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Artículo: "Emergencia educativa" (ni una línea de más...buenísimo)
16 - 03 - 2014 - CULTURA - Educación

Existe actualmente gran preocupación en numerosos países por el estado de “emergencia educativa” en que se hallan. De ordinario, esta expresión alude a la falta de los conocimientos debidos por parte de las nuevas generaciones. Más grave, a mi entender, es la situación de emergencia o de colapso en cuanto al modo de pensar.

Si en un examen de filosofía contemporánea, un alumno ignora que Max Scheler y Nicolai Hartmann escribieron sendos tratados de ética, carece de los conocimientos necesarios. Si piensa que la libertad y las normas se oponen siempre, no sabe pensar con la necesaria precisión. Éste no es un fallo meramente académico; afecta a la vida personal del alumno: la desconcierta y bloquea.

De esta emergencia formativa de tipo cualitativo hablaremos seguidamente.

Comencé, un buen día, un curso de ética explicando el tema de la libertad: sus distintas formas, las posibilidades que nos abren, las condiciones que nos fijan… De pronto, una alumna me interrumpió, para decirme aire maternal: «Profesor, no se fatigue; todo es muy sencillo. La libertad y las normas se oponen y debemos escoger. Yo me quedo con la libertad y dejo a un lado las normas». Sus compañeros me miraron expectantes, temerosos de que me opusiera vehementemente. Pero yo respondí con toda serenidad:

«Estoy de acuerdo con usted en que la libertad y las normas se oponen; pero sólo en el nivel 1; en el nivel 2 sucede todo lo contrario; se complementan y enriquecen”.
«¿A qué niveles se refiere?», me preguntó la alumna.
«A los ocho planos de realidad y de conducta en que podemos vivir los seres humanos», respondí yo.
«Y, para conocer la ética, ¿debemos distinguir y conocer estos niveles?», agregó la joven.
«¡Claro! ‒le indiqué‒. Sin eso no damos un solo paso firme, no podenos fundamentar la vida ética. Porque la ética describe nuestro proceso de desarrollo como personas. Nosotros nos desarrollamos recibiendo posibilidades de las realidades del entorno. Estas realidades son de tipo distinto, ya que pertenecen a diferentes niveles. De ahí que nuestra relación con ellas sea diversa en cada caso, pues debe ajustarse a la lógica propia de cada nivel. Es distinto relacionarnos con la madera de un violín y con un concierto de Mozart para este instrumento. Conocer esos niveles y sus distintas formas de lógica es decisivo para crecer”.
Y me apresuré a analizar los ocho niveles de realidad y de conducta, cuatro positivos y cuatro negativos. Fue el curso más fecundo de mi vida, porque los jóvenes me oyeron ávidos. Notaban que aquello les abría todo un mundo ante los ojos, les articulaba la mente, les daba alas, les permitía ordenar sus pensamientos, vincularlos con sus deseos, orientarlos a sus ideales. A partir de entonces, tuve clarísimo el método que debemos seguir para superar la emergencia educativa y asumir las inmensas posibilidades de desarrollo personal que nos facilitan los niveles 2, 3 y 4. Con ello estamos en disposición de evangelizar las culturas (Pablo VI) y emprender una nueva forma de evangelización (Juan Pablo II). Veámoslo un tanto de cerca.

La situación en que se encuentra el educador es a menudo de suma pobreza, casi diríamos calamitosa. En su renombrado libro Tras la virtud, A. MacIntyre escribe: «Ha habido una catástrofe que interrumpió la transmisión del saber moral y, más ampliamente, de sus fundamentos»[1]. Esta afirmación es, de veras, inquietante. Alude a un colapso de la formación ética. ¿Cómo salvar esta quiebra? A mi entender, sólo hay un camino: vivir el proceso de desarrollo humano de modo tan auténtico que nos quede claro, por propia experiencia, que la vida ética supone un ascenso ilusionante a la plenitud de la vida personal. Es toda una labor de desescombro y reconstrucción. Pero de reconstrucción tan bien articulada, que, cuando un niño, un joven, un adulto inicie el proceso de crecimiento, intuya que está comenzando una vida nueva, abierta a inmensas posibilidades de realización.

Y, para mostrar que esto es posible, invito a mis alumnos a comenzar ya, sin más preámbulos, para que se vean enseguida insertos en un proceso de dinamización creativa. Este proceso comienza cuando se hacen cargo de que crecer es ley de vida. Crecen el vegetal y el animal, por un impulso interno inconsciente. Los seres humanos debemos también crecer, no sólo en el aspecto fisiológico sino también como personas. Este segundo aspecto del crecer no es automático; necesitamos saber cómo hemos de crecer, y de ahí la necesidad de una formación adecuada.

