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Manifestaciones por las misas revelan una fractura generaciona
27 - 11 - 2020 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros
Yann Raison du Cleuziou, observador del mundo católico, ha publicado un artículo en La Croix sobre las manifestaciones reclamando la reanudación de las misas, subrayando una fractura generacional dentro de la Iglesia en Francia. (Fuente: Infovaticana)

Estudiantes que piden la misa manifestándose… He aquí algo que podría haber sido una “divina sorpresa” en una Francia cuyo número de católicos practicantes disminuye constantemente. Los que siguen asistiendo a misa cada semana representan ahora sólo el 1,8% de la población francesa (entre los mayores de 18 años). La encuesta del Instituto Católico de París y la Universidad Saint Mary de Twickenham contabiliza solamente a un 23% de personas que se declaran católicas entre los 16 y 19 años. Son datos realmente impactantes Pero la noticia de estas manifestaciones provoca más división que alegría. Porque estos laicos que se movilizan de forma autónoma de los sacerdotes y obispos no corresponden con la imagen de “pueblo en marcha” que muchos católicos de edad más avanzada llevan esperando desde hace más de cincuenta años. Los frutos del Concilio Vaticano II son paradójicos y algunos están perdiendo sus puntos de referencia, como Anne Soupa quien, en su página de Facebook, pide a los obispos que metan en cintura a estos insolentes. Una gran fractura generacional Si las manifestaciones causan tanta amargura, es debido a una gran fractura generacional que atraviesa el cuerpo eclesial. Un reemplazo cuyos efectos ya son muy claros en el clero. Porque los estandartes que enarbolan estos estudiantes son los del Sagrado Corazón de todas las contrarrevoluciones y no las banderas de la Acción Católica. El catolicismo se recompone sobre aquellos que tienen la interpretación más restringida del Concilio Vaticano II y no sobre los más extremos. No hay necesidad de discutir sobre la verdad de los argumentos teológicos de unos y otros. Desde mi punto de vista, la explicación se explica desde las ciencias sociales, la demografía o la sociología. La controversia actual me recuerda a los debates sobre la religiosidad popular en los años 70. Ya entonces se hablaba de la superficialidad de las motivaciones de los que pedían el bautismo o la comunión solemne. En aquella época, el fraile dominico y sociólogo Serge Bonnet recordó que la culpabilización de esos «católicos festivos» era contraproducente porque cualquier grupo social, sea cual sea, sólo puede renovar su núcleo duro de militantes de los márgenes que es capaz de mantener vivos. Según él, al olvidarlo, la Iglesia se condenaba a convertirse en una secta elitista destinada a desaparecer al ritmo del agotamiento progresivo de sus miembros. La oposición entre fe y religión, de la que se habló abundantemente en su momento para lanzar un manto de sospecha sobre el apego a los ritos, se sigue utilizando hoy en día contra los manifestantes del domingo. El Evangelio, y especialmente Mateo 25, es usado con condescendencia para explicar a estos jóvenes que su apego a la misa demuestra la superficialidad de su fe. La escueta prudencia de ciertos obispos equivale a un golpe contra estos jóvenes demasiado celosos. Un cardenal [Mons. Grech, el nuevo secretario general del Sínodo de los Obispos] no duda en describir su impaciencia como «analfabetismo espiritual». Más comprometidos La sentencia es definitiva. No obstante, ¿quién puede probar que los que desean la reanudación de las misas no hacen nada por los pobres? ¿O que aquellos que no tienen ninguna prisa hacen más por los pobres? ¿Quizás no hacen nada? Los prejuicios son numerosos, pero lo que muestra la encuesta Bayard-Ipsos de junio de 2016 es que los más practicantes son también los que están más comprometidos. Hoy en día, creo que es necesaria una advertencia complementaria a la de Serge Bonnet. En una institución como la Iglesia, el desprecio hacia los últimos practicantes es suicida. Si, teológicamente, la oposición entre fe y religión puede funcionar como una forma de examen de conciencia que estimule a cuestionar el vigor de una fidelidad, desde un punto de vista sociológico, este razonamiento es disfuncional. Transmitir a lo largo del tiempo Uno puede deshacerse de las instituciones y de los ritos para vivir mejor su fe. Aún así, la posibilidad misma de esta emancipación, y de los frutos que la acompañan, dependen todavía de la matriz abandonada. Sin la institución religiosa, con sus normas y disciplinas, ya no hay fe con capacidad de estructurar a un colectivo. Pueden eventualmente sobrevivir opiniones personales y bellas trayectorias de compromiso. Pero, ¿cuál es su capacidad para generar cultura, es decir, duración? La cuestión de la transmisión es crucial. Hoy en día la conclusión de las encuestas sobre la práctica católica es implacable. Si no se hace nada para volver a dar sentido, o una carga sagrada, a la práctica de la misa, de una generación a otra, los practicantes se hacen no-practicantes y estos últimos dan a luz a no-cristianos. Toda pastoral que no busque introducir en la práctica nutre, en vez de revertir, este proceso.