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Las enfermeras mártires de Astorga ya son beatas
30 - 05 - 2021 - VATICANO - Causa de los Santos
El domingo se celebró la Eucaristía de acción de gracias por la beatificación de mártires laicas de Astorga, mencionadas por Su Santidad en el Ángelus, en la catedral de Ponferrada, León (España), presidida por el Obispo de Astorga, Mons. Jesús Fernández. (Fuente: Infovaticana)

La noticia de la beatificación ha sido, incluso en portales católicos, casi de pie de página. En la prensa generalista, silencio. Que la información religiosa no interese a una sociedad básicamente secularizada y poscristiana tiene sentido. Pero hay un factor que contribuye también a este silencio: la rescritura de nuestra historia. Tenemos una ley, llamada de Memoria Democrática, por la que el Gobierno decreta qué debemos recordar los españoles de nuestro pasado, un guion sesgado, simplista y terriblemente maniqueo impuesto por decreto. Pero miles -sin exageración- de episodios de ese delicado periodo que nuestros gobernantes quieren convertir en una película de buenos y malos en la que el bando republicano solo sufrió y el nacional solo oprimió, ofrecen un cuadro muy distinto al oficial. Como, precisamente, el terrible destino de las mártires de Astorga. El historiador Javier Paredes narra el acontecimiento en Hispanidad Digital, y no nos resistimos reproducirlo, dejando fuera el final para quien quiera pueda leerlo en la web original: “Poco antes de quedarse ciega, Concha Espina relató el suplicio y el martirio de estas tres mujeres en uno de sus libros publicado en 1941, que es una auténtica joya literaria, desde el título, Princesas del martirio, hasta la última página. Concha Espina describe la geografía donde tuvieron lugar los hechos con estas palabras: “San Pedro de Somiedo, una collación montaraz en el límite de dos provincias, trágico frente de guerra que divide a dos marcas españolas: la de León, llena de la fe en Cristo; la otra de Asturias, envenenada por los enemigos de Dios, enemigos también de la Humanidad”. El victimario fue un socialista leonés, Genaro Arias Herrero, presidente de la Casa del Pueblo, que la noche antes de asesinarlas encerró a las tres enfermeras en la Casa del Pueblo del PSOE, convertida en checa, para que cuantos quisieran pudieran violarlas. El jefe de los socialistas trató de amortiguar los gritos de estas tres mujeres con el chirriar de una carreta de bueyes, que hizo circular alrededor de la checa durante toda la noche. La carreta llevaba el cadáver de un sacerdote, que él mismo había asesinado unas horas antes. Genaro Arias Herrero, conocido en la comarca por el alias de “El Patas”, tenía 34 años cuando asesinó a las tres enfermeras y todo un historial criminal, que le había convertido en el terror de su comarca. Había nacido en una aldea cerca de Cistierna (León), pero residía en Villaseca de Laciana a poca distancia de Villablino (León), donde era el líder del socialismo de la zona, ya que había sido elegido presidente del sindicato minero de la UGT y de la Casa del Pueblo del PSOE de Villaseca de Laciana. Desde que se proclamó la Segunda República en 1931, El Patas dirigió todas las huelgas y las manifestaciones revolucionarias de la comarca. Cuando los socialistas fueron derrotados en las urnas y dieron el golpe de Estado en 1934, que algunos llaman falsamente Revolución de Asturias, Genaro Arias Herrrero asaltó la mina “Teófilo”. Y cuando estalló la Guerra Civil, concentró a un grupo de unos trescientos hombres, de los que se valió para realizar registros y saqueos en la zona de Villaseca de Laciana, robando animales, dinero y pertenencias de los vecinos. El Patas asaltó las casas cuartel de la Guardia Civil y detuvo a los guardias civiles de Villaseca de Laciana, Caboalles de Abajo, Villablino y Murias de Paredes y a las mujeres de los guardias civiles se las llevó a la zona roja. A una de las vecinas, llamada Trinidad Feito, el socialista Genaro Arias Herrero le manifestó que no se ganaría la guerra, hasta que no se matara a todas las personas de derechas. El Patas, incluso, trató de asesinar a la madre de Trinidad Feito, alegando como motivo que cuatro de sus hijos luchaban en el ejército de Franco, crimen que el socialista no consiguió consumar, gracias a que los vecinos protegieron a aquella pobre mujer. Cuando llegaron las tropas de los nacionales a Villaseca de Laciana, el 10 de agosto de 1936, El Patas huyó a Pola de Somiedo, donde se impuso como presidente del Comité revolucionario. En esta localidad asesinó a un guardia civil retirado, que ejercía como juez municipal, al secretario del juzgado y a otro vecino. Y aquello solo fue el principio de una serie de asesinatos y robos cometidos por él en el Valle de Somiedo, donde sembró el terror. Tras el asalto del ejército rojo al hospital de Somiedo, acudió al lugar para participar en la masacre, asesinó por su propia mano al sacerdote y se hizo cargo de los prisioneros de aquella avanzadilla del ejército nacional, entre las que se encontraban nuestras tres enfermeras de la Cruz Roja. María Pilar, Octavia y Olga habían acudido voluntarias para atender a los enfermos del hospital del puerto de Somiedo. El 27 de octubre de 1936 comenzó su calvario, cuando los rojos asaltaron esa posición y arrasaron el hospital, rematando hasta matarlos a los heridos en sus camas y haciendo prisioneras a las tres enfermeras. La llamada Revolución de Asturias no fue otra cosa que un golpe de Estado de los socialistas. Golpe de Estado revolucionario, naturalmente De nada valieron las súplicas de los mandos militares, del médico y del sacerdote en favor de los heridos y de los convalecientes del hospital de Somiedo. El comportamiento de quienes solicitaron piedad para los asaltados, lo describe Concha Espina con estas palabras: “Acaso esperaban compasión para ellos, con esa hidalguía natural del que es «hijo de algo», miembro de las alcurnias del alma, brote de una creencia y de una virtud que decoran al soldado, lo mismo que al general, dentro del ejército católico”. Por otra parte, a los socialistas que asesinaron a los enfermos y apresaron a las tres enfermeras, Concha Espina les enjuicia así: “Pero los asaltantes eran «hijos de nada», producto del anarquismo y la disolución de Europa, mortífero veneno de la sociedad”. Durante el asalto, a las tres enfermeras se les presentó la oportunidad de huir y ponerse a salvo de sus captores, pero se negaron a abandonar a sus enfermos. Olga, la más joven de las tres pues tenía solo tenía 19 años recién cumplidos, fue alcanzada en una ceja por el roce de una bala y de la herida brotó la sangre, que tiño de rojo su uniforme blanco. Al momento uno de sus pacientes le sugirió que dejase de atenderlos, para curarse ella misma, pero la enfermera le respondió: —“¿Curarme? ¿Para qué? Ya es inútil; no hay tiempo. Vamos a morir y enseguida a resucitar entre los mártires del Señor. Nos separaremos apenas unos instantes para reunirnos eternamente”.