En su artículo, Magister advirtió que el Santo Padre tendrá para el 2015 o 2016 –cuando aborde las conclusiones del Sínodo de la Familia-, “la formidable presión ejercida por una opinión pública que, previsiblemente, estará casi toda ella a la espera de un sí” a la comunión a los divorciados en nueva unión.
Una presión, recordó, que en su momento enfrentó Pablo VI en los años sesenta cuando “tenía que decidir sobre la licitud de los anticonceptivos con teólogos, obispos y cardenales alienados en una gran parte a favor”.
“Pero en 1968 Pablo VI decidió en contra con la encíclica ‘Humanae vitae’. Una encíclica que fue agriamente contestada por parte de enteros episcopados y con la desobediencia de innumerables fieles. Pero que hoy el Papa Francisco, como siempre también aquí sorprendente, ya ha dicho que quiere asumir como su proprio parámetro de referencia”, señaló.
En ese sentido, Magister recordó las declaraciones de Francisco al "Corriere della Sera" el 5 de marzo, cuando dijo que “todo depende de cómo sea interpretado el texto de 'Humanae Vitae'. El propio Pablo VI, hacia el final, recomendaba a los confesores mucha misericordia y atención a las situaciones concretas. Pero su genialidad fue profética, pues tuvo el coraje de ir contra la mayoría, de defender la disciplina moral, de aplicar un freno cultural, de oponerse al neomalthusianismo presente y futuro. El tema no es cambiar la doctrina, sino ir a fondo y asegurarse de que la pastoral tenga en cuenta las situaciones de cada persona y lo que esa persona puede hacer”.
“El enigma Francisco está todo él contenido en este formidable elogio de la ‘Humanae vitae’. Porque de este Papa ‘que viene del fin del mundo’ nos podemos ciertamente esperar de todo, también que sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar tome al final una decisión ‘contra la mayoría’: es decir, una decisión que reconfirme de manera intacta la doctrina del matrimonio indisoluble, aunque esté dulcificada por la misericordia de los pastores de almas antes situaciones concretas”, expresó Magister.
En ese sentido, recordó durante la canonización de San Juan Pablo II, Francisco “sabía con seguridad lo que el Papa emérito había dicho unas semanas antes sobre este gran predecesor suyo: ‘Juan Pablo II no pedía aplausos y tampoco miraba a su alrededor preocupado por cómo serían acogidas sus decisiones. Él actuó partiendo de su fe y de sus convicciones y estaba dispuesto a asumirse los golpes. El coraje de la verdad es un criterio sobresaliente de la santidad’”.