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Paraguay: Visita apostólica a la diócesis de Ciudad del Este
21 - 07 - 2014 - IGLESIA - América

"Oficialmente, el Nuncio Apostólico en Paraguay anunció en conferencia de prensa el 2 de julio de 2014 que la Diócesis de Ciudad del Este recibiría una inminente Visita Apostólica «a fin de ofrecerle una asistencia para el bien de aquella Iglesia particular». Oficiosamente, los medios de prensa dijeron que se trataba de una verdadera «intervención a la Diócesis», es decir, de un proceso que culminaría, o con la renuncia, o con la destitución de nuestro Obispo y el stop a la obra que viene concretando".Asi reza el Resumen explicativo que enmarca los hitos de esta coyuntura, dado a conocer por la diócesis que recibe hoy al Delegado papal Cardenal Santos Abril y Castelló.

Presentamos ahora un resumen explicativo que enmarca los hitos de esta coyuntura con sus hechos y documentos probatorios. Lo hacemos en el estilo llano y directo del Pueblo de Dios, y con la honestidad y transparencia a la que nos tiene habituados Mons. Rogelio.


LUGO Y LIVIERES

El Obispo paraguayo más famoso, sin duda, es el «padre-Obispo» Fernando Lugo, ex-Presidente de la República. Asumió como Presidente en agosto de 2008, luego de haber sido dispensado de sus obligaciones como consagrado y volver al estado laical. Fue destituido en 2012, tras un juicio político en el Congreso.

Lugo y la minúscula pero inteligente izquierda del país jamás habrían llegado al poder, derrotando al Partido Colorado, sin una alianza con la primera minoría, el Partido Liberal, y el apoyo masivo (expreso o tácito) de la Iglesia jerárquica. Desde hace décadas, en Paraguay han sido sistemáticamente designados como Obispos sólo candidatos de cierta tendencia anti-Partido Colorado y, además, embebidos en una formación difusa en los derivados ideológicos de la Teología de la Liberación.

Como toda regla, tuvo su excepción: Mons. Livieres alzó la voz (muy públicamente) para oponerse a la candidatura de Lugo, quedando así como el único defensor de la postura del Vaticano. Las críticas que señaló fueron de dos tipos. Por una parte, se opuso a la confusión fundamentalista entre religión y política causante de que Lugo y tantos otros consagrados abandonaran sus compromisos evangélicos para «meterse en política». Por otra, advirtió sobre la irresponsabilidad moral y administrativa del candidato, encubierta por tantos eclesiásticos y religiosos, pues «todos sabían».

LA «COMUNION ECLESIAL»

La polémica en torno a Lugo no fue la primera ocasión en que Mons. Livieres revolvió el Obispero. La acusación de que «rompía con la comunión eclesial» comenzó antes incluso de que pusiera un pie en la Diócesis y, por lo tanto, de que pudiera «meter la pata». Efectivamente, la Conferencia Episcopal escribió a san Juan Pablo II expresando su vivo desacuerdo con el nombramiento del nuevo hermano que ni siquiera había estado en la terna de los candidatos, siendo «impuesto» por Roma. Algunos líderes laicos también se hicieron eco de estas protestas. La Santa Sede no cedió. Y después, contra viento y marea, como la barca del Evangelio, sostuvo al nuevo Obispo en su gestión.

Pero la Conferencia Episcopal no olía tan mal. Definitivamente, Mons. Livieres, del Opus Dei, representaba una orientación eclesial distinta al férreo modelo dominante. En honor a la verdad, hay que reconocer que él nunca pretendió imponer sus lineamientos pastorales a los otros Obispos. No tomó una actitud de contraposición sino de complementariedad enriquecedora de la Iglesia. (Con frecuencia, se confunde a la unidad en la fe y el amor, la auténtica «comunión eclesial», con uniformidad impuesta.)

Un momento particularmente difícil para la convivencia episcopal se produjo con la filtración de una carta confidencial y personal que Mons. Rogelio entregara en manos del Papa Benedicto XVI, a pedido de Su Santidad, durante la visita ad limina. Como ocurriera después con el «Vatileaks», fue filtrada a la prensa desde el mismo Vaticano (¿por algunos de los agentes que buscaron hacerle daño al Papa emérito?). La carta insistía sobre la necesidad, si se quiere de veras superar la crisis de la Iglesia, de elegir a los futuros Obispos entre los mejores candidatos desde el punto de vista de la vida de la fe y la idoneidad litúrgica, sapiencial y de gobierno; y no entre aquellos «aceptados por todos» para mantener el statu quo.

