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Reig Pla: "vivimos el ocaso del padre y la pérdida de la autoridad"
19 - 03 - 2021 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros
«La ausencia de Dios y la crisis de la verdad dejan al hombre vacío, a merced de los sentimientos y las emociones. Así se explica que haya tantos atrapados por la pornografía, el espectáculo y la multitud de imágenes y voces que distraen el espíritu». (Fuente: Infovaticana)

La diócesis de Alcalá de Henares nos ofrece, a través de su obispo, Juan Antonio Reig Pla -quien está contagiado de coronavirus-, un texto de meditación en torno a la figura de san José con motivo de la fiesta del padre putativo de Jesús, que se celebra mañana. Este año adquiere más relevancia, si cabe, debido a que el Papa ha dedicado este año al esposo de la Virgen. Les ofrecemos el texto del obispo de Alcalá de Henares. Para leer la oración de consagración a san José pinche aquí. EL OCASO DEL PADRE: MIRANDO A SAN JOSÉ El próximo 19 de marzo celebramos la Solemnidad de San José en el contexto de este Año Jubilar que anunció el papa Francisco el día de la Inmaculada Concepción del año pasado. MAESTRO DE VIDA INTERIOR En los evangelios no se recoge ninguna palabra de San José. Es el hombre del silencio y de la vida interior que acoge el anuncio del ángel y obedece inmediatamente. Le dijo el ángel en sueños: “No temas acoger a María, tu mujer porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer” (Mt1, 20-2.4) Hoy existe un gran déficit de vida interior. La ausencia de Dios y la crisis de la verdad dejan al hombre vacío, a merced de los sentimientos y las emociones. Así se explica que haya tantos atrapados por la pornografía, el espectáculo y la multitud de imágenes y voces que distraen el espíritu. Sin el silencio interior el hombre, varón o mujer, acaba por no conocerse a sí mismo y se incapacita para la virtud y las obras grandes: la magnificencia. MODELO DE PADRE Cuando el ángel le comunica que María dará a luz un hijo, le confía la misión de padre a José: “le pondrás por nombre Jesús”: Poner el nombre está confiado al padre. José ejerció la misión como un varón justo y siendo un honrado trabajador. Hoy estamos inmersos en una sociedad en la que desde años vivimos el “ocaso del padre” y la pérdida de la “autoridad”. Este “ocaso del padre” se da tanto en la familia, como en las instituciones educativas y en el gobierno de los pueblos y de la nación. La crisis de la verdad, la irrelevancia de la razón débil para afrontarla, han producido una crisis profunda de la autoridad. La autoridad es servicio a la verdad, de lo contrario se transforma en dominio, despotismo o tiranía. Por eso, la renuncia a buscar la verdad se traduce en la “dictadura del relativismo”-toda opinión vale igual-, en la arbitrariedad de quienes nos gobiernan, proponiendo leyes inicuas que provocan la deconstrucción de lo verdaderamente humano y la ruina del alma. Así se explican la destrucción permanente de la vida inicial con el aborto o la propuesta de la eutanasia en la fase enferma o terminal. Del mismo modo se siguen propiciando leyes permisivas que no respetan la identidad humana. En la base de todo ello está el colapso de la mente que ha sido atrapada por una razón “simplemente instrumental” que se desarrolla con la técnica y la tecnología que se presentan como la verdadera “salvación”. Esta ausencia del padre y “la crisis de la verdad” conducen a una sociedad nihilista donde la libertad humana en vez de regirse por la inteligencia unida a la verdad, se transforma en un haz de instintos y emociones que acaban esclavizando al hombre bajo los requisitos de “la espontaneidad” y la “autenticidad” que sirven habitualmente de camuflajes de la mentira. Jesús se sometió en todo a sus padres con obediencia y con ello ratifica la autoridad de los padres para la educación de sus hijos. Es un derecho que les es original y no puede ser sustraído por el Estado como se pretende con la nueva ley de educación. Los padres tienen derecho a educar a sus hijos por haberles dado la vida cooperando con Dios. “El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.” (Familiaris consortio, 36). Jesús abre la educación a la trascendencia religiosa y recuerda a José y a María que la familia está abierta al Reino de Dios y Él debe ocuparse de las cosas de su Padre del cielo. De ahí la importancia de la libertad de culto y religión en el ámbito público y privado. TESTIGO DE CASTIDAD Habitualmente cuando nos referimos a San José lo llamamos “el casto” o “castísimo” San José. Del mismo modo que José, el vendido por sus hermanos, los hijos de Jacob, fue modelo de gobernante como Virrey de Egipto, después de superar las tentaciones de la mujer de Putifar, San José es testigo de la castidad con la que vivió junto a María su esposa. En todo momento como esposo él reconoció y respetó a María como Arca de la Nueva Alianza viviendo con ella una conyugalidad gobernada por el espíritu. El desprecio y olvido de la castidad es otro de los grandes déficits de nuestra cultura y de nuestra sociedad. La castidad es una gran virtud personal y social. Como toda virtud concede una capacidad para hacer el bien y de manera pronta. En este caso la castidad modera los dinamismos instintivos y las emociones, para mediante el autogobierno y el autodominio del espíritu, dirigir la libertad hacia la verdad del amor y el bien. La castidad no anula ni al impulso erótico ni a la las emociones. Estas son equipaje humano para la acción, pero necesitan ser guiadas hacia la promoción del propio bien personal, el respeto de las demás personas y la fidelidad conyugal que es la clave de la alianza de la vida esponsal. La virtud de la castidad en los esposos supone la integración de todos los dinamismos para la acción amorosa en el acto libre. De esta manera