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Balance de una peregrinación que pasará a la Historia del mundo y de la Iglesia
28 - 05 - 2014 - PAPADOS - Francisco

"El Papa viene a un campo minado". Lo aseguraba a Religion Digital el padre David Neuhaus, el número dos del Patriarcado latino de Jerusalén. Pero ni las minas pueden con el carisma arrollador del Papa Francisco. En sus tres días en Tierra Santa desactivó las minas del odio multisecular de la división y del recelo, para sembrar sobre ellas las rosas del diálogo, de la reconciliación, de la unidad, de la paz y de la esperanza. Hacia adentro y hacia afuera.

Si Creso todo lo que tocaba lo convertía en oro, Francisco todo lo que toca le sale bien. Tiene el don de la oportunidad, de hablar claro sin ofender. Él es el mensaje. Solo con su presencia contagia dulzura, ternura y bondad. Se hace respetar y querer. Llena los espacios y los tiempos. Su arrolladora personalidad atrae los focos sin quererlo y sin hacer nada por lograrlo. Su imagen actúa como un imán sobre creyentes y no creyentes.

Y si a su presencia carismática, añade gestos, palabras y decisiones, entonces sus visitas se cuentan por éxitos rotundos y redondos. Incluso en medio de avisperos como el de Oriente Medio, siempre ardiendo por algún costado y siempre sediento de paz, de esperanza y de consuelo.

 


Hace fácil lo difícil

Francisco tiene tal capacidad de tocar las teclas oportunas en cada momento que hace fácil lo difícil. Porque más complicado no podía ser su peregrinación a Tierra Santa. Y, sin embargo, no sólo salió airoso, sino que consiguió dar pasos reales para la paz y la unidad.

El sábado, día 24, en Jordania puso las bases teóricas de su peregrinación. Fue el pórtico de su viaje, en un país en paz, con un Rey que pasa por ser "hacedor de paz" y en cuyo reino está acogiendo a los huidos y refugiados de Irak, Siria, Líbano o Palestina. Tanto musulmanes como cristianos. Un oasis en medio de las confrontaciones de la zona.

Pero desde su llegada quiso dejar clara su doctrina: "La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente con diálogo". Y con la conversión de los corazones "de los que fabrican y venden armas", con las que los hermanos se matan en la región.

 

Pero la parte más complicada de su visita le esperaba el domingo y el lunes en Palestina y en Israel. Y también allí dejó claro, con un gesto, desde el principio, su receta para apaciguar el eterno conflicto entre judíos y palestinos. E gesto de volar directamente de Ammán a Belén en helicóptero, sin pasar antes por Israel.

Era la primera vez en la historia que un Papa aterrizaba directamente en Palestina procedente de otro país. Con eso estaba proclamando a los cuatro vientos la tesis vaticana, que, después, repetiría ante ambos contendientes: "El reconocimiento, por parte de todos, del derecho de dos Estados a existir y a disfrutar de paz y seguridad dentro de unos confines reconocidos internacionalmente".

Y sentados los principios, los acompañó con gestos concretos. Primero, descartando la violencia en el corazón mismo de un campo de refugiados, que la sufren en carne propia desde hace 60 años. Desterrados de sus casas, sin futuro y encerrados en una cárcel a cielo abierto, la tentación de tomarse la justicia por su mano es evidente. Allí, en Deheisheh, ante decenas de niños (siempre los más vulnerables), proclamó que "la violencia no se vence con violencia, sino con dignidad" y les pidió ardientemente que no dejasen que "el pasado determine vuestras vidas".

No a la violencia de las armas y denuncia profética de la violencia sistémica y funcional contra la infancia en el mundo. Precisamente en Belén, el lugar del nacimiento de Jesús. Allí, desde la plaza del pesebre se hizo eco del llanto, terrible llanto, de los niños explotados y esclavizados. Y del de sus madres, "las nuevas Raqueles, que lloran sin consuelo y no quieren ser consoladas" hasta que sus hijos dejen de sufrir y de llorar con lágrimas ahogadas.

Y, a continuación, denuncia con gestos del Muro de la vergüenza (al que los israelitas llaman Muro de seguridad). Saliéndose del protocolo, el Papa mandó detener su coche ante el Muro, se bajó, se acercó a él y se puso a rezar. Y, después de rezar, apoyó su cabeza en él. Al lado un grafitti: "Palestina free".