Para crecer, debemos ejercitar nuestras potencias: movernos libremente, andar, hablar, manejar objetos… Pero estas actividades sólo tienen sentido y eficacia cuando recibimos posibilidades del entorno. Esas posibilidades las recibimos jugando. Jugar ‒en sentido filosófico preciso‒ significa recibir posibilidades para crear con ellas algo nuevo valioso: por ejemplo, jugadas, en los juegos de mesa y en el deporte ‒cuya meta es dominar el campo adversario‒; formas, en el arte, para «engendrar obras en la belleza» (como indicaba Platón); escenas, en el teatro, destinadas a mostrar la «intrahistoria» de unos personajes.

Ascenso del nivel 1 al nivel 2. Uno de los juegos que podemos realizar es, por ejemplo, el ajedrez. Para jugar necesito un tablero. Tomo una tabla cuadrada. Es mía, puedo hacer con ella lo que quiero. A este nivel de mi vida en el que dispongo de objetos y los pongo a mi servicio vamos a llamarle nivel 1.

Este dominio que tengo de objetos en el nivel 1 no me satisface, pues para crecer como persona necesito actuar de forma creativa. Y la creatividad auténtica comienza cuando asumo activamente posibilidades para generar algo nuevo dotado de cierto valor. Para actuar de este modo creativo pinto, en la tabla que poseo, unos cuadraditos en blanco y negro, y la transformo en tablero. El tablero es una realidad abierta, por cuanto nos ofrece un cauce para realizar las actividades que propone el reglamento del juego. He transformado la tabla ‒la convertí de objeto cerrado en realidad abierta‒, y ahora debo transformar mi conducta respecto al tablero. En vez de poseerlo y dominarlo, debo obedecerle, por ser el cauce del juego que voy a realizar conforme al reglamento. Justo cuando renuncio a mi libertad primera ‒la libertad de maniobra‒, adquiero un tipo superior de libertad, la libertad para crear una forma de juego. Al moverme con esta libertad creativa entre realidades abiertas ‒que, como el tablero, me ofrecen posibilidades para crecer‒, me hallo en el nivel 2. Subir del nivel 1 al nivel 2 es decisivo en la vida humana.

La experiencia del poema. Dentro del nivel 2, puedo elevarme a un plano todavía superior al del ajedrez. Alguien me regala un folio en el que se ha escrito un poema. Con el papel puedo hacer lo que quiera. Con el poema, no. He de asumir activamente las posibilidades que me ofrece para declamarlo y darle vida. Mi declamación es libre, pero con libertad creativa, vinculada a las condiciones del poema. El poema me inspira, guía e impulsa; yo lo configuro a él. Me siento llevado por él, pero soy yo quien le da un cuerpo sonoro. Los dos colaboramos por igual. De aquí se deduce que, si deseamos crecer, debemos renunciar en alguna medida a la libertad de maniobra ‒capacidad de actuar conforme a nuestros gustos‒, y adquirir un modo de libertad creativa o libertad interior, que nos permite ser creativos precisamente cuando obedecemos a las realidades valiosas que nos otorgan posibilidades.

Observemos que nadie nos obliga a renunciar a la libertad de maniobra. Somos nosotros los que decidimos con gusto hacerlo, porque intuimos que vincularse por decisión interna a lo valioso ‒es decir, ob-ligarse‒ es el camino para enriquecernos y crecer. Advertir que nos vamos enriqueciendo nos causa verdadera ilusión.

Las experiencias reversibles. Esta ilusión se explica porque acabamos de descubrir, por nosotros mismos, un tipo superior de experiencias: las experiencias reversibles, o bidireccionales. De ellas depende nuestro crecimiento personal, pues en ellas aprendemos a ser creativos, al aceptar el hecho de que debemos ser receptivos y activos a la vez. Gracias a esta doble condición, podemos dar vida a obras literarias y musicales y unirnos a ellas con un modo de unión superior a las formas superficiales de unión propias del nivel 1. De nuevo observamos que sólo al obedecer a algo valioso crecemos como personas. Vislumbramos ya el secreto de la vida personal, lo que podemos llamar la «lógica de la vida creativa»: obedecemos a lo que nos perfecciona sin ser coaccionados, sino movidos por la necesidad de crecer y perfeccionarnos. Esa obediencia es la actitud propia de quien se siente inspirado y se deja llevar de aquello que lo enriquece.

