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Magister:Para los "duros de corazón" vale siempre la ley de Moisés
17 - 01 - 2015 - SINODOS - 2014-2015

"Lo sostiene un insigne biblista, con una nueva interpretación de las palabras de Jesús sobre matrimonio y divorcio. Pero la Iglesia católica ha predicado siempre la indisolubilidad sin excepciones. ¿Llegará a admitir las segundas nupcias, como en Oriente? " . Así nos plantea la debatida cuestión el vaticanista Sandro Magister.

 No existen sólo las archiconocidas argumentaciones del cardenal Walter Kasper en favor de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.

Hay quien recorre senderos nuevos y originales, en la obediencia a la consigna del sínodo del pasado octubre, según el cual "hay que seguir profundizando en la cuestión".

Es el caso de un biblista y patrólogo de clara fama, Guido Innocenzo Gargano, monje camaldulense, anteriormente prior del monasterio romano de San Gregorio al Celio, docente en el Pontificio Instituto Bíblico y la Pontificia Universidad Urbaniana.

En un ensayo publicado en el último número de la revista cuatrimestral de teología "Urbaniana University Journal", el padre Gargano muestra cómo las palabras de Jesús sobre el matrimonio están motivadas principalmente por lo que Dios dice por boca del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificio".

Y, consecuentemente, sostiene que Jesús, cuando afirma que "lo que Dios unió no lo separe el hombre", no por esto borra la indulgencia del mismo Dios por la "dureza del corazón" de su pueblo, al que Moisés había concedido el divorcio.

La piedra clave de la argumentación del padre Gargano es la afirmación de Jesús en el sermón de la montaña: "No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar pleno cumplimiento".

A su juicio, el significado de esta afirmación es que las dos leyes – la del "Sabéis que se dijo"y la nueva del "pero yo os digo" – coexisten ambas en la predicación de Jesús y se aclaran recíprocamente.

Es tan cierto esto que Jesús, de nuevo en el sermón de la montaña, no excluye del reino de los cielos sino que hace entrar en él como "pequeño" también a "quien transgredirá uno solo de estos pequeños preceptos" y, por lo tanto, – glosa el padre Gargano – también a quien se beneficiará de la concesión mosaica del repudio por la "dureza de corazón".

El autor del ensayo desarrolla éste y otros puntos con amplitud y esmero, sin explicitar las aplicaciones prácticas que de ello podrían derivar en la vida de la Iglesia católica, en particular sobre la "vexata quaestio" de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.

De hecho, él se limita a un ejercicio de exégesis y teología del Nuevo Testamento sobre los textos de Mateo concernientes al matrimonio, con sólo unas mínimas menciones a los sucesivos desarrollos de la doctrina y de la praxis de la Iglesia en Occidente y en Oriente y un total silencio sobre los cánones dogmáticos del Concilio de Trento y sobre la constitución pastoral del Concilio Vaticano II "Gaudium et spes", que confirman la absoluta indisolubilidad del matrimonio cristiano.

Naturalmente, queda abierta a la discusión también la exégesis que el padre Gargano hace de lo dicho por Jesús: "No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar pleno cumplimiento".

Por ejemplo, de estas palabras, como también de la antítesis "dijeron los antiguos… pero yo os digo" que caracteriza el sermón de la montaña, Joseph Ratzinger da una interpretación decididamente distinta y menos sugestiva en el primer volumen de su "Jesús de Nazaret".

Ratzinger muestra la novedad de la relación entre ley nueva y ley antigua en dos casos ejemplares: el mandamiento sobre el sábado y el otro mandamiento "honra a tu padre y a tu madre", a los cuales Jesús, sin abolirlos, les da un nuevo y más amplio significado.

Y después muestra cómo en la ley antigua interactuaban dos tipos de códigos: el "casuístico", condicionado históricamente y susceptible de desarrollos y correcciones, y el "apodíctico", pronunciado en el nombre mismo de Dios y de valor perenne, cuya "opción fundamental es la garantía ofrecida por Dios mismo en favor de los pobres".

Jesús, escribe Ratzinger, "contrapone a las normas casuísticas, prácticas, desarrolladas en la ley antigua, la pura voluntad divina, como la 'mayor justicia' (Mt 5, 20) que se debe esperar de los hijos de Dios".

Y por lo tanto "no amar sólo al prójimo, sino también al enemigo". Y por lo tanto "no sólo no matar, sino ir al encuentro del hermano con el que se está en discusión para reconciliarse con él". Y por lo tanto "no más divorcios"…

El texto íntegro del ensayo del padre Guido Innocenzo Gargano en la "Urbaniana University Journal" se encuentra en esta otra página de www.chiesa:

> Giustizia e misericordia nelle parole di Gesù sul matrimonio

Mientras el que sigue es un extracto, tomado de la parte central del mismo:

__________

 

"MISERICORDIA QUIERO, QUE NO SACRIFICIO"

de Guido Innocenzo Gargano


¿Qué interpretación dar a la expresión de Jesús en Mt 5, 17: "No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento"?

