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Francisco contra el nacionalismo en su mensaje ante la ONU
27 - 09 - 2020 - PAPADOS - Francisco
Dos caminos se abren ante la humanidad, ha dicho Su Santidad en un mensaje dirigido a la Asamblea General de las Naciones Unidas: “el que conduce al fortalecimiento del multilateralismo, expresión de una renovada corresponsabilidad mundial, de una solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana, proyecto de Dios sobre el mundo”. (Fuente: Infovaticana)

El bien y el mal, en suma: no hay mucha novedad en esto, ni es un dilema que deje de afectar no solo a la humanidad hoy, sino a la humanidad siempre y a cada hombre en cada momento. Lo curioso es que el Santo Padre asocie “una solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana” con el multilateralismo, más conocido como globalismo, mientras que equipara “las actitudes de autosuficiencia” que dejan “afuera los más pobres, los más vulnerables, los habitantes de las periferias existenciales”, como si por una misteriosa alquimia política fuera imposible la generosidad en un Estado soberano o la mezquindad en un gobierno mundial. Señala Francisco en su mensaje que este 75 aniversario de la ONU “es una oportunidad para reiterar el deseo de la Santa Sede de que esta Organización sea un verdadero signo e instrumento de unidad entre los Estados y de servicio a la entera familia humana”. No una familia demasiado numerosa, habría que añadir, si se cumple la agenda desacaradamente malthusiana del organismo internacional. Añade el Papa que la pandemia de Covid-19 “ha llevado a la pérdida de muchas vidas” -800.000, de un total de más de 7.500 millones-, pero también está “cambiando nuestra forma de vida, cuestionando nuestros sistemas económicos, sanitarios y sociales, y exponiendo nuestra fragilidad como criaturas”. “La pandemia -señala- nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección […]: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”, un momento oportuno para “la conversión” repensando “nuestra forma de vida” y “nuestros sistemas económicos y sociales”, pero también es una oportunidad para una “retirada defensiva” con características individualistas y elitistas. Uno pensaría que una pandemia tan grave como la que se supone sería también ocasión para una conversión centrada en nuestro destino eterno, que nos hiciera pensar no solo en ‘nuestra fragilidad’, sino directamente en nuestra muerte insoslayable y en lo que nos espera más allá. Sería algo esperable en un líder religioso, quizá. Insiste Su Santidad en que “la pandemia nos ha mostrado que no podemos vivir sin el otro, o peor aún, uno contra el otro”. No sé bien en qué momento han faltado pruebas de que no podemos vivir “sin el otro”, pero nos sorprende que esta necesidad evidente la haya puesto de relieve una epidemia en la que, como todo el mundo sabe, el otro se convierte a menudo más en una amenaza que en alguien sin el que no podemos vivir.