Ascenso del nivel 2 al nivel 3. El descubrimiento del encuentro y el ideal de la vida. Al entrar en el campo de estas experiencias reversibles, descubro rápidamente la forma más alta: el encuentro, que es la unión estrecha de dos personas deseosas de crear un estado de enriquecimiento mutuo. La experiencia me dice que también aquí tengo que obedecer si quiero crecer. Efectivamente, el encuentro, para darse, me exige ser generoso, veraz, fiel, cordial, comunicativo, participativo… Si cumplo estas condiciones y tengo la suerte de que otra persona adopte la misma actitud, tiene lugar el encuentro. Y, con él, vienen sus frutos: nos da energía interior, luz para conocer, alegría, entusiasmo, plenitud, felicidad. Al darme cuenta de que, incluso en momentos penosos, me basta encontrarme de verdad para tener alegría y ser feliz, concluyo que el valor más grande de mi vida ‒o sea, la fuente más copiosa de posibilidades de crecer‒ es el encuentro. Acabo de descubrir el ideal de mi vida, que es el ideal de la unidad ‒del amor auténtico‒, que va unido de raíz al ideal de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza.

Fijémonos en cómo la necesidad de crecer nos llevó

a) a distinguir meros objetos ‒realidades cerradas, dominables por nosotros‒ y realidades abiertas, que nos ofrecen diversas posibilidades;

b) a descubrir la necesidad de realizar varias transformaciones,

c) a realizar experiencias reversibles, que culminan en el gran acontecimiento del encuentro,

d) a descubrir, a la luz de los frutos del encuentro, el ideal de la unidad.

Nos hallamos en el momento decisivo de nuestro desarrollo personal, pues del ideal depende todo en nuestra existencia. Debemos en este momento concentrarnos, a fin de vivir la experiencia creativa que voy a relatar seguidamente, pues sus consecuencias positivas para nuestra vida serán indescriptibles.

La asombrosa capacidad transformadora del ideal de la unidad. El ideal de la unidad no es una mera idea; es una idea motriz, dinamizadora. Si elegimos siempre en virtud del ideal de la unidad ‒no de nuestras apetencias‒, este ideal orienta nuestras acciones y nos impulsa hacia la plenitud personal. Tal plenitud queda de manifiesto cuando alguien es capaz de afirmar, con la seriedad de las decisiones fuertes, que “el bien hay que hacerlo siempre; el mal, nunca”, “lo justo, siempre; lo injusto, nunca”… Al convertir el ideal de la unidad ‒entendido en toda su amplitud‒ en un principio interno de acción, nos situamos en el nivel 3, que es la cumbre de la vida ética. Notemos que esta entrega al ideal de la unidad, la bondad, la justicia, la belleza… no es fácil; supone un olvido de sí, de los propios gustos y caprichos, del afán de protagonismo y dominio. Pero justamente cuando nos elevamos a esta alta cota de generosidad y optamos por los grandes valores, es cuando experimentamos diversas transfiguraciones, que cambian nuestro modo de pensar y de actuar, y nos dan un toque de excelencia:

La “libertad de maniobra” se transforma en “libertad creativa” o “libertad interior”.
La vida anodina se colma de sentido.
La vida pasiva se vuelve creativa.
La vida cerrada se torna abierta, creadora de relaciones.
El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a ser vehículo viviente del encuentro.
La vida temeraria ‒entregada al vértigo‒ se torna prudente, inspirada por el ideal de la unidad.
La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal oblativo.
La fecundidad de este camino hacia el ideal, es decir, de este método

Un joven que viva así el proceso de crecimiento, aunando la adquisición de conocimientos y la realización de diversas transfiguraciones, adquiere luz suficiente para superar multitud de malentendidos, prejuicios y actitudes equivocadas, que lo alejan del verdadero camino de la felicidad.

1. Un joven centroeuropeo escribió, desolado, al renombrado teólogo Karl Rahner: «Mis amigos y yo nos lanzamos febrilmente en busca de la felicidad, y ahora nos vemos convertidos en carne de hospital. ¿Podría usted decirme qué es eso de la felicidad, que tanto ansiamos y nos destruye sin piedad?». Rahner se limitó a decirle que no debía pretender una felicidad demasiado grande. Haría bien en contentarse con la felicidad sencilla que anhelaron sus abuelos y sus padres[2].

