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Hace 100 años: Benedicto XV contra la “inútil masacre”
02 - 09 - 2014 - HISTORIA - Contemporanea

Los llamamientos de Benedicto XV para convencer a las grandes potencias a abandonar las armas fueron todos inútiles. Además, con el estallido de la guerra de trinchera, quedó claro que el conflicto no sería de breve duración. A partir de aquel momento y en adelante, el Pontífice y la Santa Sede se propusieron un segundo objetivo: limitar el sufrimiento de la humanidad. 

Desde su primer discurso público como Pontífice después del cónclave que el 3 de septiembre le había elegido sucesor de Pío X, el nuevo Papa Benedicto XV dió inicio a su acción por la paz, en un intento de parar las hostilidades convenciendo a las grandes potencias para que resolvieran las cuestiones pendientes a través del diálogo y las negociaciones. En este sentido se dirigieron sus primeras cuatro intervenciones públicas en tiempo de guerra. El 8 de septiembre de 1914 Papa Della Chiesa “repetía la petición de su predecesor de rezar para que la guerra terminase”, e invitaba a las potencias a dejar las armas. Un apelo que no fue escuchado. A éste le siguió otro intento de persuasión moral, el 1 de noviembre de 1914, con la encíclica Ad Beatissimi, en la cual Benedicto XV denunciaba la situación general de barbarie cultural de la época: “la falta de amor mutuo entre los hombres”, el bien material “hecho único objetivo de la actividad del hombre” y los odios nacionalistas “llevados al paroxismo”. El Papa culpaba de todo a la cultura positivista que exaltaba el odio, el instinto, la lucha por la supervivencia.

Frente a todo esto era necesario volver a los “principios del cristianismo”, porque la exaltación del odio se sustituye con “el amor fraternal”. De aquí, un apelo a los católicos para que se activaran en acciones humanitarias. Y una nueva petición a las potencias beligerantes para que pusieran fin a la guerra y encontraran “otras formas donde los derechos lesionados puedan encontrar la razón”. También este segundo apelo fue ignorado. Una tercera invitación a dejar las armas fue llevada a cabo en Navidad: Benedicto XV pidió un “alto el fuego” de 24 horas para que se recordase el nacimiento del 'Príncipe de la paz'. Pero los rusos y los franceses dijeron que no. El 10 de enero de 1915, Papa Della Chiesa publicó su Oración por la paz, pero los obispos y el clero de Bélgica y de Francia tergiversaron el verdadero significado, adaptándolo a los intereses políticos y patrióticos de sus países.

Los llamamientos de Benedicto XV para convencer a las grandes potencias a abandonar las armas fueron todos inútiles. Además, con el estallido de la guerra de trinchera, quedó claro que el conflicto no sería de breve duración. A partir de aquel momento y en adelante, el Pontífice y la Santa Sede se propusieron un segundo objetivo: limitar el sufrimiento de la humanidad. En este sentido se coloca la acción de Benedicto XV dirigida a tener fuera del conflicto a Italia. Otro intento destinado a fracasar.

No obstante, el Vaticano continuó con su diplomacia: ofreció su mediación para una paz separada entre Alemania y Francia. Con el fracaso también de esta última iniciativa diplomática, el 28 de julio de 1915 el Papa recurrió a otro llamamiento de paz: publicó una exhortación apostólica, en conmemoración con el primer aniversario del inicio del conflicto, pidiendo a las potencias beligerantes que abandonasen las armas e iniciasen negociaciones de paz. Benedicto XV lanzó una advertencia sobre la exasperación nacionalista: “las Naciones no mueren”. Si no se reconocen los derechos de las naciones, éstas, “humilladas y oprimidas”, llevarán en el futuro “el yugo impuesto a ellas, transmitiendo de generación en generación un triste legado de odio y venganza”. Palabras proféticas.

También esta exhortación fue ignorada, y el conflicto se expandió. Benedicto XV entendió que era inútil insistir, y se empeñó más intensamente en el campo de las ayudas humanitarias, pero sobre todo para ayudar a las víctimas del suceso más atroz de la Primera Guerra Mundial: el holocausto de los cristianos armenos.