El Obispo de Ciudad del Este, digno hijo de su padre exiliado seis veces por el gobierno militar de Stroessner, resultó ser un infatigable peleador por su libertad religiosa y la de sus fieles.


LOS RELIGIOSOS

Los desencuentros se dieron también con la Conferencia de Religiosos del Paraguay. No se debieron a una incomprensión de la vida religiosa, que claramente ha fomentado Mons. Rogelio en su Diócesis, sino más bien a la profunda crisis de identidad y disciplina que sufren muchas comunidades, especialmente de origen o formación europea.

Buena parte de los religiosos a nivel nacional se identificaron con la actuación de Lugo. Además, cuando se produjeron casos de agudas crisis sociales, como fue la masacre de Curuguaty en esta Diócesis, puntapié que precipitó la caída política del ex-Obispo, emitieron pronunciamientos y asumieron posturas en cierta disonancia con la fe. Citando al derecho canónico, Livieres prohibió so pena de sanciones la instrumentalización política o ideológica de la pastoral social. También objetó una falsa «pastoral indígena» que, en contraposición a los santos misioneros de tantos siglos, quiere impedir el derecho de los nativos a que se les predique la Buena Nueva del Evangelio.

Los numerosos sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos que el Obispo sí ha movilizado durante crisis sociales y catástrofes naturales han intervenido con energía, pero siempre desde lo estrictamente espiritual y humanitario. El principio seguido ha sido sencillo: «a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».


EL CLERO

Varios de los 16 sacerdotes diocesanos que encontró a su llegada Mons. Livieres tuvieron reservas frente a las nuevas líneas pastorales y a la renovación de la disciplina eclesial. La incomprensión llegó a tal punto que, con el sostén de algunos Obispos, 10 de estos sacerdotes escribieron al Papa Benedicto XVI pidiendo «la intervención». Pocos meses después, unos 150 sacerdotes del resto del país, en su mayor parte religiosos, hicieron lo mismo. Fue el Arzobispo de Asunción, fino y distinguido opositor de Mons. Rogelio, quien acercó a Roma la protesta. El Papa, sin embargo, no respondió y, en cambio, sugirió a Mons. Livieres que era necesario «formar un nuevo clero». La propuesta fue un sabio consejo: la inmensa mayoría del clero diocesano, ahora joven y numeroso (un poco más de 70), sienten al Obispo como a su Padre, lo ven como a su Pastor y comparten sus orientaciones pastorales.

En cuanto a los laicos locales, sólo un grupo muy reducido, aunque vociferante y sostenido desde afuera de la Diócesis, mantuvo una actitud crítica, particularmente un tal Javier Miranda, de quien hablaremos al final. Sin contar con algunas excepciones, los laicos y sus dirigentes, tanto de los movimientos ya aprobados a nivel nacional o internacional, como de los numerosos que fue reconociendo, promoviendo y guiando Mons. Rogelio durante su ministerio, todos apoyaron y apoyan a su Obispo, que tanta libertad y espacio de acción les dio «para hacer lío» y avanzar en la evangelización y la misión continental de Aparecida.


NUEVOS SEMINARIOS PARA EL TERCER MILENIO

Cuando el 3 de octubre de 2004 Monseñor Livieres asumió como Obispo de Ciudad del Este, no tardó en descubrir el mayor desafío que lo esperaba: disponía de poco más de 70 sacerdotes (entre religiosos y diocesanos) para atender espiritualmente a una población de alrededor de 1.000.000 de almas, es decir, 1 pastor para más de 10.000 ovejas. La perspectiva a futuro era todavía peor, con apenas una decena de seminaristas diocesanos formándose en el Seminario Nacional de Asunción.

No es preciso explicitar la gravedad de la situación a quienes reconocen con humildad «teocéntrica» que la Iglesia fundada por Jesucristo «vive de la Eucaristía», es decir, de los sacramentos en los que Él «está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo», y cuya administración fiel encomendó a los sacerdotes.