Me temo que no consiguió desbloquear al pobre chico. En el nivel de desarrollo en que nos hallamos ahora ‒después de realizar los doce descubrimientos básicos del proceso de crecimiento‒, podríamos decirle al joven Roberto ‒que se siente traicionado por su propia ansia de felicidad‒ que lo malo no es buscar la felicidad sino hacerlo por un camino equivocado. En el nivel 1 ‒el del manejo de cosas y personas‒, podemos encontrar goces, acumular sensaciones placenteras, incluso excitantes, pero no la felicidad. Ésta surge, sin pretenderlo directamente, cuando subimos al nivel 2 y cumplimos las condiciones del encuentro: la generosidad, la fidelidad, la cordialidad, la comunicación que vincula el dar y el darse.

Fíjense de qué forma tan sencilla y tan eficaz le ayudamos a reparar un fallo, al tiempo que lo abrimos a las valiosas posibilidades que nos ofrece el encuentro y, derivadamente, el ideal de la unidad.

2. Un joven de diecisiete años confesó en un programa televisivo lo siguiente: «Hasta hace poco yo era totalmente feliz: amaba a mi madre ‒con la que vivo‒, admiraba a mi novia, me encantaba mi carrera. Pero un mal día me entregué al juego de azar y me convertí en un adicto, un ludópata. Desde entonces, ni mi madre, ni mi novia, ni mi carrera me interesan nada. Sólo me interesa una cosa: seguir jugando. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente. Y ahora me veo convertido en un esclavo». Aunque su tono fue de inmensa tristeza, el director del programa no le dijo una palabra de orientación; renunció a ser guía.

Nosotros podríamos decirle que no esté tan triste, porque le queda toda la vida por delante para disfrutar de un descubrimiento que va a hacer con nuestra ayuda, a saber: que jugar es algo beneficioso, pues nos divierte en cuanto promueve nuestra creatividad, pero dejarse seducir por una forma de juego que excita porque encrespa nuestra ambición nos roba la auténtica libertad y es fuente de amargura.

Con ello, no sólo le hacemos ver su error; le señalamos el camino de la libertad creativa, que lo llevará al encuentro con realidades valiosas y le proporcionará energía interior, gozo, entusiasmo, plenitud y felicidad. Sobradas razones para sentirse alegre.

3. En la película de Ingmar Bergman El silencio, una joven convive con un extranjero con el que no puede hablar por carecer de una lengua común. En un momento de intimidad, exclama: «¡Qué bonito es no poder entendernos!». Me pregunto si un joven que oye esto se da cuenta de la actitud ante la vida que ha adoptado esa joven y de los riesgos que implica para ella. ¿Podría sentirse contenta si supiera lo que significa alegrarse por no poder hablar con quien se tiene intimidad corpórea? Si no sabe contestar a esta pregunta, va por la vida con los ojos vendados, expuesta a mil peligros. Para evitarlo, le indicaremos que hay dos tipos de silencio: el silencio de recogimiento que inspira las palabras auténticas, desbordantes de sentido, y el silencio de mudez, que corta la comunicación para impedir que la palabra cordial cree vínculos, que conllevan ciertas responsabilidades. En el caso de la joven, el silencio de mudez la mantiene en un nivel infracreador, porque el lenguaje es el vehículo del encuentro, acontecimiento que nos constituye como personas. De ahí que dejar de lado el lenguaje nos baje al mero nivel 1, en el cual no germina la verdadera felicidad.

4. En su Diario íntimo, Unamuno hace esta confesión: «Soy un terrible egoísta. Ya no volveré a gozar de alegría. Lo preveo. Me queda la tristeza por lote mientras viva»[3]. Unamuno fue un triunfador. ¿Cómo se explica que una actitud egoísta lo despeñe hacia una sima de tristeza? Si le preguntamos a un joven estudiante qué relación media entre el egoísmo y la tristeza –e, incluso, la angustia‒ ¿sabrá contestarnos con la debida precisión? En caso negativo, ¿de qué modo podemos ayudarle a superar esa carencia? Sencillamente, advirtiéndole que el egoísmo provoca la entrega al proceso de vértigo, cuya tercera fase es la tristeza[4]. El vértigo es un proceso espiritual que nos seduce con algo que nos encandila, por ejemplo, una persona atractiva, pues nos promete multitud de goces fáciles; nos invita a dominarla mediante la seducción. Cuando lo conseguimos, sentimos euforia, un sentimiento de falsa plenitud personal. Falsa, porque al dominar a una persona la tratamos como si fuera un objeto, la bajamos al nivel 1, y no podemos encontrarnos con ella. Esto nos produce decepción y tristeza. Ahora vemos claramente la relación entre egoísmo y tristeza, y podemos explicar mil fenómenos de la vida diaria. Al descubrir el proceso de vértigo, estamos preparados para comprender su antónimo, que es el proceso de éxtasis. Éste nos lleva a lo mejor de nosotros mismos, al reino en que se da la verdadera felicidad, es decir, el campo del encuentro.

