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Corea: el “marketing” espiritual de los cristianos
01 - 08 - 2014 - IGLESIA - Asia

Una Iglesia que, gracias a un tenaz “marketing espiritual”, pretende bautizar al 20% de la población coreana antes de 2020 (la consigna es «twenty-twenty»); pero que, mientras tanto, ha visto una disminución en la participación en las misas dominicales. Una Iglesia que encuentra fieles sobre todo en los barrios ricos y en la media burguesía, pero que corre el riesgo de dejar fuera a los pobres y marginados.

Una Iglesia que debe ofrecer respuestas a los jóvenes, fascinados por los modelos del consumismo y del individualismo, a los adultos, entre los que aumentan la depresión y los suicidios.

 

 

Es la situación que está viviendo la comunidad católica coreana en relación con los desafíos que plantea su relación con la sociedad. A pocos días de la llegada de Papa Francisco al país, Vatican Insider pudo hablar con tres representantes de la comunidad católica: la teóloga Serena Kim Hae-Kyung; el misionero italiano Vincenzo Bordo (que vive en Corea desde hace 24 años); y Augustinus Lee Jeong-joo, sacerdote diocesano de Seúl, director de las relaciones públicas en la Conferencia Episcopal coreana.

 

 

Para trazar el rostro actual de la Iglesia e Corea hay que comenzar con las cifras: en medio siglo (de 1960 a 2010) los sudcoreanos pasaron de ser 23 a 48 millones; los cristianos pasaron de ser el 2% al 30% (el 11% son católicos). Los factores que han determinado esta articulada y compleja expansión son muchos: hay algunos de carácter espiritual, otros de tipo social, explicaron los interlocutores de Vatican Insider. Los obispos siempre recuerdan que, en el origen, hay una Iglesia «fundada en la sangre de los mártires». «Se habla de 10 mil mártires y este sacrificio, seguramente, se ha convertido en una bendición para las sucesivas generaciones de cristianos», indicó Serena Kim Hae-Kyung, teóloga y escritora. «Un gran salto numérico –prosiguió– se dio después de los años 60 y 70.

 

 

Corea estaba saliendo de una guerra fratricida con el Norte y de una desolación moral y económica. La Iglesia católica durante aquellos años, marcados por la miseria y una rígida dictadura militar, siempre se puso de parte del pueblo que sufría y al lado de los perseguidos políticos, con una valentía profética. Esto generó un profundo aprecio por la Iglesia y sus pastores, y provocó el surgimiento, lento, de un llamado al cristianismo y a sus valores universales: paz, reconciliación, amor, perdón, valores que son necesarios para la nación».

 

 

A partir de entonces, la evangelización continúa con convicción y también con una cierta dosis de triunfalismo, indicó Vincenzo Bordo, misionero de los Oblates de María Inmaculada. «La Iglesia coreana se fijó como objetivo pastoral alcanzar el 20% de católicos antes de 2020. Conociendo la inteligencia, la voluntad y el entusiasmo de los coreanos, su capacidad de “marketing” (como bien se puede ver en el desarrollo internacional de las industrias coreanas), es posible que se verifique. Muchos esperan que la visita del Papa dé un impulso más». Pero hay un riesgo: «El objetivo –subrayó el misionero– puede convertirse en una mera cuestión numérica, porque nos damos cuenta de que ha disminuido drásticamente la presencia de los fieles en las misas dominicales; mientras que en el pasado eran 80% los que asistían, hoy son solo el 22%». Un signo claro. «Si la Iglesia coreana quiere crecer cualitativamente y en profundidad de fe (y es este el desafío actual), debería apropiarse de los valores que el Papa con su visita pondrá en evidencia: empezando por la “Evangelii gaudium” y de la pasión por los pobres».