Sin rentas y sin estudios de factibilidad, Monseñor tomó de inmediato la decisión estratégica de asumir como primera prioridad de su ministerio lo que le señalaban el Directorio para los Obispos y el Código de Derecho Canónico: aprobó la apertura de su propio Seminario diocesano.

Pronto se descubrió por qué el Dueño de la Viña lo había elegido como Obispo: el Padre Rogelio había atraído y cultivado numerosas vocaciones al Opus Dei. Lo mismo hizo en su Diócesis, donde la pastoral vocacional no es delegada. Cada domingo, con la cooperación de un grupo animado de formadores, el Obispo atiende en su propia casa a todos aquellos interesados en considerar una vocación sacerdotal. Un poco de deporte, una charla de formación, dirección espiritual y confesión, adoración al Santísimo y rezo del Rosario, una tertulia con preguntas «a quemarropa» y una ansiada merienda hacen al mágico resultado de unos 130 interesados por año, de los cuales son admitidos un promedio entre 30 y 40. El secreto del éxito, además del interés directo y personal del Obispo, está en el entusiasmo con que los mismos aspirantes y los seminaristas salen a pescar vocaciones entre amigos, parientes y conocidos (marketing viralizador...).

El Seminario Mayor San José ha sido ya evaluado positivamente por la Santa Sede en reiteradas cartas, y ha ordenado a más de 60 sacerdotes al cabo de 10 años. Pero Mons. Rogelio, preocupado por mejorar la calidad de sus pescas y la crisis del sistema educativo general, creó en 2012 el Seminario Menor San Andrés. Paralelamente, buscando una aplicación más radical de los lineamientos del Concilio Vaticano II y los documentos posconciliares sobre la formación sacerdotal, inició la experiencia del Instituto de Formación Sacerdotal San Ireneo de Lyon. Por el momento, esta casa de formación sólo funciona en su ciclo propedéutico, basado en la enseñanza de las artes liberales clásicas y la discusión en clases-seminario de los Grandes Libros de la cultura occidental.


LA PIEDRA DE ESCÁNDALO

La decisión de formar a sus propios seminaristas como un padre educa a sus propios hijos tomó por sorpresa a la Iglesia en el Paraguay. Los Obispos se resistieron de entrada a esta peregrina idea, pues rompería (y rompió) el esquema monolítico de formación sacerdotal (tanto de diocesanos como de religiosos) que había sido acordado con la creación del Seminario Nacional y su Instituto de Teología, el siglo pasado.

En vano la Santa Sede les recordó el derecho y la conveniencia de que cada Obispo cuente con su propio Seminario cuando esto es posible. «¿Para qué un nuevo Seminario, si siempre ha habido uno solo?», se plantean los que aún hoy no parecen haber reflexionado sobre la indicación del nº 33 de Evangelii Gaudium: «abandonar el cómodo criterio pastoral del "siempre se ha hecho así"».


El PADRE CARLOS URRUTIGOITY

Un capítulo aparte en esta historia de oposición a nuestro Obispo y al nuevo Seminario es, sin duda, el ataque contra el Padre Carlos. Llegó a la Diócesis en 2005, recomendado, junto a otros que después establecerían las Comunidades Sacerdotales de San Juan, por algunos Cardenales con funciones en la Santa Sede (uno de ellos, elegido pocos días después Sucesor de Pedro). Traía a cuestas una dura campaña de difamación en EE.UU.. Mons. Livieres escribió una carta aclaratoria muy detallada sobre el tema.

Desde un comienzo probó ser un cercano colaborador y, por eso mismo, su caso fue utilizado como un caballito de batalla para cuestionar todo lo obrado por el Obispo, especialmente la formación del nuevo clero. No obstante los reiterados desmentidos, una prensa repetitiva y autorreferencial siguió a veces citándose y recitándose, encabezada por el mismo periódico que anteriormente había forzado la renuncia de otro Obispo Livieres. Era a su vez azuzada por los opositores eclesiásticos ya conocidos, que tenían algunos contactos en EE.UU. y en Roma, y con los cuales compartían idénticas tendencias.