5. En un telediario de gran audiencia, se comunicó la muerte por sobredosis de la cantante Janes Joplin. Se cerró la información con esta frase: «Fue una joven totalmente libre». ¿Se habrán dado cuenta los oyentes del tipo de manipulación que supone este modo de informar? Si un joven sigue el método formativo que he propuesto, no se desconcierta al oír en un telediario que fue absolutamente libre la joven artista que acaba de morir de una sobredosis. Advierte enseguida que el comunicador confunde la libertad de maniobra, propia del nivel 1, y la libertad creativa, característica del nivel 2. Fue muy libre, efectivamente, en cuanto a la decisión de saciar sus apetencias, pero careció de la libertad creativa o libertad interior que la hubiera llevado a no elegir el goce excitante, que produce vértigo y destrucción, sino el gozo del encuentro, que nos depara verdadera felicidad. Él sabe que la adicción a la droga ‒como al juego de azar, el alcohol, la velocidad…‒constituye un vértigo, proceso espiritual que nos seduce y fascina, por tanto nos arrastra y nos despoja de la libertad creativa. Es un contrasentido afirmar que es absolutamente libre quien se entrega a un proceso que promete todo al principio, no exige nada y lo quita todo al final.

6. Para defender una ley abortista, un ministro de justicia escribió: «La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de él y de cuanto en él acontezca». Si queremos neutralizar esta afirmación, nos basta decir que confunde los niveles 1 y 2. Lo que afirma es cierto en el nivel 1, pero resulta falso en el nivel 2. Según la antropología filosófica actual más cualificada, la mujer y el varón no tenemos cuerpo; somos corpóreos. El verbo tener sólo puede usarse en el nivel 1; el ser humano –cuerpo, psique y espíritu- integra los niveles 1 y 2. Por eso no cabe hablar de la libertad, en general, porque es obvio que existen varias formas de libertad. El ministro se refería a la libertad de maniobra, que es la más elemental, por ser propia del nivel 1. Y dejaba de lado, injustamente, la libertad creativa, que surge en el nivel 2. Al vislumbrar que su afirmación era muy vulnerable, introdujo la palabra libertad porque actualmente es una palabra “talismán”, un término que por razones conocidas adquirió a partir de la revolución francesa tal prestigio que apenas osa nadie desde entonces ponerla en tela de juicio. Al oírla, multitud de personas tienden a aceptar cuanto se les diga por temor a ser tachadas de no ser demócratas, otra palabra talismán temible en las disputas al uso.

Queda patente que existe un gran desconcierto y faltan auténticos guías que ayuden a superarlo. Tan grave carencia se agrava hoy debido al ejercicio creciente y poderoso de la manipulación. Ya sabemos que es poderosa la manipulación cuando se dirige a un pueblo poco preparado. Por eso, a mayor manipulación, mejor formación debemos dar al pueblo. Empezamos a entrever que no basta cualquier tipo de formación. Necesitamos una formación óptima, en el sentido que ahora indicaremos.

7. En un folleto editado por un gobierno autonómico se indica a niños y jóvenes que «tienen un cuerpo y deben disponer de él para ser felices». Se lo dicen de forma sugerente y amable, para darles la impresión de que están guiados por personas cordiales, afanosas de procurarles una felicidad plena. ¿Qué decirles a esos niños y jóvenes para que no caigan en la trampa que les tiende esa doctrina engañosa? ¿Tal vez que los están engañando para dominarlos mejor? Esto es cierto, pero, al decirlo, corremos peligro de que se pongan del lado de quienes, al parecer, están velando por su bienestar y felicidad.

