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Paquistán, viaje a las raíces del odio religioso
12 - 11 - 2014 - IGLESIA - Asia

No eran terroristas. No eran talibanes, ni miembros de Al-Qaeda. Las 400 personas que el 4 de noviembre pasado lincharon y quemaron vivos a los cónyuges cristianos Shahzad Masih y Shama Bibi eran personas normalísimas: obreros, trabajadores y campesinos musulmanes de las localidades del distrito de Kasur, en la provincia del Punjab paquistaní. Pero, ¿cómo es posible que gente común y corriente, padres de familia, jóvenes, ciudadanos modelo, se transformen en criminales y lleven a cabo actos de semejante barbarie?

Robert McCulloch, sacerdote australiano y hoy Procurador general de la Congregación de San Colombano, plantea una hipótesis: «El problema es el odio religioso». McCulloch es un «paquistaní adoptado», pues vivió 34 años en el país y recibió el prestigioso reconocimiento Nishan-e-Quaid-i-Azam, entregado por el gobierno gracias a su infatigable servicio social. Además, recibió un regalo especial: una visa permanente para entrar al país en calidad de «persona grata».


McCulloch explica a Vatican Insider: «EL crimen de Kasur fue generado por el odio. Hoy Paquistán sufre sí, por los actos de los talibanes, pero sobre todo por el odio. Los primeros son terrorismo puro, un cáncer que se puede extirpar. El odio, en cambio, es una infección que se contagia. Un morbo latente que, de repente, explota y genera monstruosidades como esta».


Uno de los instrumentos que encienden y garantizan el odio es la ley de la blasfemia, aprobada por el dictador Zi ul-haq en 1986. McCulloch, que se llegó a Paquistán en 1978, vivió «un antes y un después». Durante la última década, en su opinión, la intolerancia ha aumentado notablemente. En la actualidad, la polémica «ley negra» se ha convertido, explica el misionero, «en una justificación legal del odio religioso», que se expresa en casos como los de Asia Bibi o de los cónyuges de Kasur.


Entonces, ¿cuáles son los santuarios en los que se siembra el odio hacia las minorías religiosas; en dónde germina y se alimenta para después producir tales flores perversas de barbarie? Principalmente: las escuelas, las mezquitas y la política.


La educación pública es un nervio sensible en el país. Los libros de texto en las escuelas, empezando por los de las primarias, están llenos de prejuicios contra las minorías religiosas. En los niños incuba desde la más tierna edad el virus del odio hacia los cristianos e hindúes, denominados «infieles».


Hace pocas semanas, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa los libros escolares fueron modificados para «hacerlos más islámicos», por lo que se incluyó el concepto de «jihad», se cancelaron las imágenes de mujeres sin velo y se cambió la narración de la historia. Se trata de textos de química, física, inglés, historia y geografía, todos involucrados en una «lucha en contra de la blasfemia» que, a menudo, contagia aulas enteras.


El profesor cristiano James Paul Anjum, que dirige la Pakistan Minorities Teachers’ Association, expresó a Vatican Insider toda su preocupación, después de haber leído y analizado atentamente los libros escolares. En su ensayo “Un rayo de esperanza” insiste en que «la partida definitiva se juega en el ámbito de la educación», por lo que desea «una instrucción pública sin prejuicios ni discriminación» y que insista en el concepto de «inclusión», que se relaciona íntimamente con la dignidad y el respeto humano, fundamento para la coexistencia pacífica.


Lo confirma también una investigación promovida por la comisión Justicia y Paz de los obispos católicos paquistaníes, quienes indican que las aulas son lugares fundamentales para entrenar las mentes al odio, en lugar de orientarlas hacia la armonía: en 55 capítulos de 22 libros de texto de las escuelas publicas de Sindh y del Punjab hay afirmaciones y discriminaciones contra las minorías religiosas. El dilema está entre «instruir o difundir el odio».


El segundo púlpito del odio son las mezquitas. Los episodios de ataques masivos en contra de cristianos (como los que han sucedido en Kasur, Gojra, Shantinagar o, el año pasado, en la Joseph colony de Lahore) tuvieron que ver con las instigaciones de un imán en una mezquita. «Los líderes religiosos islámicos a menudo hablan del islam como una religión de paz, pero ¿qué es lo que hacen para detener la violencia?» A menudo ellos mismos se sienten avergonzados», indica McCulloch. Un aspecto que no se puede ignorar y que exigiría la intervención de los máximos órganos islámicos, como el Consejo de los Ulemas.


El tercer ámbito es el de la política. «Los políticos saben muy bien que la ley de la blasfemia genera violencia; muchos no la comparten, pero tampoco se oponen a ella por mero interés político», explicó el misionero. Actuando de esta manera, permiten que prolifere el odio y le ofrecen instrumentos legales y jurídicos para afirmarse.
Sobre la investigación para esclarecer los hechos de Kasur, anunciada por el primer ministro del Punjab, indica McCulloch: «muchas veces hemos escuchado voces de solidaridad por parte de los líderes políticos: parece disco roto. Hoy se necesitan pasos valientes. ¿Cuántas investigaciones hasta ahora han acabado en el olvido o en un callejón sin salida?». Empezando por la del homicidio de Shahbaz Bhatti, el ministro católico de las minorías, asesinado en 2011 por haber defendido a Asia Bibi y por haber criticado la ley de la blasfemia.
(VATICAN INSIDER)