De todo, en fin, menos pruebas. Porque, mal que les pese a los detractores, no hay acusaciones de pedofilia salvo un refrito de calumnias de terceros interesados. La verdad es no fue acusado de pedofilia por ninguna víctima. Tampoco, consiguientemente, hubo procesos ni condenas en tribunales de ningún país ni de la Santa Sede. Para colmo de bienes, su heterosexualidad ha quedado confirmada por dos evaluaciones psicológicas independientes.

Pastor, y no mercenario que huye ante lobos, Mons. Livieres se mantuvo siempre inflexible en la defensa de inocentes. En el caso del Padre Carlos, lo hizo incluso frente a aquellos que, aún reconociendo la justicia del caso, encontraban imprudente primero su recepción en la Diócesis y luego su promoción a distintos cargos, pues tales acciones implicarían poner en peligro la imagen de la gestión y la «carrera eclesiástica» del Obispo. Sin embargo, Monseñor juzgó más sano y realista aprovechar los recursos humanos concretos que la Providencia le ponía a mano.

A pesar de la ocasional algazara mediática y protesta clerical, el Vaticano respetó la decisión del Obispo y, luego de un prudente tiempo de espera y experiencia en la nueva Diócesis, autorizó por medio del Nuncio Apostólico, con el consentimiento del Obispo excardinante, la incardinación del Padre Carlos en Ciudad del Este. Ese mismo año emitió la carta laudatoria dando su consentimiento a la elevación como Sociedad de Vida Apostólica de las Comunidades Sacerdotales de San Juan. Por su parte, los seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos de la Diócesis, en su inmensa mayoría, apoyaron y apoyan al Obispo y al sacerdote, ya que son testigos directos de su ministerio y de sus cualidades humanas y honestidad moral. Estos apoyos no hay que suponerlos. Están manifestados en declaraciones escritas reiteradas y firmadas para quien quiera escucharlas. Y cuando llegó la hora de nombrar a un nuevo Vicario General, consultados los sacerdotes y los dirigentes laicos, casi por unanimidad propusieron al Padre Carlos como el candidato de su elección.

Cabe destacar finalmente que, cuando Mons. Livieres se enfrentó a verdaderos casos de corrupción o violaciones del celibato sacerdotal, en cualquiera de sus formas, no dudó en proceder, incluso frente a fuertes presiones, conforme a derecho, castigando proporcional y medicinalmente a los culpables.


MONS. PASTOR CUQUEJO

El Arzobispo de Asunción se sumó públicamente a una nueva ola de ataques contra el Padre Carlos, al afirmar ante la prensa que su caso no estaba claro y que podría, en calidad de Arzobispo Metropolitano, solicitar a la nueva administración en Roma que reabra la investigación de la Congregación para la Doctrina de la Fe cerrada in limine bajo Benedicto XVI por falta de acusación de menores.

Indignado, Mons. Livieres le respondió en el terreno en el que se había pronunciado el Arzobispo. Lo hizo porque sus reiteradas aclaraciones eran descreídas abiertamente y porque se pedía contra toda justicia la reapertura de una investigación sin que hubiera nuevas acusaciones ni nuevos elementos de juicio. La piedra tirada por Mons. Cuquejo estaba dirigida no sólo a poner en duda la probidad de lo actuado por Mons. Livieres, sino de la misma Santa Sede.

Sin rodeos de su parte, aunque quizás con exceso, señaló al Arzobispo la incongruencia de alegar escándalo y solicitar investigaciones públicas cuando el mismo Mons. Cuquejo había sido no sólo acusado, sino procesado por actividad homosexual, y no por terceras personas, sino por implicados directos.


NUEVAS COMUNIDADES

Como suele criticarse a padres con más de dos hijos, se ha cuestionado el número de vocaciones sacerdotales y de los nuevos carismas laicales y religiosos, planteando una falsa oposición entre cantidad y calidad. Incrédulamente, algunos se preguntan si es posible que Dios bendiga tan generosamente a una Diócesis, o si la multiplicación es más bien fruto de la negligencia y el afán de estadísticas.

El árbol se juzga por sus frutos. El juicio del pueblo sobre sus nuevos pastores es muy positivo y están encantados con los variados servicios que les proveen las comunidades religiosas y los movimientos laicales. Claramente, siempre se puede hacer más y mejor. Seguramente la Visita Apostólica aportará sugerencias y correcciones que permitan llegar aún más lejos.

