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Abadesa de San Luis: El sábado de las mujeres
19 - 04 - 2014 - IGLESIA - Europa

Entrevista con la madre Loconte, abadesa del monasterio de las clarisas “San Luigi” de Bisceglie: “Creo que el sentido de hoy parte del Viernes, de la muerte del Hijo. De Su Grito

Un locutorio acogedor iluminado por una ventana y, más allá del vidrio, una calla roja. Para poder verla, además de la pared que divide, la mirada debe viajar a través de una rejita. Cuando, sonriente, entra a la habitación, la madre Ludovica Loconte abre el pestillo y se asoma para abrazarme: “¡Bienvenida!”, dice. Tiene un rostro joven y una sonrisa abierta. La abadesa del monasterio de las clarisas “San Luigi”, en el centro de Bisceglie, aceptó nuestra petición de una charla-entrevista: a ella, que vive en el silencio claustral, pedimos que nos hablara del Sábado Santo. Sobre el silencio en el misterio de la pasión de Cristo y sobre el silencio de Dios en los asuntos de los hombres. Le preguntamos qué es el silencio, cómo hay que buscarlo y cómo hay que vivirlo.


Estas son las palabras de madre Loconte. La entrevista la hicimos uns días antes del Sábado Santo; hoy, la comunidad del Monasterio San Luigi está en absoluto silencio.

 

El grito del Viernes

Creo que el sentido del Sábado parte del Viernes, de la muerte del Hijo. El sentido parte de Su grito. Un grito imposible, que tal vez nunca se habrían esperado ni siquiera los carniceros ni los espectadores de aquel momento. Un grito que retoma un salmo de la oración de la tradición de la Iglesia (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, Salmo 22, 21, ndr.), pero que, en boca del Hijo de Dios, asume un significado dramático. Creo que ese grito trata de llenar el silencio entre el Hijo y el Padre, como si el Padre se hubiera retirado y el Hijo no lo encontrara. El Hijo puede haber aceptado todo, todo: suplicio, pasión, ultraje, pero esta ausencia del Padre no es posible. Es la agonía del Hijo, Él que sigue habñando desde la Cruz, aunque no esté el Padre.


Ese momento -dice la madre Ludovica- nunca lo entenderemos completamente. Creo que allí la omnipotencia del Padre está (si se pudiera decir en palabras humanas) en su máxima expresión, de tal manera que se vuelve impotente, porque su voluntad se está cumpliendo. En ese silencio el Padre está pagando el precio del Hijo. Y creo que el verdadero silencio, el que nos obliga casi a callar en obediencia a la vida (una obediencia libre y plena), es siempre la consecuencia de un grito altísimo, en el que están todas las preguntas del hombre, toda la tragedia de su ser criatura, de su debilidad. Y hay otro grito, que no aparece en el Evangelio y que tal vez no tiene voz, pero rompe el alma. El grito silencioso de una madre que está bajo la Cruz. En su discipulado, en ese seguir al Hijo que generó, María llega hasta el final. Ante el grito del Hijo de Dios y ante el silencio de su madre cualquier grito humano puede llenarse de sentido. Puede no desesperarse, no sentirse único ni solo.

 

El Sábado de las mujeres

No se puede soportar el silencio del Viernes Santo después de la muerte del Hijo: un terremoto, se agrieta el velo del templo, los muertos resurgen. Es un escenario terrificante, grave. Insoportable. Después está el silencio del Sábado, que viene hacia nosotros casi como una caricia. Manso, como para curar el mal que nos hemos hecho. Es extraño, la Iglesia está vacía: por la mañana celebramos nuestra liturgia y es el único día del año en el que no hay nada. No hay una Cruz, el tabernáculo está vacío, los manteles están guardados. La Iglesia está vacía como un sepulcro. Parece un día sin Dios. En la tradición bizantina las mujeres atraviesan en procesión las calles de la ciudad, derramando pétalos y perfumes. Esto nos pertenece, como mujeres. El Sábado es de María, y es de esa actitud femenina que sabe que la muerte no es el final. Lo llevamos inscrito en el vientre, en los dolores del parto: la mujer no se rinde con la palabra fin, aunque la haya escuchado tantas veces y se haya topado con ella tantas veces. Hay una esperanza que la vuelve a poner en marcha. Y el Sábado es el día absurdo en el que tal vez los apóstoles vuelven errantes al cenáculo porque no saben qué hacer, qué decirse, cómo explicar… Las mujeres que siguieron a Jesús se preparaban: son las que llevaron aceites aromáticos para ungir su cuerpo. Son las que esperan todavía, las que preparan, las que hacen algo para que la vida no muera, aunque esté muerta.

 


Un día bueno

En nuestra Iglesia, como en todos los lugares en los que nos preparamos para la Pascua, el Sábado coincide también con la preparación de una Iglesia en fiesta. Y sorprende siempre ver que lo que está desnudo, sin adorno, frío, va poco a poco retomando color, calor, perfume. Y lo hacen las manos de las mujeres, justamente como nos sucede en la fraternidad, que poco a poco comenzamos a adornar, a volver a poner signos y significados que hablan de la vida. Y que preparan a la vida. Y entonces, el silencio del Sábado es un silencio más humano, más soportable, que sabe llorar y ya no grita hasta desgarrarse las entrañas. Muy triste, claro, pero que ha adquirido mayor consciencia con lo que ha sucedido. Con toda la vida que ha sucedido. El Sábado Santo es un día bueno para el hombre. Pero no se improvisa, si no se ha participado de alguna manera -aunque sea una sola vez en la vida- en ese grito que nos ha desgarrado el alma.

 

El silencio que crea

 

Creo que Dios Padre es el silencio y que la Palabra es el Hijo que irrumpe desde el silencio. Es, pues, un silencio de vida, de relación, un silencio que genera, que crea, que multiplica. Y el Espíritu Santo, también, es esta voz que transmite con su ritmo a través de la historia, de los siglos, de las generaciones, de los pueblos, de las distancias, ese mensaje, esa Palabra generada por el silencio que es el Padre.

 

La escuela del silencio


El silencio puede ser verdad, puede ser justicia, puede ser solidaridad. Puede ser libertad. Y el silencio también puede ser amor. Pero es una escuela que exige el tiempo de toda una vida. Y me parece, por la experiencia monástica, que el silencio es el vocabulario de las palabras y los significados verdaderos. El silencio es donde todo recibe su valor preciso. Es el espacio en el que las cosas son generadas y mejor se forman. Todo esto puede ser muy difícil en una vida como la que vive hoy el mundo con sus ritmos, con la globalización, la virtualidad. No hay tiempo para el silencio. (Roberta Leone- VATICAN INSIDER)