A mi entender, lo adecuado es ayudarles a descubrir lo que es el nivel 1 de realidad y de conducta, y cómo, por la necesidad de crecer, subimos al nivel 2. Pronto advertirán los chicos mismos que lo que les proponen esos folletos los acantona en el nivel 1 y les oculta todo lo grande y prometedor que podrían descubrir en los niveles 2 y 3. Me refiero al encuentro y sus frutos, y luego el ideal de la unidad, con su inmenso poder de transfigurar y otorgar excelencia. Son ellos ‒los niños y los jóvenes‒ quienes lo descubren, con nuestra

ayuda, e inician, con ello su proceso de formación. Una vez iniciados en esta formación, adquieren luz suficiente para contestar de esta forma:

«A mí no me engañáis fácilmente, porque conozco los trucos arteros de la manipulación, que consiste en bajarnos del nivel 2 al nivel 1. Me proponéis que me aferre a la actitud del nivel 1: poseer, manejar y disfrutar. Puedo sacar de ahí ciertos goces pasajeros, ciertamente, pero renuncio con ello a las maravillas que me ofrecen los niveles 2 y 3: el gozo del encuentro, la verdadera amistad, los horizontes de dicha que me abren los grandes valores en el nivel 3. Lo que yo quiero es integrar los goces y los gozos, no quedarme sólo con los primeros ‒que son fugaces y a veces traicioneros, pues degeneran en adicciones‒ y condenarme a perder los segundos, que tienen otro alcance y afectan a la persona entera».

Esta soltura en el manejo de los términos y la articulación de los razonamientos la mostraron varios jóvenes que debatieron en un programa memorable de la TVE con otro grupo sobre el sentido del amor humano. El segundo defendía el amor libre; el primero era partidario del amor comprometido, que integra la sexualidad y la amistad, la amistad y la fundación de un hogar, el hogar y la donación de vida a nuevos seres. Fue una sorpresa para todos observar cómo estos jovencitos matizaban los conceptos, distinguían por ejemplo la pasión y el amor, y supeditaban lo agradable a lo fecundo. Al día siguiente, hubo un afán general de saber quiénes eran esos chicos y de dónde habían salido. Era muy sencillo: habían hecho un curso en la Escuela de Pensamiento y Creatividad, y habían asumido el método que he propuesto anteriormente.

De aquí se deduce que, en la situación actual, todo método formativo debe esforzarse en ayudar a niños y jóvenes a descubrir el camino que los lleva a desarrollarse cabalmente, adquirir plenitud humana y ser felices. Esto empiezan a lograrlo en el nivel 2, lo perfeccionan notablemente en el nivel 3 ‒el de los valores‒ y lo llevan a perfección en el nivel 4, el propiamente religioso. En cuanto los chicos se den cuenta de las inmensas posibilidades que se les han abierto en este impresionante proceso de desarrollo, se revolverán contra quienes intenten reducir su vida al escaso recorrido del nivel 1. He aquí de qué modo tan preciso y claro les hemos ayudado a recorrer el camino que lleva a la plenitud y la felicidad.

Cuando nos dirigimos a personas creyentes, podemos fundamentar el desarrollo de la afectividad de los jóvenes directamente en la figura de Jesús, que encarna a perfección el ideal de la unidad. Es la vía seguida por prestigiosos escritores y conferenciantes actuales[5]. Cuando nos dirigimos a un público más amplio, en el que pueden figurar jóvenes no creyentes o poco practicantes, estimo que puede ser muy útil ir paso a paso subiendo del nivel 1 al 2 ‒el del encuentro‒, de éste al 3 ‒el de los valores‒, y de éste al 4, el de la experiencia religiosa, con las poderosas formas de transfiguración que presenta. Cuestiones tan significativas como la expresividad singular del lenguaje bíblico, pasajes tan hondos como la parábola del hijo pródigo, la conversión de San Pablo hasta su culminación en la transformación en Cristo, la condición “resucitada” de la vida de los fieles cristianos según S Pablo y tantas otras pueden ser vividas con una hondura insospechada por los jóvenes si experimentan en sí mismos las diversas transfiguraciones que tienen lugar en los niveles 2 y 3[6].

La superación de ciertas orientaciones destructivas

La eficacia de este método no se reduce a superar malentendidos intelectuales o fallos de conducta. Nos permite, en las situaciones límite, dar el salto a una vida auténtica. Perfecciona nuestro estilo de pensar y ajusta nuestras actitudes a las exigencias básicas de la vida. Al hacerlo, nos da luz sobrada para superar de raíz ciertas orientaciones letales para la vida del espíritu. Veámoslo en esquema:

1) Con la ayuda del método esbozado, superamos la emergencia educativa, de tipo cualitativo, por cuanto, al descubrir las experiencias reversibles, el encuentro y el ideal de la unidad, descubrimos la lógica propia de los niveles 1, 2 y 3, y aprendemos a pensar de forma adecuada a los diversos modos de realidad. Al pensar de forma precisa, podemos superar mil prejuicios y malentendidos, y neutralizar el poder destructivo de la manipulación y las diversas adicciones patológicas[7].