Una de las acciones constantemente practicadas por la Santa Sede en tiempo de guerra tiene que ver con el apoyo humanitario a todas las víctimas. Con el decreto publicado en el Osservatore Romano del 2 de diciembre de 1914, la Santa Sede comenzó muchísimas iniciativas humanitarias, a partir de la asistencia material y espiritual de los prisioneros de guerra. Las visitas de los obispos y el clero local en los campos de prisión fueron muy importantes: al Vaticano llegaban constantemente informaciones sobre las condiciones de los detenidos. La acción de pacificación de Benedicto XV contempló también las negociaciones para pedir la repatriación o, en alternativa, mejorar las condiciones, con la propuesta, primero, de curar a los prisioneros enfermos y, más tarde, del intercambio de prisioneros enfermos y heridos. El Papa obtiene, por ejemplo, la cesión de las deportaciones de los belgas por parte de los alemanes, gracias sobre todo a la acción del nuncio en Munich, monseñor Giuseppe Aversa.

La Obra de los Prisioneros, organización instituida en el Vaticano en la primavera de 1915, tenía clasificados al final de la guerra, 600.000 sobres de correspondencia, incluídas las 170.000 búsquedas de personas desaparecidas, 40.000 peticiones de ayuda para la repatriación de prisioneros de guerra enfermos y la transmisión de 50.000 cartas “de” y “para” los prisioneros y sus familias. Importantes obras de asistencia fueron llevadas a cabo en favor de las poblaciones que se encontraban en las zonas de guerra o próximas, como Lituania, Montenegro, Polonia, Siria, Líbano.
Se llega por tanto al términe de la acción de Benedicto durante el conflicto, la 'Nota de Pace'. Entre la primavera y el verano de 1917, algunos intentos de contacto entre las partes beligerantes, y el desarrollo de varios congresos internacionales por la paz, dejaron entrever cualquier atisbo de esperanza. A Benedicto XV le pareció el momento más propicio para una decisiva acción diplomática.

El documento se componía de tres partes: en la primera, una visión retrospectiva y un llamamiento a las precedentes exhortaciones de paz del Papa; en la segunda, una invitación a los gobiernos para ponerse de acuerdo sobre los principios y los puntos especificados; en la tercera, un apelo a modo de conclusión para poner fin, a través de una negociación, a la “inútil masacre”.

Los temas avanzados por Benedicto XV y sobre los que debían basarse las discusiones de paz estaban divididos en siete puntos: libertad de los mares; limitación de las armas; arbitraje internacional; retiro de Alemania de Francia; restauración de la plena independencia política, militar y económica de Bélgica; la devolución de las colonias alemanas de Inglaterra; renuncia mutua de las indemnizaciones de guerra, con un examen de los problemas económicos pendientes; examen de cuestiones territoriales pendientes relativos a Armenia, Polonia, Rumanía, Serbia y Montenegro. En el documento, el espíritu de conciliación prevalecía sobre la clásica distinción entre vencedores y vencidos. Además, era la primera vez desde el incio de la guerra, que se formulaban propuestas concretas para una negociación de paz.

Al menos tres temas de la 'Nota de Paz' de 1917 fueron después desarrollados por los sucesores de Benedicto XV. La limitación de las armas: el magisterio papal del siglo XXI está rico de apelos al desarme recíproco. El arbitraje internacional, realizado con poco éxito en 1919 con la Sociedad Naciones, se une al constante apoyo pontificio a la ONU. Y finalmente, la recíproca renuncia a las indemnizaciones de guerra se une a la insistencia de los Pontífices sobre una paz justa, no de venganza, no de humillación para los adversarios, sino respetuosa con los derechos de los vencidos. Una paz injusta implicaba el presupuesto de una nueva guerra, por la voluntad de venganza del pueblo humillado.

Los cambios en los equilibrios internos de Alemania y su convicción de poder ganar la guerra, la extensión del conflicto con la entrada de Estados Unidos, la radicalización del odio recíproco, fueron algunas de las causas del fracaso de la inciativa papal. Todas las potencias involucradas en el conflicto tuvieron algo que decir a algunos de los puntos de la 'Nota'. El único que respondió positivamente fue el emperador austriaco Carlos I. La paz de Versalles, firmada al final del conflicto, fue la paz de los vencedores. “No era esta, no, la paz que los pueblos se esperaban –se lee en el Osservatore Romano a propósito del tratado-- que les había sido prometida para llevarlos hasta la masacre”. Y la culpa era, según el Vaticano, de las “voces imperialistas, de las ambiciones hegemónicas, de los egoísmos comerciales, del nacionalismo abrumador de los vencedores”, mientras “débil e ignorada fue la voz de la humanidad”. (Andrea Tornielli-VATICAN INSIDER)