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Francisco:Gracias al EspĂ­ritu Santo no hay cristianos mudos en la Iglesia
08 - 06 - 2014 - PAPADOS - Francisco

 Misa de Pentecostés en San Pedro. Bajo la atenta mirada de la vidriera de Bernini, sobre el trono de Pedro, Francisco presidió una multitudinaria celebración en el interior de la Basílica, en la que destacó cómo "el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía".

Una ceremonia sobria y solemne, como merece el mayor templo de la Cristiandad, con la tradicional procesión desde la capilla junto a la Pietá de Miguel Ángel hasta el centro del presbiterio.

Aquí empieza todo. Tras la recepción del Espíritu Santo, comienza la predicación del Evangelio por todo el mundo. Terminan los 50 días pascuales, y arranca el tiempo litúrgico. Totalmente de rojo, los celebrantes celebran el fuego que descendió sobre los Apóstoles.

Una ceremonia solemne, en la que Francisco roció con el hisopo a todos los fieles, y donde la belleza de la liturgia se mostró en todo su esplendor, como en las grandes ocasiones, con una impresionante interpretación del coro vaticano. "El Espíritu Santo nos hace hablar con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos en la Iglesia", afirmó el Pontífice.

Estas fueron algunas de las palabras del Papa

"Todos fueron colmados del Espíritu Santo"


Jesús dijo a los apóstoles en la Última Cena, que después de su partida, les enviaría al Espíritu Santo. Esta promesa se realiza en Pentecostés.


Es un hecho que se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue cumpliendo esta promesa.


El Espíritu Santo nos enseña. Es el maestro interior. Nos guía por el justo camino a través de las diferentes momentos de la vida. ES la vía, el camino. Y Jesús mismo es el camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas.


El Espíritu es un maestro de vida.


El Espíritu Santo nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho: es la memoria viviente de la Iglesia


Nos hace recordar y comprender las palabras del Señor


Este recordar en el Espíritu gracias al Espíritu es un aspecto esencial a la presencia de Cristo en nosotros y en su Iglesia


Nos recuerda todo lo que Cristo ha dicho, nos hace entrar en el sentido de sus palabras.


El camino de la memoria viva de la Iglesia. Y esto pide de nosotros una respuesta. Cuanto más generosa es la respuesta, más las palabras de Jesús se convierten en vida, actitudes, gestos, testimonio... entre nosotros.


El Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo


Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano, es un hombre o una mujer prisioneros del momento a medio camino, que no sabe leer su historia, y vivirla, como historia de Salvación


Con la ayuda del Espíritu Santo podemos interpretar la vida iluminada en los ojos de Jesús, y así crece en nosotros la sabiduría del corazón.


El Espíritu santo nos acompaña y nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, no hay lugar para esto.


Nos hace hablar en la oración, un don que recibimos gratuitamente. Nos permite llamar a Dios como Padre, papá, Abba... Es una realidad, somos realmente hijos de Dios.


Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.


Ninguno de nosotros puede decir que Jesús es el Señor sin el Espíritu Santo.


Nos ayuda a hablar con los demás, reconociendo en ellos a hermanos, a hablar con ellos con mansedumbre, comprendiendo sus alegrías, tristezas y esperanzas.


Hay algo más: el Espíritu Santo nos hace hablar a los hombres en la profecía. La profecía está hecha con franqueza para mostrar las contradicciones e injusticias, pero siempre con intención de construir.


Podemos ser instrumentos de Dios que ama, que sirve, que da la vida.

 

El Espíritu Santo nos enseña el camino, nos recuerda las palabras del camino, nos hace rezar, nos hace hablar con los hombres en diálogo fraterno, y nos hace hablar en profecía.


En Pentecostés, éste fue el bautismo de la Iglesia, que nació en salida, en partida, para anunciar a todos la Buena Noticia. La Madre Iglesia parte p ara servir. Recordemos la otra madre, nuestra Madre, la madre Iglesia y la madre María. Las dos vírgenes, las dos madres, las dos mujeres.


Jesús había sido perentorios con los apóstoles: no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo. Sin él no hay misión, no hay evangelización.


Con nuestra madre Iglesia católica invoquemos: ven Santo Espíritu.

 

 

Texto completo de la homilía en italiano del Santo Padre Francisco


«Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hech 2,4).
Hablando a los Apóstoles en la Última Cena, Jesús les dijo que, luego de su partida de este mundo, les enviaría el don del Padre, o sea el Espíritu Santo (cfr Jn 15,26). Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, si bien extraordinaria, no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se ha renovado y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, nos recuerda, nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado "el Camino" (cfr Hech 9,2), y el mismo Jesús es el Camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu es un maestro de vida. Y ciertamente de la vida forma parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.
Éste recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo aquello que Cristo ha dicho, nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras. Esto requiere de nosotros una respuesta: cuanto más generosa sea nuestra respuesta, más las palabras de Jesús se vuelven vida, actitudes, elecciones, gestos, testimonio, en nosotros. En esencia, el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. ¡Que el Espíritu Santo reviva en todos nosotros la memoria cristiana!
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda, y -otro aspecto- nos hace hablar, con Dios y con los hombres. Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abba (cfr Rm 8,15; Gal 4,4); y ésta no es solamente una "forma de decir", sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).
Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, comprendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero el Espíritu Santo nos hace también hablar a los hombres en la profecía, o sea haciéndonos "canales" humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La profecía está hecha con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con docilidad e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Resumiendo: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «quedaron llenos de Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nació "en salida", en "partida" para anunciar a todos la Buena Noticia. Jesús fue perentorio con los Apóstoles: no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cfr Hech 1,4.8). Sin Él no existe la misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia invocamos: ¡Ven, Santo Espíritu!