2) Nos preparamos, con ello, para “dar la batalla de las ideas”, y atajar el peligro que suponen para la sociedad las ideologías, con su habilidad para confundir las ideas, tergiversar el lenguaje, manipular los razonamientos. Frente a este sinuoso adversario no tenemos más defensa que cultivar el arte de pensar con rigor y expresarnos con toda precisión. Es la única forma segura de superar la situación de emergencia provocada por la voluntad de dominar las mentes a todo precio.

3) Evitamos el “reduccionismo”, pues, al subir de nivel, sentimos que se enriquece nuestra vida ‒sus conceptos, su capacidad creativa, su sentido…‒; no buscamos el goce sino el gozo; no nos contentamos con la vecindad, sino buscamos el encuentro; no pretendemos sólo nuestro bien, sino que procuramos la felicidad de los demás. Descubrimos, por propia experiencia, que el encuentro es el valor supremo, por ser un estado de enriquecimiento mutuo, y empezamos a entrever la grandeza asombrosa de la unidad en la vida humana. Por eso la meta de nuestro proceso de formación es comprender la importancia decisiva del encuentro –en todas sus modalidades– y descubrir el ideal de la unidad, para luego optar por él. Ya vemos que, al subir de nivel, ascendemos a lo mejor de nosotros mismos, allí donde se nos abren los horizontes más prometedores de vida lograda. ¿Cómo vamos a querer reducir ‒es decir, empobrecer‒ todo aquello que nos lleva a pleno logro? Al vivir los doce descubrimientos, nos vacunamos contra el reduccionismo y nos abrimos, ansiosos y confiados, a las inmensas posibilidades que nos ofrece la vida.

4) Con ello, neutralizamos la tendencia al subjetivismo relativista, ya que, al desarrollarnos mediante el ejercicio de las experiencias reversibles, descubrimos que lo equilibrado es pensar de modo relacional. Al hacerlo, vinculamos en una experiencia reversible el sujeto y el objeto; el sujeto, visto como realidad abierta a cuanto lo rodea, y el objeto, realidad que el sujeto puede convertir en realidad abierta cuando lo asume en un proyecto propio y lo descubre como fuente de posibilidades. En la vida estética, por ejemplo, asumo las posibilidades que me otorga una realidad artística ‒que es más que un mero objeto‒ y le ofrezco mi capacidad de configurarla, dándole vida al otorgarle un cuerpo sonoro. Por ello, lo importante no es el sujeto solo ni el objeto solo, sino ambos unidos y enriquecidos mutuamente. Lo importante no eres sólo tú, lo importante no soy sólo yo; lo decisivo es lo que sucede “entre” tú y yo: he aquí el inspirado lema de la mejor filosofía dialógica[8].

5) A medida que perfeccionamos así nuestra vida, la llenamos de sentido y superamos la tentación del nihilismo. Al elegir en virtud del ideal de la unidad y confirmar en todo momento su fecundidad, sentimos que en él radica nuestra verdad como personas, y no tenemos otro empeño que vivir en ella, de ella y para ella. Al crear más y más interrelaciones valiosas, notamos que nuestra vida adquiere una densidad inquebrantable, capaz de hacer frente a las perplejidades intelectuales y espirituales de un pensamiento débil. Nuestra seguridad interior crece en cuanto ganamos capacidad de crear relaciones valiosas, que dan lugar a realidades de alto rango ontológico.

La orientación de los deseos

La exposición anterior puede dar la impresión de que el método expuesto concede primacía al afán de superar la confusión intelectual mediante el cultivo del arte de pensar con rigor, con la consiguiente clarificación de conceptos y esquemas mentales, y apenas presta atención a lo que Monseñor Munilla denominó acertadamente “emergencia afectiva”. Es cierto que hoy se da profusamente ‒sobre todo en edades tempranas‒ una peligrosa “anarquía del deseo”. Muchas personas actúan como si los deseos llevaran en sí su propia justificación y los consideran determinantes a la hora de elegir. De ahí su afán compulsivo de satisfacerlos sin demora, como si tuvieran un temor invencible a la frustración que les supondría la renuncia a saciarlos.

