Miles de personas, entre las cuales hay tantos cristianos, expulsados de sus casas brutalmente; niños muertos de sed y hambre durante la fuga; mujeres secuestradas; violencia de todo tipo; destrucción de patrimonios religiosos, históricos y culturales». Todo esto, explicó el Papa, «ofende gravemente a Dios y a la humanidad».
Jorge Mario Bergoglio agradeció a «quienes, con valentía, están llevando socorro a estos hermanos y hermanas, y confío en que una solución política eficaz a nivel internacional y local pueda detener estos crímenes y restablecer el derecho». Además, «para garantizar mejor mi cercanía a estas queridas poblaciones, nombré como mi enviado personal en Irak al Cardenal Fernando Filoni». También en Gaza, después de una breve tregua, ha vuelto a comenzar la guerra, «que cobra víctimas inocentes y no hace más que empeorar el conflicto entre palestinos e israelíes». Por ello, pidió Francisco a los fieles, «Todos nosotros, pensando en esta situación, en esta gente, hagamos silencio y recemos juntos al Dios de la paz. Recemos juntos al Dios de la paz, por intercesión de la Virgen María: 'Trae la paz, Señor, a nuestros días, y conviértenos en artífices de la justicia y de la paz'». Y «recemos también por las víctimas del virus Ébola y por cuantos están luchando para detenerlo».
A partir del próximo miércoles, y hasta el lunes 18, «haré un viaje apostólico en Corea; por favor, acompáñenme con la oración». Al principio de la oración mariana, el Papa recordó que «el Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús caminando en las aguas del lago». Después de la multiplicación de los panes y de los peces, «Jesús invita a los discípulos a que suban a la barca y a esperarlo en la otra orilla, mientras él se despide de la multitud, y después se retira a rezar en el monte hasta entrada la noche». Se levanta una tormenta en el lago y, justamente en medio de la tormenta, Jesús alcanza a los discípulos en la barca, caminando sobre la superficie del lago.
Cuando lo ven, los discípulos se espantan, creen que se trata de un fantasma, pero Él los tranquiliza: «Soy yo, no tengan miedo». Pedro casi pide una prueba: «¡Señor, sálvame!», y Jesús le tiende la mano y lo sostiene. Comentó Francisco al respecto: «Esta narración es un ícono hermoso de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: ‘Ven’, él reconoce el eco del primer encuentro a orillas del mismo lago, e inmediatamente, una vez más, deja la barca y va hacia el Maestro. Y camina sobre las aguas». El Papa, reflexionando sobre la actitud de fe del apóstol Pedro, que lo lleva a cumplir cosas extraordinarias, señaló que comienza a hundirse en el momento en que quita su mirada de Jesús: en ese momento el apóstol se deja arrollar por las adversidades que lo circundan. Por ello, dijo el Pontífice, en el personaje de Pedro se describe nuestra fe: frágil y pobre, inquieta y victoriosa, que camina al encuentro de Jesús resucitado en medio de la tempestad y de los peligros del mundo.
Francisco subrayó también la escena final, cuando suben a la barca y el viento cesa: los discípulos, que se sentían aterrorizados y pequeños, se vuelven grandes en el momento en que se arrodillan ante Jesús y lo reconocen como Hijo de Dios . Esta es una imagen eficaz de la Iglesia, dice el Sucesor de Pedro: La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, y nos permite caminar también en la oscuridad y a través de los momentos de dificultad.
De hecho, «todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos al seguro, a pesar de nuestros límites y de nuestras debilidades. Estamos al seguro sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A esto nos invita siempre nuestra madre, la Virgen. ¡A ella nos dirigimos con confianza!».(VATICAN INSIDER)