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17 - 09 - 2013 - PAPADOS - Francisco

En seis meses se ha visto que es en los coloquios donde fluye la inmensa vida espiritual del Papa Francisco, como en esta ocasión con sus sacerdotes en la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma. 

“Me siento sacerdote, confió. Y recorriendo también sus experiencias personales en Buenos Aires, reveló que jamás había tenido la tentación de sentirse más importante desde que es Papa. Al clero romano le pidió en particular que rezara por él. Sobre todo el 21 de septiembre, fiesta de san Mateo. Porque justamente ese día, hace sesenta años, descubrió la vocación al sacerdocio.

En la primera parte del encuentro -introducido por el Veni creator Spiritus(NdR: Himno al Espíritu Santo), y por un pasaje del Evangelio de Juan-, el Papa habló sobre todo de la buena fatiga del sacerdote por la misión en medio del pueblo. Ser sacerdote, aseguró, significa trabajar mucho, porque la gente tiene hoy más que nunca muchas exigencias. Y la sensación de la fatiga, añadió, comprende para el sacerdote también preguntas fuertes sobre sí mismo, sobre la bondad de la propia vocación y sobre las renuncias que ella comporta, la primera de todas la paternidad biológica. Pero es una fatiga que el sacerdote vive y supera con todo su ser. Entre los diversos ejemplos bíblicos a los que se refirió, el obispo de Roma indicó sobre todo a María, quien, como decía Juan Pablo II, tenía una peculiar fatiga en el corazón. Por lo demás, la oración y la cercanía a los demás, empezando por el propio obispo, son para el sacerdote un antídoto eficaz en los momentos de mayor fatiga.

El Papa Francisco respondió después a las preguntas de cinco representantes del clero romano, afrontando junto a ellos algunas cuestiones centrales en la vida de la Iglesia. Inmediatamente invitó a los sacerdotes a ser valientes, a tener una creatividad justa, que no significa hacer algo nuevo a la fuerza, para llegar a la necesaria conversión pastoral. Las parroquias, recomendó, deben ser siempre abiertas y acogedoras, con el confesor a disposición. También los laicos que se ocupan de la administración deben mostrar a la gente el rostro acogedor de la Iglesia. Se trata, en sustancia, de hallar siempre nuevos caminos para que el Evangelio sea anunciado y testimoniado en las realidades de la vida cotidiana. Así, es importante buscar nuevos caminos, adecuados a las personas a las que se dirige: facilitando, por ejemplo, la participación en los cursos pre-bautismales e involucrando a los laicos en misiones de barrio. En una gran ciudad como Roma, reconoció el Pontífice, la acogida cordial no es siempre fácil de organizar. Pero las personas, recalcó con fuerza, no deben tener jamás la impresión de hallarse frente a funcionarios con intereses económicos y no espirituales.

El obispo de Roma sugirió además tener viva la memoria del nacimiento de la propia vocación, del primer amor a Jesús: es el sentimiento propio de un enamorado, y el sacerdote debe estarlo siempre. Una Iglesia sin memoria, por lo demás, no tiene vida. Precisamente este estilo de memoria contribuye también a no caer en el riesgo de la mundanidad espiritual.
Otro aspecto decisivo es saber decir la verdad sin dejar nunca solas a las personas en dificultad. En efecto, la verdad de Dios va siempre al ritmo del acompañamiento personal. No se trata de ser de manga ancha o rígidos: ni una ni otra son actitudes misericordiosas. En cambio hay que acoger al otro, acompañarle, precisamente como Jesús con los dos discípulos de Emaús.
El Papa Francisco no ocultó ciertamente los problemas y los escándalos, incluso gravísimos, como la pedofilia, que afectan a la Iglesia. Pero la Iglesia no se cae, aseguró, respondiendo a un sacerdote que en su intervención se había referido al sueño de Inocencio III que vio a Francisco de Asís sostener el edificio vacilante de la Iglesia. Y no se cae porque hoy, como siempre, hay mucha santidad cotidiana: hay muchas mujeres y muchos hombres que viven la fe en la vida de cada día. Y la santidad es más fuerte que los escándalos. Al respecto, el Papa relató el diálogo telefónico, mantenido ayer domingo, con una mujer de Buenos Aires que le había escrito una carta en una servilleta de papel. Se la entregó el viernes el director de la televisión católica de la archidiócesis de Buenos Aires. La mujer, que hace la limpieza en el aeropuerto de la capital argentina, tiene un hijo toxicómano y desempleado. Y trabaja para él, esperando en el futuro del joven. Esta es la santidad, comentó el Papa.

El encuentro concluyó con tres preguntas sobre las periferias existenciales. Ante todo el Papa repitió las palabras pronunciadas en el centro Astalli, elogiando la generosidad de Roma, pero alentando a hacer todavía más. Y a las congregaciones religiosas que tienen pocas vocaciones volvió a recomendar que no caigan en la tentación de aferrarse al dinero, sino que tengan el valor de abrir las puertas a los necesitados.
Además para el Pontífice la realidad se entiende mejor desde la periferia, y no desde el centro, que en cambio hace correr el riesgo de atrofiarse. Y las periferias no son sólo las geográficas.

El obispo de Roma concluyó el encuentro afrontando las cuestiones relativas a la nulidad del matrimonio, un tema que importa a Benedicto XVI. E hizo saber que hay propuestas, estudios y profundizaciones en curso. De ello hablarán en octubre el grupo de los ocho cardenales y el próximo sínodo de los Obispos. Estas situaciones, añadió, son una auténtica periferia existencial, que exige valentía pastoral, siempre en la verdad y en la justicia.(L' Osservatore Romano)