pablo II en 1996 a Auray, visita inolvidable para miles de ellos.
El deber del ayuntamiento de asegurar la herencia
Para Paul Anselin, la acción del Libre Pensée “es un combate de nostálgicos de principios del siglo pasado”. El antiguo alcalde no oculta su intención de “crear, como consejero municipal y simple ciudadano, una asociación de católicos, de protestantes, de budistas y de musulmanes, para el mantenimiento de la estatua”.
También va a pedir al ayuntamiento organizar un referéndum local. Paul Anselin añade que tal y como acordó con el escultor Zurab Tserelli, los beneficios de la venta de estatuillas del monumento se destinarán a Jomath, una asociación del municipio de Ploërmel que imparte cursos de informática, especialmente para los trabajadores de la industria agroalimentaria en reconversión.
“No dejaría de recordar al ayuntamiento su deber de asegurar la herencia”, insiste.
15 siglos de intimidad con la catolicidad
Este asunto, más allá de la alta figura del gran papa polaco, cuya estatura ya nadie discute hoy, afecta a la herencia y a las raíces.
Cualquier proyecto que quiera hacer borrón y cuenta nueva del pasado y olvidarlo está condenado al fracaso.
Como ha escrito recientemente Denis Tillinac en Valeurs actuelles, “quince siglos de relaciones íntimas con la catolicidad han perfilado nuestro paisaje interior, dado forma a nuestra espiritualidad, nuestra sentimentalidad, nuestra sociabilidad, nuestra estética, nuestra alegría, nuestra manera de entender el tiempo, incluso nuestro erotismo”.
Y esto vale especialmente para la Bretaña, que ha dado a numerosos santos a la Iglesia, entre ellos Juana Jugan y Luis María Griñón de Montfort, nacido y bautizado a unos 50 kilómetros de Ploërmel, servidores de los pobres, a ejemplo de Cristo.
ALETEIA