Y ese mismo gesto de condena de la violencia lo tuvo, al día siguiente, ante el Muro de las Lamentaciones y, especialmente, en el Yad Vashem. Allí, denunció la "monstruosidad" del Holocausto, "vergüenza de la Humanidad", y besó las manos de los supervivientes.

 

Y junto a los gestos y las denuncias, las propuestas concretas: "Ofrezco mi casa, en el Vaticano, para un encuentro de oración de los dos presientes israelí y palestino". El Papa que se ofrece como mediador. Y se compromete personalmente para acercar posturas y dar pasos reales hacia la paz. Y una de dos. O hay tanta sed de paz o este Papa está tocado por la magia de Dios. Pero el caso es que ambos presidente no tardaron ni unas horas en aceptar la propuesta papal.

Un milagro, decían allí. Un milagro del que allí llamaban ya el Papa Bautista, en referencia al profeta del desierto, que anunció al Mesías y no tuvo empacho en señalar con el dedo acusador los desmanes de Herodes. Denuncias que, por cierto, le costaron la vida.

Paz en Tierra Santa y unidad en la Iglesia. Era su segundo reto. Tan difícil o más que el primero. Porque la división de los cristianos es profunda y dura desde hace siglos. El gran anhelo de Jesus, pidiendo al Padre el don de la unidad (ut unum sint) pronto se hizo pedazos y las dos grandes ramas del cristianismo se separaron y se excomulgaron mutuamente. Y hasta se combatieron sin piedad.

 

Pedro y Andrés, enfrentados. La Iglesia de Oriente contra la de Occidente y viceversa. Los dos pulmones del cristianismo partidos por la mitad. Hace 50 años, precisamente en Jerusalén, Pablo VI y Atenágoras se daban el primer abrazo desde la separación y se levantaban mutuamente las excomuniones. Desde entonces, el ecumenismo dormitó, como una barca varada en la playa. Con buenas palabras y buenos deseos, pero pocas realidades.

Francisco y Bartolomeo quisieron escenificar un nuevo abrazo de Pedro y Andrés. Ante la tumba vacía, de la que partieron muchos enfrentamientos, pero también la búsqueda de la unidad. Esta vez y de la mano de Francisco con pasos reales y concretos. El Papa, consciente de que Roma ha sido, para los ortodoxos, piedra de escándalo de cara a la unidad, quiere que deje de serlo. Roca, sí, pero de comunión, no de tropiezo.

Y para evitar el obstáculo, Francisco propuso una nueva forma de ejercer el privilegio petrino. Un papado "en comunión y reconocido por todos". Una especie de redimensionamiento del papel del Papa, que pasaría a ser un primado de comunión, una especie de Primus inter pares. Y, en un horizonte cercano, la posibilidad de compartir la oración, los sacramentos, los lugares de culto y los recursos y servicios pastorales.

Francisco, el Papa de la primavera, ha conseguido hacer florecer los fusiles israelo-palestinos y que en el desierto del ecumenismo asome el oasis de un camino que llevará, a marchas forzadas, a la fuente de la unidad. Y es que este Papa hace milagros. En este viaje, dos. Y de los grandes.


El estrambote


Y, para remachar, el encuentro con los periodistas en el viaje de regreso a Roma. Hablando sin red. En la Iglesia de Bergoglio, siempre en salida, siempre en proceso, siempre abierta al cambio, todo se puede hablar y cuestionar. Hasta el celibato, un tema tabú, que queda abierto. Es probable que asistamos a la aceptación del celibato opcional en el catolicismo.

Y, por supuesto, la condena sin paliativos de la pederastia del clero, a la que comparó con "una misa negra". Y su decisión de seguir siendo "barrendero de Dios". No sólo con la pederastia, sino con los dineros y con la Curia. Incluso en ella se terminaron los intocables. Tanto que el Papa confirmó que el hasta hace poco número dos del Vaticano, Tarcisio Bertone, está siendo investigado. Y de él hacia abajo, nadie va a gozar de inmunidad e impunidad. Y, por último, la confirmación de que, cuando cumpla su misión, cuando le falten las fuerzas, renunciará al papado. Con total normalidad.(José Manuel Vidal-RELIGION DIGITAL)