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Cristiandad del segundo milenio: odio intransigente como factor de lucha
21 - 09 - 2020 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros
on la entrada de la Cristiandad al segundo milenio -hace veinte años atrás- no fueron pocos los escritores y columnistas de prensa que se fueron lanza en ristre contra ella incluso desde la misma Europa, para no registrar los de América, que en términos más dolorosos, fueron quizá los más endemoniados. (1). (Fuente: Gaudiumpress)

Incluso al interior de la Iglesia se estaban escuchando rumores acerca de pedir perdón por la evangelización como se pidió por las cruzadas. De hecho hubo presidentes latinoamericanos que posteriormente exigieron que España, Portugal y la Iglesia pidieran perdón a la humanidad por lo que fue la conquista y colonización de las tierras americanas. Curiosamente a ninguno se le ocurrió exigirlo también de paso para Inglaterra y sus colonos norteamericanos, que casi no dejaron un indígena americano vivo. Lo que se percibía en varios de esos escritos contra la Cristiandad y su segundo triunfante milenio, era un odio satánico difícil de que lo padezca por naturaleza un ser humano. Parecía inoculado por un misterioso ente superior poseído de un odio secular e infinito, vamos a decir, casi un odio angélico. Es decir un amor podrido y descompuesto transformado en odio abrasador. Focalizando el majestuoso y dos veces milenario castillo que el cristianismo construyó admirablemente con maravillosos elementos morales, sociales, políticos e inclusive económicos, los demoledores se arrojaron pico, pala, hacha y azada en mano, para intentar demoler los restos sagrados de esa obra de la Iglesia Católica, que todavía hoy subsisten aunque humeando como brasas vivas de fe aquí, allá o más allá a la espera de un nuevo soplo bendito del Divino Espíritu Santo, que con certeza absoluta lo hará. Como era de esperarse entraron por las poternas abiertas del castillo – abiertas por los traidores, los Judas – y comenzaron a buscar los conductos de agua sucia que inevitablemente brotan de la parte de la construcción hecha por hombres. Un Erasmo, un Maquiavelo, un Lutero, un Voltaire, un Robespierre, un Marx y muchos otros, incluyendo reyes y príncipes que obviamente no comenzaron por los recintos sagrados del templo y el altar, donde están el tabernáculo, el bautisterio y la fe, obra de Dios, de la gracia y de los ángeles, porque todavía no era el momento. Sintonizados siempre con las heridas que el mundo le ha hecho a la Cristiandad, infectadas por la desidia y falta de vigilancia de algunos de sus más conspicuos representantes académicos, políticos y religiosos, se abalanzan como hienas hambrientas desde que el misterioso Guttemberg descubrió la imprenta, para achacarle todos los males del mundo e imprimiendo primero que todo y profusamente las noventa y cinco tesis de Lutero como las pervertidas novelas sentimentales de caballería galante, que fueron repartidas junto con malas traducciones de la Biblia, por agentes comerciantes interesados en el negocio de acabar con el cristianismo, y quedarse de paso con el oro de las vasos sagrados de los templos. Un Papa contemporáneo dijo en algún momento que primero negaron la Iglesia sin meterse todavía con la divinidad de Jesucristo. Después lo negaron a Él igualándolo a siniestros y remotos personajes históricos pero sin negar a Dios, por supuesto. Finalmente niegan hoy al propio Dios, y comienzan a proclamar la divinidad del ser humano, su poder científico y tecnológico, su presunta condición de hermano animal mayor de los otros animales, su panteísta relación con toda la naturaleza, su tal capacidad para vencer la muerte así sea con la eutanasia sedante como un desafío a Dios. A los demoledores los sigue un puñado de `reconstructores’ de palustre en mano, dice la Beata Ana Catalina Emmerich en una de sus visiones. Ellos quieren levantar sobre las ruinas un nuevo edificio supuestamente más aireado, versátil, fresco y simple: La ‘Cristiandad’ del siglo XXI, ambientalista, cibernética y tal vez extraterrestre. Un cristianismo filantrópico y super ‘moderno’, con la Misa, el ceremonial y los sacramentos relegados a un segundo plano -si no abolidos o deformados- y una tolerancia absoluta con el mal, que odia a muerte a la cristiandad y con seguridad no descansará de perseguirla hasta el final de los tiempos. “Odio como factor de lucha, odio intransigente al enemigo, odio capaz de impulsar un ser humano para más allá de su limites naturales y transformarlo en una fría, violenta y eficaz máquina de matar” decía el argentino Ché Guevara, icono de la revolución en el continente más católico del planeta, y que alguna vez también propuso unir todos los pueblos indígenas de estas tierras para hacer dizque la mayor y más grande revolución mundial, todavía en aquellos idos años sesenta, pero sin la ‘madre tierra’ como patrona del movimiento, por supuesto.