¿Cómo valorar la referencia a la dureza del corazón en Mt 19, 8ab: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres"?

¿Qué fuerza deberá tener la observación de Jesús en Mt 19, 8c: "Al principio no fue así"?

Para intentar dar un paso ulterior en la reflexión sobre esta serie de interrogantes recuerdo ante todo […] lo que Jesús mismo había declarado en Mt 5, 19: "El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos".

La primera observación que se impone, a este propósito, es que en Mt 5, 19 Jesús no habla de "exclusión" del reino de los cielos, sino sólo de situación de "pequeño" o "grande" en el reino de los cielos.

La observación tiene su importancia porque Jesús, seguidamente, es decir, en Mt 5, 20, declara con una cierta solemnidad: "Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos", excluyendo del reino de los cielos de modo explícito, en este segundo caso, a aquellos que se detienen simplemente en la justicia perseguida por los fariseos y no consiguen ir más allá hasta descubrir la misericordia, actuando en consecuencia.

El hecho de que Mateo distinga el estar en el reino de los cielos del no entrar para nada en él, no puede ser algo sin importancia. En realidad, el evangelista nos hace saber, con esta distinción suya, que hay preceptos pequeños cuya observancia o menos no quita del todo la posibilidad de entrar en el reino y que, en cambio, hay actitudes de fondo que pueden excluir totalmente de entrar en el reino y que, entre estas actitudes, están precisamente las de los fariseos los cuales, como bien sabemos por todo el debate entre ellos y los discípulos de Jesús, tenían la intención de defender, sobre todo o tal vez únicamente, los aspectos vinculados a la justicia relativizando, e incluso excluyendo, los vinculados a la misericordia. […]

Sin embargo, ahora tenemos que preguntarnos de qué preceptos está hablando Jesús y entender si se trata sólo de la observancia de la Torá escrita / oral con el entorno de las barreras de las denominadas "mitzvòt" o si el maestro de Nazaret tiene la intención de incluir también ciertos preceptos entendidos más bien como concesiones, tipo la del permiso de repudiar a la propia esposa, a condición de que se escriba el acta de repudio como prescribe el texto de Dt 24, 1.


Al principio no fue así


La subscripción del acto prescrito por Moisés, considerada suficiente para seguir formando parte del pueblo de Dios, podría ser entendida como una observancia de esos "preceptos pequeños" que no excluyen del reino aunque caracterice como "pequeño" a aquel que entre en él por este camino. Y esto establecería la diferencia respecto a quienes, buscando en la Torá escrita /oral únicamente la justicia sin abrirla a la misericordia, quedarían inevitablemente fuera de él. […]

Obviamente, quedarían inevitablemente fuera también todos aquellos que no tengan la intención de dar espacio alguno, con su rígida aplicación de la justicia, a esa particular indulgencia que Jesús solicita como elección necesaria para entrar en el reino. Algo que sucede sobre todo cuando se actúa sin tener en cuenta las consecuencias obvias que recaen, por ejemplo en una relación de pareja, sobre los hombros de la persona más débil, exponiéndola al adulterio o, peor aún, imponiéndole una unión adúltera (cfr. Mt 5, 32) que excluye del todo la ternura que acompaña necesariamente a la misericordia.

Podríamos así considerar que la enseñanza de Jesús vincula estrechamente la intención del Creador, recordada en las palabras: "al principio no fue así" (Mt 19, 8c), con la correcta interpretación de la indulgencia deseada y decidida por Moisés: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió" (Mt 19, 8a). Y esto no sólo para no quitar nada a la fuerza de la declaración de Jesús en Mt 5, 17: "No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento", sino también para añadir el recuerdo de una enseñanza, constante en la tradición cristiana, que atañe a la unidad entre Dios Creador y Dios Redentor, unidos en el respeto simultáneo de la justicia y de la misericordia, acompañado por el primado, efectivamente, de la misericordia.


El primado de la misericordia


La reflexión que hemos llevado a cabo hasta ahora no puede menos que desarrollarse añadiendo que, en estos casos, se está siempre obligado a no quedarse sólo en el exterior de una consideración jurídica, sino a considerar con la máxima delicadeza posible la implicación de la conciencia personal.