 

 

Y se llega a una cuestión espinosa: «La Iglesia coreana está aprendiendo a ver a los pobres. Pero todavía hoy en día corre el peligro de presentarse como una Iglesia de ricos y para los ricos», prosiguió Bordo, que desde hace 22 años se ocupa de los niños de la calle, de sin techo, ancianos y marginados. De los llamados “invisibles”, que se han ido multiplicado en la sociedad coreana, paradójicamente, con el “boom” económico que se ha registrado en las últimas décadas. El rápido crecimiento económico del país ha tenido dos caras: dejó a muchos ancianos en la pobreza, porque la modernización y la competitividad erosionaron el tradicional “contrato social”, parte de una cultura permeada de confucianismo, según el cual los hijos se ocupaban de sus padres. Hoy lo hace solamente el 37% de las familias y el país, que es uno de los más industrializados, se ha convertido en el país que más abandona a sus ancianos en la miseria. Bordo fundó hace 22 años la “Casa de Anna”, en Seongnam (diócesis de Suwon); se trata de un centro de asistencia para las «nuevas pobrezas» que recibe a ancianos solos, niños de la calle, hombres sin hogar y desempleados. Gracias a su compromiso, el misionero recibió el prestigioso premio Ho-Am (el “Nobel coreano”) con el que se reconocen las excelencias de la nación en cinco categorías: ciencias, medicina, ingeniería, artes y servicio a la comunidad.

«La gente decía: “En Corea no hay vagabundos”. La misma comunidad eclesial no entendía y no sabía qué hacer», contó a Vatican Insider. Por ello su urgencia para revitalizar la pastoral social de una gran metrópoli, partiendo de las perifereias. Durante más de 20 años, la “Casa de Anna” se ha convertido en una organización sin ánimo de lucro, reconocida por el gobierno coreano. Ofrece asistencia a 500 personas al día, tratando de volverlas a involucrar con las dinámicas del tejido de la sociedad, y cuenta con u laboratorio de formación profesional. «Durante las últimas dos décadas –reveló Bordo– las realidades institucionales y eclesiales han comenzado a hablar más sobre los pobres. Pero no me gustaría que el “efecto Bergoglio” se advirtiera solamente en las palabras. Lo que deseo es: menos palabras y más compromisos, es decir involucrarse más, con iniciativas concretas, por los últimos».

 

 

Es también, indicó, lo que pedirá el Papa: «Más que un homenaje a una Iglesia de potentes, de ricos, de gente de prestigio y con poder numérico, el Papa subrayará con su visita a la “Aldea de las flores” (en Kottongnae) la pasión por los pobres». El misionero citó una anécdota personal: «La ciudad en la que vivo, Seongnam, tiene un millón de habitantes. En esta ciudad, en la parte vieja y pobre, en donde la gente tiene que sobrevivir día con día, el porcentaje de los católicos es de alrededor de 7%. En los barrios nuevos y ricos, en cambio, es superior al 20%. Son números elocuentes que ofrecen el rostro de una Iglesia que tal vez presta más atención a los ricos que a los pobres».

 

 

Los motivos de esta situación fueron explicados a Vatican Insider por Augustinus Lee Jeong-joo, profesor de Derecho canónico en la Universidad católica de Kwang-Ju y director de Relaciones públicas de la Conferencia Episcopal coreana: «La sociedad coreana nutre un profundo respeto por los sacerdotes, y los considera casi una élite. Los sacerdotes más sensibles tratan de salir del aura que los rodea, que los aleja un poco de la gente común. Durante los años de formación, en el seminario, se enseña que el sacerdocio es un servicio y no una profesión». En los últimos años, añadió, «la doctrina social de la Iglesia ha encontrado más espacio en los currícula formativos» y «se afrontan también cuestiones sociales, para sensibilizar a los futuros sacerdotes». Pero, a veces, el paso de la teoría a la práctica no es tan inmediato, por lo que los esfuerzos como el de Bordo podrían representar solamente iniciativas aisladas.(VATICAN INSIDER)