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Un profesor de teología responde al cardenal Schönborn
09 - 04 - 2021 - GENERALES -
Regis Martin es Profesor de Teología en el Veritas Center for Ethics in Public Life de la Universidad Franciscana de Steubenville y acaba de publicar en la revista Crisis un artículo titulado “Sobre ser Madre y Maestra por igual: una respuesta al cardenal Schönborn”. (Fuente: Infovaticana)

«Uno de los primeros recuerdos que tengo de la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, donde enseño, tuvo lugar una tarde hace unos cuantos años mientras salía de mi oficina para ir a casa. El Padre Benedict Groeschel, un sabio y santo sacerdote que fundó los Frailes Franciscanos de la Renovación, y que también marchó a casa (del Padre) en 2014, estaba dando una charla en la capilla a un numerosísimo público de estudiantes. Tantos, de hecho, que un centenar o más hacían cola fuera con la esperanza de poder entrar. «¿De qué está hablando?» le pregunté a uno de los estudiantes. Con una gran sonrisa en la cara, el joven respondió: «¡Castidad!» No mucho después, el padre Groeschel y yo nos reunimos en un estudio de televisión, junto con un par de mis colegas. Nuestra conversación giró en torno a la homosexualidad y a la pertinencia esencial de la posición de la Iglesia. Todos estuvimos de acuerdo en que, mientras que se opone a ella porque es desordenada, no desprecia a quienes la practican; hay que tratarlos, más bien, con dignidad y respeto. Ama al pecador, en otras palabras, pero odia el pecado. El Padre Benedicto dijo algo más ese día que me impactó tanto que se me ha quedado grabado desde entonces. Fue en un breve intercambio de palabras con un joven que, aunque reconocía su atracción por el mismo sexo y los pecados que había cometido para satisfacerla, le pedía al Padre que no lo olvidara. «Estoy en una especie de infierno, Padre. Y algún día querré salir de él. Hasta que lo haga, por favor, prométame dos cosas: No me abandone y no tire el mapa». Lo que el joven quería decir, por supuesto, era que la Iglesia debía seguir manteniendo la esperanza de que regresaría a los sacramentos y no descartarlo simplemente como si fuera irredimible; pero que no debía hacerlo a costa de dejar de lado las leyes de la naturaleza y de Dios, que consideran la sodomía como una grave violación de la vida moral. Lo que más temía el angustiado joven era que la Iglesia no sólo le abandonara a él y a su destino ante Dios, cosa que en el ejercicio de su papel de Madre le está prohibido hacer; sino que en su papel de Maestra, igualmente indispensable, decidiera comprometer o dejar de lado por completo esa enseñanza. No debe hacer ni lo uno ni lo otro, sino que debe seguir siendo en todo momento Mater et Magistra, sin lo cual el joven se quedaría muy temeroso y desesperadamente solo. Sin la cual el joven quedaría solo, asustado y desesperanzado. Debilitado al faltarle tanto la calidez del amor de una madre como su sabiduría para insistir en que las mismas normas se apliquen a todos sus hijos. Lo que me lleva a la reciente intervención del cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, a quien también conocí en Steubenville; de hecho, fue justo después de que terminara su trabajo como secretario de la comisión encargada de redactar el Catecismo de la Iglesia Católica. Hombre de evidente erudición y piedad, me impresionó mucho en las conversaciones que mantuvimos sobre la importancia de disponer de una compilación oficial de la Fe que (en palabras del Papa Juan Pablo II, que autorizó su publicación el 11 de octubre de 1992, en el 30º aniversario de la apertura del Vaticano II) sirviera de «texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica.» Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Por qué este hombre, al que tanto se ha elogiado por haber ayudado a elaborar un documento que ha resultado tan enriquecedor para la vida de los fieles, se ha vuelto de repente completamente majareta? Como en la cuestión de la bendición de las uniones entre personas del mismo sexo, que seguramente él sabe que la Iglesia no puede hacer. ¿Por qué representa la doctrina de la Iglesia un problema para alguien, y mucho menos para el antiguo secretario de la comisión que ayudó a la codificación oficial de la Iglesia de este asunto entre otros? Es algo que nos deja perplejos. «Si la petición de bendición es honesta», nos dice, «si es realmente la petición de la bendición de Dios para el camino de vida que estas dos personas, en cualquier condición en la que se encuentren, están tratando de hacer, entonces la bendición no les será negada». Esta fue la respuesta de su Eminencia tras la publicación del decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), que prohibía de plano esta práctica. ¿Por qué motivo? Porque, como declaró la CDF (y aprobó el Santo Padre), «Dios no bendice ni puede bendecir el pecado». ¿Qué parte de esa frase no entiende el cardenal Schönborn? En realidad, lo entiende muy bien, lo que puede explicar por qué se resiste a aplicarlo. Así que se escuda en un hombre de paja que no sólo rechaza la clara enseñanza de la Iglesia como Magistra, sino también su función como Mater. ¿Cuál es, después de todo, la experiencia eterna y universal de los niños que interactúan con sus madres? ¿Que sólo se les quiere pero nunca se les reprende? ¿Que ella sólo quiere que tengan un buen día, sin importarle si eligen pasarlo llevando una vida desordenada? Entonces seguro que no están siendo amados. Los niños, y cuando se trata de la Madre Iglesia todos somos niños, deben ser amados por el bien que ese amor quiere promover. No se trata de una benevolencia senil, para usar una frase de C.S. Lewis, que no es más que un amor falso y degradante, que no reta y ni siquiera levanta la voz para no hablar con demasiada dureza al niño sobre sus pecados y defectos. No es así como Dios nos ama. Y si los que mantienen relaciones con personas del mismo sexo «tienen la sensación de ser rechazados por la Iglesia», que es como lo caracteriza el cardenal, entonces tanto él como ellos necesitan ser desengañados. Porque la Iglesia no rechaza a nadie ni a nada. Salvo el pecado, que también Dios rechaza, incluso cuando fue hasta la Cruz para demostrar su amor por el pecador».