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Caída del Muro: una reflexión no tardía sobre la unidad del pueblo
22 - 11 - 2014 - CULTURA - Política

Por su interés, reproducimos la intervención de Marcin Kazmierczak vicerrector de Investigación y Relaciones Internacionales de la Universitat Abat Oliba, en el encuentro ‘1989: una lección olvidada. A los 25 años de la caída del Muro de Berlín’, celebrado el pasado 28 de octubre en la propia universidad.

A mis 8 años era ya plenamente consciente de las mentiras del totalitarismo comunista. En Polonia corría un chiste: que Dios, después de crear Polonia, le hizo una broma, la puso entre Rusia y Alemania… Los mil años de historia de Polonia son un milagro. En 1939, la Alemania nazi y la Rusia comunista firman un tratado con una cláusula secreta para repartirse Polonia. Los nazis invaden ese año media Polonia y Stalin hace lo mismo: para justificar su invasión dijo que iban a proteger a la población bielorrusa y ucraniana que vivía en Polonia. En realidad, querían destruir la clase dirigente eliminando las elites, como la matanza de unos 200 profesores de la Universidad de Cracovia, o la matanza de las fosas de Katyn [N.d.R.: 23.000 oficiales y suboficiales polacos fueron asesinados con una bala, de fabricación soviética en la cabeza, y sepultados en varias fosas, la primera descubierta fue la de Katyn].

Después de la guerra, Polonia había perdido seis millones de personas (el 20 % de la población) e inmensos daños materiales. Polonia, con toda la Europa del Este, fue “vendida” a Rusia en los pactos de Yalta. Así empezó la ocupación soviética en una sociedad que había perdido su clase dirigente: el rol de la Iglesia católica fue muy importante, porque se transformó en la conciencia de la nación, la única realidad que podía defender la identidad polaca. En 1953 se agrava la persecución contra la Iglesia: la resistencia del Card. Wyszyński había tenido que ceder en temas menores por la necesidad de sobrevivir, pero frente a la petición de traicionar a Cristo y a su misión, su respuesta fue clara (“Non possumus”). Así estuvo encarcelado 3 años, hasta 1956, cuando el régimen, asustado por la revuelta del pueblo en Hungría reprimida en la sangre por los tanques rusos, lo liberaron pidiéndole que frenara la hostilidad del pueblo hacia el régimen: él acepta, pero en cambio pide la libertad para la Iglesia en Polonia. Hay momentos en los que el bien de la nación está en manos de un solo hombre, este fue uno de ellos.

20 años más tarde la gran novedad fue “un hombre vestido de blanco”, el primer Papa eslavo de la historia: Karol Wojtyla. Su carisma (“¡No tengáis miedo!”), su fe y su energía, provocan una toma de conciencia del pueblo que es lo que da vida a Solidarnosc, el primer sindicato libre y católico. Lech Walesa, su líder, comenta que hacían y decían las mismas cosas que 10 años antes: pero en lugar de encontrarse con 10 personas que le seguían, se encontró con 10 millones… En 1980 logran la legalización del Sindicato (es record Guinness: es el más numeroso de la historia). Pero los soviéticos no se quieren rendir: después del atentado al Papa (13 Mayo 1981), el cáncer de Wyszyński e incluso las diferencias que se intentaron fomentar desde los servicios secretos entre el Cardenal Primado de Polonia y el Papa, les dan esperanzas. W. ofrece su vida para salvar la del Papa. Yo tenía 8 años cuando, habiéndonos quedado con mis padres a dormir en casa de amigos después de una velada, el 13 de diciembre de 1981 me levanté con un amigo coetáneo para mirar los dibujos animados en la televisión: y salió un teleñeco muy diferente, era el General Jaruzelski, que dictaba su mensaje proclamando la ley marcial (mensaje de 20’ repetido por 3 días seguidos por la televisión de Estado). Nos asomamos a la ventana y vimos una columna de tanques, el régimen empleaba la estrategia del miedo. 20.000 personas fueron encarceladas (como no eran suficientes, las cárceles tuvieron que usar colegios: así que por lo menos estábamos contentos de haber tenido 3 meses de vacaciones, sin cole).

El Papa seguía los acontecimientos con una gran angustia. Aunque faltasen los lideres, las manifestaciones siguieron, mi madre nos acompañaba a los hijos porque, decía, “por 100 años aún os mentirán, pero vosotros debéis conocer la verdad”. Fue una verdadera clase de historia, vimos cosas maravillosas y terribles. Los milicianos del régimen estaban bajo efecto de drogas para que fueran más agresivos, a veces empezaban a pegar gente desarmada sin ningún motivo. Incluso mi madre fue casi “arrestada”, aún sin emplear violencia ninguna, pero en la confusión de los enfrentamientos logró escabullirse con nosotros… Así siguen muchos años de lucha no violenta, sin odio, que se enfrentaba con la violencia del régimen (que reprimió de forma violenta varias huelgas en Cracovia, Varsovia, Danzig, etc.). Pero el pueblo ya no tenía miedo: mi profesor de historia, jugándose el puesto y hasta la cárcel, un día nos hizo abrir el libro donde decía que Stalin había invadido Polonia para proteger a los polacos y nos la hizo arrancar a todos los estudiantes de la clase. No es casual que la caída del imperio soviético empezara en Polonia. No sabemos cuál era la intención verdadera de Jaruzelski, si proteger Polonia de una peor intervención soviética o si estaba convencido de imponer el comunismo. Sabemos que tuvo una conversación de más de una hora con el Papa: ¿qué se dijeron? No lo sabemos, pero en 1989 se llegó a las primeras elecciones “libres” de un país del Este europeo, aunque sólo fuera para el 35% de los escaños de la Cámara baja y el 100% del Senado, tanto pensaban que tenían todo controlado. Yo mismo participé en la campaña electoral (ya tenía 16 años), colgando carteles a favor de Lech Walesa. Y el resultado fue espectacular, y traumático para el régimen: de los 100 escaños del Senado, 99 fueron para Solidarnosc, quienes ganaron también todos los escaños de elección libre de la Cámara baja. La unidad del pueblo había vencido al imperio del mal.