los impulsos físico-biológicos y psíquicos pueden ser conducidos en el lenguaje del cuerpo a ser expresión de la comunión interpersonal que es el destino de la unión conyugal. Sin la castidad no se llega a la unión amorosa. La persona del otro es usada como un medio de satisfacción. Uno por la castidad se “posee” no para dar algo que tiene – tiempo, dinero, deseo de satisfacción – sino para darse a sí mismo como persona con un amor total. En el ámbito de la virginidad y el celibato por el Reino de los cielos la virtud de la castidad concreta la vocación al amor mediante la renuncia plena y perfecta a la genitalidad para radicalizar y universalizar el amor. Así lo decía San Pablo: “Porque siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles” (1 Cor 9, 19). Con ello cumplía las palabras de Jesús en las que decía que, ganados por el Reino de los cielos, algunos no se casan. El que pueda entender que entienda (Mt 19, 12). En cualquier caso se trata de un don, una gracia que se concede a algunos que hacen visible a Cristo pobre, casto y obediente y anuncian la belleza del cielo que está por venir. También la virginidad y el celibato son vocación al amor total. Quien no es casto no alcanza la libertad para el bien, acaba siendo un esclavo atrapado por una “ceguera espiritual” que le impide ver lo “inteligible” de la realidad. La ausencia de la castidad genera personalidades veleidosas, arbitrarias y violentas. Por eso es ésta una virtud que debe de acompañar a todas las personas, especialmente a las que tienen responsabilidades educativas y de gobierno. Quienes desprecian la castidad la traducen como represión del impulso erótico. Todo lo contrario, se trata de la virtud de la integración; esta virtud integra en el acto libre del autogobierno los dinamismos físico-biológicos y psíquicos en los dinamismos espirituales de la inteligencia y en libertad. El hombre casto es el hombre libre para el don de sí porque se posee a sí mismo. El hombre sin castidad es un esclavo, no conduce su vida si no que es conducido por los estímulos de una sociedad pansexualista como la nuestra. En este contexto, la figura de San José es todo un reclamo del triunfo del espíritu que conduce a la libertad para el don y no para el dominio o la violencia. Quien no es casto está atrapado por el placer y la utilidad que, incluso cuando son legítimos, no alcanzan el amor a la persona por sí misma respetando su dignidad. El bien moral de la castidad no usa a nadie y ama a la persona en cuanto persona. La castidad es la verdadera custodia del amor. PROTECTOR DE LA FAMILIA Y DE LA IGLESIA El signo que dio el ángel a los pastores y a todo el pueblo de que había llegado el “Salvador” fue el siguiente: “Aquí tenéis su señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12). El nacimiento del “niño Jesús” es el triunfo de la cultura de la vida. Como nos recuerda el Concilio Vaticano “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gadium et spes, 22). Esta es la cota más alta de la dignidad de toda vida humana. El hombre no sólo ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios” y no de los animales, sino que el mismo Hijo de Dios se ha hecho hombre y nos invita a ser hijos de Dios en el Hijo unigénito. Desde el nacimiento de Jesús como Salvador, se desata toda la furia del mal y la cultura de la muerte. Herodes quiere matar al niño y provoca la muerte de los Santos Inocentes. José se destaca como protector de la Sagrada Familia y custodia a María y a su hijo huyendo a Egipto y aceptando el exilio. Años más tarde ejercerá esta misión continuando su custodia en el hogar de Nazaret. Por esta misión el Magisterio ha puesto a San José como protector de la familia humana y de la familia de los hijos de Dios: la Iglesia. De ahí la importancia de invocar a San José ante los embates de la “cultura de la muerte” que nos invade por todas partes con el aborto, la eutanasia, la manipulación y destrucción de embriones, etc. Del mismo modo hemos de invocar la protección de San José para nuestras familias de tal manera que los matrimonios no se rompan ni reine la infidelidad. Con San José hemos de superar la “mentalidad divorcista” que se presenta como abanderada de la libertad cuando está negando la verdad del amor y la grandeza de la fidelidad que es un don de Dios recibido en el sacramento del matrimonio. El sacramento del matrimonio regala a los esposos el mismo amor de Cristo por la Iglesia manifestado en la cruz. Se trata de un amor que rompe la dureza de corazón y posibilita un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Esto es el evangelio del matrimonio que supera la concupiscencia como amor desordenado y garantiza el bien de las personas, de las familias y de la misma sociedad. Se trata de un amor abierto a la vida porque supone el don total de las personas en el lenguaje del cuerpo como cooperadores de Dios creador, quien es el autor de la vida que recibimos siempre como un don. El invierno demográfico que sufre España es un mal presagio que nos aboca a una sociedad débil, envejecida y dominada por el multiculturalismo que ensombrece nuestra identidad católica y nuestro patrimonio espiritual. Del mismo modo que custodió a la Sagrada familia, San José es protector de nuestros seminarios donde se cultiva las vocaciones sacerdotales que han de guiar como pastores santos a la Santa Iglesia Católica. El Patriarca San José es protector de la Iglesia y, como él, los sacerdotes han de custodiar virginalmente a los hijos de Dios edificando, por la gracia de Dios, el pueblo santo de Dios. Del mismo modo que San José custodió a su esposa, obra de Dios, inmaculada desde el principio, los sacerdotes hemos de vivir nuestra esponsalidad con la comunidad cristiana regalada por Dios sin mancha ni arruga (Ef 5). A ella nos debemos con un amor de consagración esponsal.