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El Papa sigue a San Ambrosio en sus diatribas contra la riqueza y abuso de poder
19 - 06 - 2014 - PAPADOS - Francisco

La antigua historia bíblica de Nabot, el hombre acusado injustamente y lapidado solo porque el rey Acab deseaba poseer su viña, “se repite diariamente”: así ha dicho el Papa Francisco en una homilía matutina, proponiendo la historia como paradigma perenne de la injusticia, la corrupción y la insana avaricia que a menudo contagian “quien tiene poder material, o poder político, o poder espiritual”. Otro día repitió que el corrupto, como Acab, “irrita a Dios y hace pecar al pueblo”, y agregó esta durísima expresión refiriendose a los corruptos impenitentes:"Los perros del infierno beberan su sangre". Decires corrientes en los Padres de la Iglesia.

Sorprende descubrir que hace más de 16 siglos, refiriéndose a la misma historia, otro apreciado predicador había usado casi las mismas palabras del Papa Bergoglio: “La historia de Nabot”, escribió San Ambrosio en la introducción de su obra De Nabuthae “es antigua por edad, pero de costumbre cotidiana”. También para el Santo obispo de Milán, maestro de San Agustín, la historia de Nabot narrada en el Primer Libro de los Reyes representaba en términos paradigmáticos y definitivos las dinámicas de la rapacidad y opresión que se convierte en sistema, se impone como práctica de gestión del poder: “No ha nacido un solo Acab”, reconocía Ambrosio “si no que cada día nace un Acab y nunca muere en este mundo. Si uno se va, surgen muchos.. cada día un Nabot es oprimido, cada día un pobre es asesinado”.


En su época, Ambrosio veía multiplicarse la historia de Acab y Nabot en la Milán de finales del siglo IV. En un Occidente marcado por la crisis demográfica y el colapso del comercio, del empobrecimiento general, había ya entonces algunos prepotentes que ganaban, propietarios de latifundios en crecimiento continuo. Algunos de ellos eran cristianos, e incluso entre éstos el santo percibía una avaricia enferma, debastante también desde el punto de vista económico, que se lucraba sobre el colapso de la producción agrícola y alimentaria: “una rica producción” escribía Ambrosio en De Nabuthae (La vida de Nabot) “es un bien para todos, la carestía es ventajosa solo para el avaro. Se alegra más por los altísimos precios que por la abundancia de los bienes y prefiere tener solo lo que él puede vender en lugar de vender junto con todos los demás”.


Justo el De Nabuthae volvió al centro de discusiones apasionantes en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, en el tiempo de la formación de juventud de Jorge Mario Bergoglio. En abril de 1959, en Italia, la obra acabó en la primera página de 'L'Unitá', y pocos días después en la de 'L'Osservatore Romano'. “En plena guerra fría”, escribe Lorenzo Cappelletti, “'L'Osservatore Romano hablaba con libertad del “comunismo teológico de San Ambrosio'”.


A Ambrosio y a los Padres de la Iglesia Bergoglio ha recurrido siempre cuando ha querido documentar que la predilección por los pobres practicada por las Iglesias latino-americanas no era un “novedad” teológica. “En aquella época –explicaba el entonces arzobispo de Buenos Aires en 2010 a los abogados que lo interrogaban sobre las relaciones entre la Iglesia y la dictadura militar argentina en el llamado proceso ESMA-- “era algo muy común: uno que trabajaba con los pobres era un comunista”. Y sin embargo la opción preferente por los pobres “viene desde los primeros siglos del cristianismo. Está en el mismo Evangelio. Si yo hoy leyera como homilía algunos de los sermones de los primeros Padres de la Iglesia, del siglo II y III, sobre como se deben tratar a los pobres, diríais que mi homilía es marxista o trotzkista”.
También hoy, las expresiones directas que el Papa Francisco reserva a las dinámicas del poder y de la corrupción no parten de movimientos de antropologías teológico-filosóficas, sino de una preeliminar observación de los hechos, llamados por su propio nombre. Así renacen armonías escondidas con Ambrosio y Agustín incluso cuando el Papa Bergoglio repite sin titubear que las guerras se hacen para resanar los balances de “economías idólatras”, o cuando –como hizo en su visita a Cagliari-- habla sobre el rostro perverso de la economía especulativa, que no tiene problemas en transformar en desempleados a millones de trabajadores. El actual obispo de Roma, durante la última audiencia del miércoles, ha dicho que para las personas corruptas “será difícil ir al Señor” mientras los mercaderes de la muerte y los traficantes de personas “tendrán que rendir cuentas a Dios”. También el obispo de la Mediolanum del siglo IV reservaba palabras corrosivas a las ostentosas obras religiosas de los avaros: los ricos –reconocía San Ambrosio “están tristes, si no roban los bienes de los otros; renuncian a la comida, ayunan, no para reprimir el pecado, sino para facilitar las lágrimas. Los puedes ver entonces venir a la iglesia con la perseverancia humilde, para obtener el éxito de la delincuencia”.

Siguiendo la pista indicada por Ambrosio en su De Nabuthae, la mirada libre del Papa Francisco sobre las dinámicas del mundo se cruza con la de los dos grandes Papas del siglo pasado, que antes de llegar a la sede de Pedro, habían sido también sucesores del Santo a la cabeza de la Iglesia ambrosiana: Pío XI y Pablo VI. El primero, con los tonos proféticos de Ambrosio, había contado ya en la encíclica Quadragesimo como “la libertad del mercado ha sido reemplazada por la hegemonía económica; por tanto la avaricia de la ganancia ha sido seguida por la codicia desenfrenada de la dominación y así toda la economía se ha vuelto horriblemente dura, inexorable, cruel”. Una rapacidad convertida en sistema, que a los ojos del Papa Ratti, había generado “por una parte el nacionalismo o incluso el imperialismo económico; por otra, no menos mortal y execrable, el internacionalismo bancario o imperialismo internacional del dinero, para el que la única patria está donde están las ganancias”. Sin embargo Pablo VI en la encíclica Populorum progressio había querido apoyar sobre las palabras del De Nabuthae la reafirmación de los límites al derecho de propiedad individual: “No te pertenece lo que das como regalo al pobre; tu no haces otra cosa que darle lo que le pertenece. Ya que lo que viene dado para el uso de todos es de lo que te apropias. La tierra es entregada para todos, no solamente a los ricos”.

Así, en el espíritu de un gran obispo ambrosiano del pasado, el Papa Francisco repropone lo que el "sentido de la fe" ha siempre sugerido respecto al uso de los bienes y de los recursos económicos. Advirtiendo indirectamente también a los aparatos eclesiásticos y al clero de apoyar sus estrategias sobre la eficacia de los comités empresariales. (VATICAN INSIDER)