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Juan Pablo II y su gran devociĆ³n por Santa Teresa de Avila
09 - 04 - 2014 - PAPADOS - Juan Pablo II

Cuando era seminarista, Karol Wojtyla se vio deslumbrado por la reforma del Carmelo que emprendió santa Teresa de Jesús, y por la espiritualidad de san Juan de la Cruz. Tanto, que sopesó hacerse carmelita, aprendió español para leer sus textos místicos, y llevó a cabo su tesis doctoral sobre el santo español. Por eso, cuando Juan Pablo II viajó por vez primera a España, Ávila, Alba de Tormes y Salamanca fueron escenarios claves para un Pontífice que se definía como Papa peregrino y se veía reflejado en la santa andariega.

El convento de la Encarnación, en Ávila, es un lugar tranquilo, uno de esos lugares abulenses en los que se respira su típica serenidad espiritual, que nace de la unión entre sobriedad castellana y religiosidad profunda. Entre sus muros conviven, desde hace siglos, no más de 30 carmelitas descalzas, que tienen a gala vivir en el mismo Carmelo en el que santa Teresa de Jesús tuvo su encuentro con Cristo resucitado y desde donde gestó la reforma de la Orden carmelitana, mientras descubría y explicaba que «también entre los pucheros anda Dios». En 1982, eran 28 las carmelitas que vivían en el convento. Sin embargo, en la víspera del 1 de noviembre de ese año, el tranquilo monasterio de la Encarnación se convirtió en un hervidero bullicioso de hábitos, tocas y escapularios, en el que se alojaron más de 700 monjas de clausura llegadas de toda España. 700 donde normalmente vivían 28. ¿El motivo? Que al día siguiente, todas iban a participar en un encuentro de 2.500 religiosas contemplativas con el Papa Juan Pablo II, quien, en su primera visita a España, había pedido ir a la cuna de la Mística Doctora, «un viaje que deseaba desde hace tanto tiempo», como él mismo reconoció.

Fascinado por el Carmelo

En la cocina de los tiempos de santa Teresa
El encuentro tuvo lugar en la huerta del convento de la Encarnación, y fue el primero de una jornada permeada de principio a fin por el espíritu y la obra de santa Teresa, a quien definió como «arroyo que lleva a la fuente, resplandor que conduce a la luz, y su luz es Cristo», y a quien citó cientos de veces. Allí, Juan Pablo II pudo leer una enorme pancarta hecha por las monjas, que decía: El Carmelo ama y ora por el Papa. Lo que la mayoría de ellas desconocía es que también el Papa amaba de forma especial la espiritualidad carmelitana desde que, siendo seminarista, Karol Wojtyla leyó en polaco a san Juan de la Cruz y conoció los pormenores de la reforma teresiana. De hecho, el joven Wojtyla se planteó ingresar como carmelita en el convento de Czerna, y aunque no llegó a hacerlo, aprendió español para leer a los dos místicos en su lengua nativa, e hizo su tesis doctoral sobre san Juan de la Cruz. Por tanto, era lógico que, dado que su primer viaje a España coincidía con el IV Centenario de la muerte de la santa, él mismo pidiese visitar tres enclaves teresianos: Ávila, Alba de Tormes y Salamanca.

En la Encarnación, visitó la clausura de la época de la santa, rezó ante su comulgatorio y, para sorpresa del obispo de Ávila, monseñor Felipe Fernández, que lo acompañó en todo momento, se detuvo casi de forma improvisada, durante largo tiempo y con un gran recogimiento, a orar de rodillas en la celda que, siglos atrás, había ocupado la primera mujer Doctora de la Iglesia. Después, partió a la celebración de una Misa multitudinaria a las afueras de la ciudad, en la que recordó que «Teresa de Jesús se ha hecho palabra viva acerca de Dios, ha invitado a la amistad con Cristo, ha abierto nuevas sendas de fidelidad y servicio a la Santa Madre Iglesia». Además, repasó cuánto y de qué forma enriquece la santa a los sacerdotes, a los obispos, a las religiosas, a los consagrados, a los seglares y, sobre todo, a los jóvenes, a quienes recordó «una sugestiva consigna teresiana que quiero ofrecer como mensaje: En este tiempo, son menester amigos fuertes de Dios».

De allí partió al monasterio de San José, primera fundación teresiana, y más tarde, a Alba de Tormes y a Salamanca. En el Carmelo de Alba, donde se venera su sepulcro y las reliquias incorruptas de su corazón y su brazo, el Papa hizo una extensa oración a santa Teresa, que concluía así: «¡Teresa de Jesús, escucha mi oración! Suba hasta el trono de la sabiduría de Dios la acción de gracias de la Iglesia, por lo que has sido y has hecho, por lo que todavía harás en el pueblo de Dios que te honra como Doctora y Maestra espiritual. Quiero hacerlo con tus mismas palabras de alabanza y bendición: ¡Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito! Amén». (José Antonio Méndez-Alfa y Omega)