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Bolivia: la gente humilde necesita a la Iglesia
28 - 07 - 2014 - IGLESIA - América

El jesuita Fabio Garbari cuenta los desafíos de la Iglesia: «Es importantísimo permanecer en verdadero contacto con la gente más humilde y mantener una verdadera libertad de espíritu para no dejarse engañar por las apariencias y elegir lo que pueda servir de verdad al país, considerado desde la lógica de los más pobres»

El padre Fabio Garbari, jesuita, se encuentra en Bolivia desde hace 27 años. Desde finales de 2013 desempeña sus actividades en la Amazonia boliviana, en San Ignacio de Mojos, una antigua reducción jesuita que hace más de 300 años reunió a cinco grupos étnicos y lingüísticos en una única población, que hoy reconoce la pripia lengua y cultura con el término de “ignaciana”. Antes, el padre Fabio había desempeñado su ministerio en el altiplano andino, a 4000 metros, sumergido en la cultura aymara. «Vivir aquí mi misión me ha ayudado a despojarme de los prejuicios para llegar a apreciar lo esencial de las cosas y de la vida. Creo –cuenta el padre Fabio– que esto es fundamental para la misión de cada hombre: no depende del lugar en el que se viva, sino de la libertad con la que se viven las relaciones interpersonales e interculturales. La actual migración transcontinental puede ser una gran oportunidad para descubrir lo que tiene verdadero valor en la vida».


A pocos meses de las elecciones, el marco sociopolítico de la nación es muy compleja. Hay algunos temas delicados, como el trabajo infantil, con los cuales la Iglesia está comprometida. «Estamos viviendo un momento de cambio en el que es importantísimo permanecer en verdadero contacto con la gente más humilde y mantener una verdadera libertad de espíritu para no dejarse engañar por las apariencias y elegir lo que pueda servir de verdad al país, considerado desde la lógica de los más pobres. Creo que este es el desafío del momento, incluso para la Iglesia. Por primera vez en la historia del país, gente de extracción popular e indígena cuenta con una fuerte influencia en la gestión del poder y en la administración de los recursos estatales». Y no hay que olvidar el hecho de que la sociedad boliviana, en sus rasgos más humildes, está marcada por una fuerte devoción popular y por una extendida difusión del culto mariano, con acentos y características diferentes, en cada una de sus las múltiples culturas que la conforman. «La devoción popular debe ser entendida como el lenguaje que la gente utiliza con Dios y que corresponde a su relación con Dios. Más que convertirme en juez de esta relación, debo tratar de comprender y usar este lenguaje, porque es el lenguaje que la gente usa y entiende. Muchas veces hemos puesto el acento sobre el lenguaje (que puede y debe cambiar dependiendo de las personas, de las épocas y de los contextos) y hemos llegado a cristalizarlo, intercambiándolo con el contenido del anuncio».


En Bolivia también se vive el desafío del anuncio del Evangelio. Hay que «despojar el anuncio evangélico de muchos preceptos, reglas, costumbres consolidadas, que en determinantes momentos han resultado útiles para comprender el anuncio mismo, pero que no forman parte del anuncio en sí. Podemos preguntarnos, por ejemplo, qué es lo que anunciaba Pablo cuando se presentaba a las comunidades de Asia y en pocos meses dejaba un grupo lleno de entusiasmo y bien organizado. ¿Qué es lo que llenaba entonces los corazones de las personas? Y nosotros, hoy, ¿qué comunicamos cuando presentamos nuestra fe? ¿Nos interesa anunciar la confianza que Dios tiene en cada hombre o más bien preferimos conquistar a la gente con nuestra forma de ver las cosas? Pablo reconoció como un error y un riesgo el hecho de confundir el anuncio de Jesucristo con la difusión de las reglas judías (a pesar de que él mismo las considerase válidas y las siguiera)», por lo que promovió una organización eclesial que respondía a la cultura de los nuevos creyentes y motivada «por la confianza en el Dios de Jesucristo. En la “Evangelii Gaudium” Papa Francisco, citando a Santo Tomás, escribe que los preceptos dados por Cristo, a través de los Apóstoles, al pueblo de Dios son muy pocos. No se trata de anunciar ritos, liturgias, reglas o preceptos, sino la intimidad de Dios con cada hombre consagrada y atestiguada por la encarnación, vida, muerte y resurrección de Cristo. Este es un anuncio que no se propone “conquistar” a los que est’an lejos, sino de ponerles al alcance la relación de confianza y ternura que Dios establece con cada hombre y que nos ha revelado Jesús de Nazaret».(Luciano Zanardini-VATICAN INSIDER)