Para superar de raíz esta tendencia narcisista y epicúrea, mi método considera como imprescindible en el desarrollo ético la serie de transfiguraciones que nos llevan a descubrir y realizar el encuentro, el cual ‒con sus espléndidos frutos‒ nos da luz y energía para descubrir el ideal de la unidad y optar decididamente por él. Este ideal no es una mera idea; es una idea motriz que lo transfigura todo. Para mayor claridad, dejé constancia expresa anteriormente de las siete transfiguraciones que opera dicho ideal y que dan a nuestra conducta un toque de excelencia.

Cuando, tras un proceso de maduración ética impulsado por una voluntad de transfigurar realidades, conceptos y actitudes, tomamos el ideal de la unidad ‒y sus afines: el de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza‒ como canon de vida, nuestros deseos e impulsos dejan de vagar anárquicamente por nuestros trasfondos y tienden a ordenarse bajo el poder de imantación que ejerce dicho ideal. A la luz de su amplia experiencia con jóvenes, advirtió un día Chiara Lubich ‒la carismática fundadora de los focolares de la unidad‒ que la lucha juvenil por la pureza se aquieta de ordinario cuando se polariza la vida en torno al ideal de la unidad. Ciertamente, el ideal regula los deseos en cuanto integra las distintas energías ‒las corpóreas y las espirituales‒ y las pone al servicio de una misma meta elevada.

De todo lo anterior se deduce que el método propuesto nos permite vivir una vida ética valiosa y transmitirla a los demás. Gracias a él constatamos, por propia experiencia, lo fecundo que es nuestro proceso de desarrollo cuando logra descubrir el encuentro y el ideal de la unidad, y optar firmemente por él. Esta fecundidad del método nos permite llegar a conclusiones rápidas, lúcidas y convincentes. Esto sólo es posible tras un largo esfuerzo por clarificar la lógica de los diversos niveles en que podemos vivir. El que desee aplicar este método necesita conocer bien esta lógica y saber, a cada instante, en qué nivel se mueve cada uno. El método no es una llave para abrir puertas de forma expeditiva. Es un guía que te indica cómo puedes llegar a conocer de forma bien articulada y penetrante el proceso humano de desarrollo. Pero no te ahorra el trabajo de recorrer ese camino.

En cuanto inicies la marcha, encontrarás muchos motivos para proseguirla, y cada día con mayor entusiasmo. Pero eres tú quien debe comenzar y perseverar. El método te enseña la forma de acomodar tu estilo de pensar a cada tipo de realidad. El autor se ha esforzado en estructurarlo de modo que sea accesible y fácil de asumir, pero no puede renunciar a que sea fecundo. Y su fecundidad depende en buena medida de que sea perfectamente asimilado por sus usuarios futuros. Tal asimilación exige cierto esfuerzo. Pero nos da enseguida el ciento por uno.

No se debe, pues, rechazar el método porque parezca algo complicado. Los métodos sencillos, cuando se trata de algo complejo, suelen resultar muy simples y poco eficaces. En cambio, los que afinan mucho, si están bien ajustados a la solución de las dificultades, acaban volviéndose claros, porque, al aplicarlos, todo encaja. La eficacia del método que ofrezco la descubre pronto el que lo aplica de modo inteligente y creativo, pues nota que va creciendo y ganando nuevos horizontes a medida que lo pone en juego.

Conclusión

Al superar la emergencia educativa, nos preparamos para a) evangelizar la cultura y las culturas (Pablo VI) y b) poner las bases de una Nueva Evangelización (Juan Pablo II)

a) En la experiencia de nuestro proceso de desarrollo advertimos la importancia decisiva de las categorías de encuentro y de relación. Toda área de conocimiento o disciplina escolar que subraye la importancia de la categoría de relación pone unas bases sólidas para la formación progresiva de los alumnos. Las matemáticas, las ciencias físicas, la antropología filosófica, la lengua y la literatura, la estética griega, las artes plásticas, la música… lo hacen de modo sorprendente. Los alumnos que asistan a esas clases orientadas de la forma indicada quedan bien dispuestos para asumir el mensaje básico de la ética ‒el hombre es un ser de encuentro y se desarrolla creando encuentros de todo orden‒, y el de la religión cristiana, con su precepto del amor y la unidad: Ut omnes unum sint (Jn 17)[9].

b) De esta forma evangelizamos la cultura. Mediante esa cultura así evangelizada podemos evangelizar a las gentes. He aquí los temas de dos posibles conferencias complementarias, en las que podríamos mostrar de forma precisa y convincente que la superación de la actual emergencia educativa nos pone en disposición de realizar con garantía de éxito las otras dos grandes tareas que nos han propuesto los últimos pontífices.(Alfonso López Quintás, -Forum Libertas)