Pero es innegable que Ciudad del Este, hasta hace poco conocida por su contrabando y otros tráficos, se ha ido convirtiendo en un centro de vitalidad espiritual, religiosidad y cultura reconocido en el país. Es difícil recorrer las calles de la ciudad sin observar jóvenes sotanas y hábitos religiosos. Cada fin de semana, hay unas 2.000 personas que salen de sus periferias y pobrezas humanas para participar de retiros de conversión y formación, organizados mayormente por laicos acompañados de sus capellanes. Por su parte, los múltiples cursos de formación para dirigentes sobre Biblia, liturgia y catequesis cuentan con gran participación de asistentes.


TEMAS ECONOMICOS

Nos ocupamos ahora de los alegatos relacionados con las finanzas. Dos son los cargos en este rubro: la malversación de las donaciones otorgadas por la Binacional Itaipú y la dilapidación del patrimonio inmobiliario de la Diócesis.

Itaipú donó a la Diócesis una importante cantidad de dinero (unos U$ 300.000) que el Obispo destinó por completo a la manutención del Seminario. Fue acusado por el Sr. Javier Miranda de malversación de fondos y de estafa a los pobres y necesitados de la región. Mons. Rogelio justificó su decisión señalando que los futuros sacerdotes serían los más efectivos agentes de cambio social y, por lo tanto, que era el mejor modo de servir a los pobres en el largo plazo. La Justicia del Paraguay le dio la razón a Mons. Rogelio en todas las instancias, incluída la Corte Suprema, reconociendo la razón de su proceder y comprobando que se había gastado hasta el último centavo en cubrir las necesidades de la Iglesia, sin desviaciones a bolsillos de particulares.

Siempre bajo la urgencia de conseguir los fondos para pagar por la educación de casi 200 seminaristas y el desarrollo de pastorales cada vez más activas y variadas, es decir, en orden a capitalizar espiritualmente a su Diócesis, el Obispo, sin rentas disponibles por ser muy reciente la creación de la misma, procedió a vender algunos inmuebles que no tenían usos pastorales ni producían otros beneficios económicos. Lo mismo habían hecho sus predecesores, incluso sin haber tenido Seminario propio que mantener. A pesar de esto, el Sr. Miranda lo denunció como una maniobra dolosa e irresponsable.

De todos modos, para buscar una solución definitiva a esta precariedad económica, el Obispo, siguiendo la recomendación que había recibido por parte del Nuncio Apostólico al asumir su cargo, ha comisionado a laicos calificados el estudio y ejecución de proyectos que produzcan rentas en el futuro para cubrir al menos el 75% de los costos operativos estimados.


JAVIER MIRANDA

La nota tragicómica de esta saga le corresponde a Javier Miranda, un agitador político poco familiarizado con el rigor de la verdad. Autoproclamado «Presidente de los Laicos del Alto Paraná», aunque no lo siga ningún movimiento laico, viene acusando tan obstinada como contradictoriamente a Mons. Rogelio y a sus colaboradores de los crímenes más variados, llegando en su delirio a afirmar en la prensa que tenía pruebas fehacientes de que el Obispo había contraído en un casino de Uruguay una deuda por millones de dólares (sic).

Aunque desautorizado por los hechos -y hasta por los falibles tribunales humanos- sigue siendo títere útil de ciertos grupos de izquierda y de los oponentes eclesiásticos de siempre. Eso sí, con éxito y apoyo popular escasísimo.


QUE LA HISTORIA NO SE REPITA

El crecimiento y pujanza del Pueblo de Dios en el Paraguay fue cruelmente mutilado a raíz del injusto proceso y supresión de los misioneros jesuitas a fines del siglo XVIII. También ellos fueron acusados por eclesiásticos cuestionables en alianza con poderosos lobbies y políticos.

Los que apuestan a que la historia se repita ahora en nuestra Diócesis pueden llevarse la sorpresa de descubrir que, esta vez, el Obispo de Roma es un heredero de esos jesuitas calumniados y suprimidos, dispuesto a escribir la historia de un modo nuevo.(RELIGION DIGITAL)