De facto, estamos siempre y a pesar de todo frente a una realidad que cae bajo el principio moral sintetizado por la máxima común: "De internis non iudicat Ecclesia". De ahí la necesidad de entrar en estas cosas de puntillas, con temor y temblor, como si se estuviera frente a algo profundamente sacro e inviolable, teniendo en cuenta un principio que la tradición católica ha recordado siempre a los operadores pastorales:: "Paenitenti credendum est".

La respuesta de Jesús, en realidad, parece autorizar precisamente tales conclusiones. De hecho, a primera vista Jesús parece excluir que, en el caso de divorcio, se pueda hablar de entrada en el reino, con el recuerdo explícito al texto de Gen 2, 24 que se remonta a la Ley inscrita en las estrellas: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19, 6). Sin embargo, cuando a petición de sus interlocutores que le preguntan "¿Por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?" (Mt 19, 7), Jesús busca la motivación de fondo de ese primer principio, se da cuenta de que, efectivamente, esa prescripción mosaica manifestaba una indulgencia que es propia de Dios.

A partir de aquí: por una parte la constatación de que "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres" (Mt 19, 8); por otra, la ausencia de cualquier decisión que invalide dicha prescripción mosaica, coherente con lo que ya ha declarado solemnemente en el sermón de la montaña: "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5, 17). Dos actitudes que excluyen la posibilidad de leer nuestra perícopa desde una perspectiva únicamente jurídica, o peor, taxativa, como nos hemos inclinado a considerarla en la tradición cristiana occidental, y en la católica en particular.

En este caso estaríamos, efectivamente, frente a una interpretación del texto que estaría fuera del contexto global de la vida y de la enseñanza de Jesús, tal como parece por el Nuevo Testamento, y del contexto cultural y religioso en el que actuaba y enseñaba el maestro de Nazaret, como resulta del lenguaje análogo al utilizado por Mateo en el sermón de la montaña, incluida la estereotipada frase: "pero yo os digo" (Mt 19, 9).

No se puede negar, además, que precisamente la indulgencia y, por lo tanto, el primado de la misericordia, caracterizaban la enseñanza de Jesús distinguiéndola de la de todos, o casi todos, los maestros contemporáneos suyos. Es el mismo evangelista Mateo quien nos informa sobre la particular jerarquía de los valores perseguida por Jesús en la respuesta a sus interlocutores que, en otras ocasiones, lo acusaban con palabras precisas y directas: "Tus discípulos están haciendo lo que no es lícito hacer en sábado", a los que respondía con palabras igualmente decididas y directas: "¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban?... Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado"" (Mt 12, 1-8 passim).

Con esta premisa y preguntándonos si, según la enseñanza y las elecciones de vida de Jesús, se puedan dar situaciones en las cuales es posible actuar de modo diferente a lo que prescribe la Ley inscrita en las estrellas, regulándose en cambio según la Ley inscrita en las tablas de Moisés e interpretada (Ley oral) por los Profetas, la respuesta podría ser: "Sí". Con una condición: que se privilegie el dinamismo de la misericordia sobre el estatismo de la Ley.

Efectivamente, la enseñanza constante de la Ley de Moisés y de la Tradición Interpretativa de los Profetas, hecha propia por Jesús de Nazaret, es que a pesar de todo se debe privilegiar el valor de la misericordia también en detrimento de la referencia a una Ley escrita que no permitiera tener en cuenta adecuadamente las necesidades del hombre: necesidades que podrían recordar la elección de los compañeros de David, por ejemplo, que tuvieron hambre y comieron transgrediendo la materialidad de la Ley (cfr. 1 Sam 21, 1-6, Mt 12, 1-8), o la enseñanza de profetas como Oseas que declaraba en nombre de Dios: "Misericordia quiero, que no sacrificio" (Os 6, 6; Mt 12, 7).

El desenganche del hombre del agarre rígido de la denominada "littera" de la Ley es, en realidad, un leitmotiv de toda la enseñanza de Jesús de Nazaret. Lo demuestran, y precisamente en el evangelista Mateo, no sólo el sermón programático de la montaña, sino también, en el texto que acabamos de citar, la declaración solemne del mismo Jesús: "El Hijo del hombre es señor del sábado" (Mt 12, 8).


El paso de la "littera" al "spiritus"


Sabemos que el Sermón de la montaña ha sido leído habitualmente como una especie de endurecimiento de las prescripciones de la Ley, pero yo estoy convencido de que es, en realidad, un generosísimo programa de liberación de las estrecheces de la "littera" de la Ley escrita/oral transmitida por algunos en Israel que permite, de hecho, una ampliación extraordinaria de los horizontes, tanto internos como externos, a los que el hombre piadoso y observante de todos los tiempos está invitado a dirigir su mirada.

No se trata en absoluto, pues, de endurecimiento, sino más bien de una petición de superar los estrechos confines del deber para abrirlos a los amplísimos espacios de la gratuidad del amor, confrontada con la disponibilidad del Padre que se deja dirigir por la generosidad hasta tal punto que no hace ninguna distinción entre quienes nosotros llamaríamos buenos o malos, justos o pecadores.

El perfeccionamiento del corazón y de la mente reclamado por Jesús en su sermón de la montaña no haría otra cosa, por consiguiente, que remontarse, extendiéndola, a esa lógica intrínseca a la fe que había permitido a Moisés tener en cuenta la "dureza del corazón" de los miembros de su pueblo, sometiendo con indulgencia la Ley a su situación concreta y permitiendo, así, que todos permanecieran unidos con el conjunto del pueblo de Dios a pesar de las caídas y del ritmo distinto del propio camino personal. […]

De hecho, en Mt 19, 3-9 debería prevalecer el mismo criterio utilizado en la interpretación del Sermón de la montaña, criterio que no elimina, sino más bien subraya, el dictado de la Ley escrita/oral, considerándolo válido y determinante y, sin embargo, proponiendo una superación que, ciertamente, no todos harían pero que, a pesar de todo, sigue siendo el objetivo deseado por el Legislador y registrado en la Ley inscrita en las estrellas, es decir, en la naturaleza.

Pero con una diferencia más bien significativa, desde el momento en que la llamada a la Ley natural, fundada sobre la autoridad de una expresión de Jesús como el "pero yo os digo", es propuesto como un "más allá" respecto a lo que Moisés tuvo que aceptar para salir al encuentro de la dureza de corazón de sus destinatarios. Diferencia que confirma ulteriormente el debate en curso en el tiempo de Jesús entre quienes se consideraban sobre todo discípulos de Henoc y los que insistían en referirse a Moisés.


Entre "skopòs" y "telos"


Las dos Leyes, la grabada en las estrellas y la de Moisés, podían por consiguiente ser propuestas de modo complementario para que así pudieran, de alguna manera, aclararse recíprocamente. […] Jesús no niega la gravedad de quien está aprisionado en la "dureza de corazón" y, sin embargo, no lo condena explícitamente. Su decisión es otra: aceptar la propia debilidad y, a pesar de todo, no olvidar nunca que el objetivo fijado (skopòs) es una cosa, pero que el objetivo alcanzado (telos) es otra. […]

En otras palabras: el "telos", es decir, la consecución concreta del objetivo pensado por Dios debe, inevitablemente, hacer las cuentas con la lentitud propia de una realidad humana sometida al tiempo y al espacio. Una lentitud que, en el caso específico de los discípulos de Jesús, no puede no tener en cuenta también la fragilidad debida al pecado. […]

Se podría entonces concluir que la "dureza de corazón" (Mt 19, 8a) que se ha revelado a lo largo del trayecto de este pasaje desde el "skopòs" al "telos", que habría obligado a Moisés a reinterpretar el deseo de Dios Creador en modo tal que no se imponga a nadie una lamentable exclusión del pueblo de Dios, podría interferir no poco en la realización o menos del objetivo fijado.

De ahí su decisión de admitir, en el caso específico de una crisis de pareja, el repudio, condicionándolo a la subscripción de un acto formal. ¿Se podría pensar entonces que Jesús, venido "no para abolir la Ley y los Profetas… sino a dar pleno cumplimiento" a ellos (Mt 5, 17), haya podido abolir la concesión de Moisés, precisamente en un punto que cualifica claramente, y de manera determinante, su predicación, es decir, la misericordia? […]

Las indicaciones pastorales, que podrían a primera vista parecer nuevas e incluso revolucionarias, en realidad no serían otra cosa más que la fidelísima confirmación de la enseñanza del Nuevo Testamento, recibida ciertamente con sensibilidades distintas en Oriente y en Occidente, pero que confirma la unidad de la respiración de los dos pulmones de la Iglesia, el uno y el otro preocupados por actuar en todo y por todo según el espíritu del único Evangelio.

Efectivamente, no cambia, en todo esto, el juicio de Jesús sobre la negatividad de una decisión que contrapondría la voluntad del Dios Creador, que ha grabado su Ley en las estrellas, con la voluntad del Dios Redentor, que acepta la indulgencia de Moisés hacia un pueblo de "dura cerviz".

Los Padres de las Iglesias Orientales lo habían entendido muy bien, desde el momento en que habían siempre hecho frente a los perfeccionistas y a los espiritualistas de todo tipo que hacían de todo para separar al Dios Creador del Dios Redentor. La solución, en realidad, no está en desplazar la rigidez de los espiritualistas y de los fundamentalistas de todo tipo, sino en hacer la justa y necesaria distinción entre pecado y pecador, que es una de las herencias más valiosas del Nuevo Testamento.(CHIESA)