«En este dÃa en que celebramos la Asunción de tu Santa Madre al Cielo, queremos consagrarnos a tu Sagrado Corazón del que ha brotado el amor de Dios, unido al Doloroso e Inmaculado Corazón de tu Madre, la SantÃsima Virgen MarÃa. Consagramos y confiamos a vuestros Corazones Unidos nuestras vidas, nuestras familias, los vivos y los muertos, y nuestra ciudad de ParÃs», indicó el arzobispo en la oración de consgración.
Mons. Aupetit pidió además:
«En esta época de epidemia e incertidumbre que amenaza a los más aislados y frágiles, en esta época de lucha por el respeto a la vida y la dignidad de la familia, te pedimos el valor de la fe y la fuerza de la caridad, para dar testimonio en medio del mundo de tu amor victorioso sobre el mal».
Y concluyó la oración de consagración diciendo:
«Por la gracia de la Asunción, has asociado a tu Madre a la victoria de la resurrección y la has glorificado en cuerpo y alma, un signo de nuestra futura gloria que ya brilla en nosotros. BendÃcenos por la intercesión de MarÃa Inmaculada, quita todo el pecado y el mal de nosotros, transfigúranos con la alegrÃa de los hijos de Dios, para la gloria y la alabanza de nuestro Padre».
HomilÃa
En su homilÃa previa a la oración de consagración, el prelado francés recordó el sufrimiento de la Virgen al ver morir a su Hijo en la Cruz:
«MarÃa estaba allà al pie de la cruz. Ella vio el flujo de sangre. Vio cómo se vertÃa el agua. Su corazón también fue atravesado por una espada de dolor. Imagina a una madre viendo a su hijo morir en un sufrimiento abominable. Ninguna madre puede pasar por esto sin desmoronarse. Pero además, MarÃa, sabe que este hijo es el Hijo de Dios. Qué dolor ver a su Señor tratado de esta manera, resumiendo en él todo el desprecio que los hombres han tenido por Dios desde el principio del mundo hasta hoy, cuando los hombres se toman por Dios jugando con la vida y la muerte».
Tras recordar la escena en que San Juan Bautista saltó en el vientre de su madre cuando la Virgen MarÃa, encinta de Nuestro Señor, la visitó, el arzobispo resaltó el desprecio actual por los no nacidos:
«En estos dÃas en que la gente cree que les está permitido destruir embriones humanos o manipularlos para experimentos arriesgados, es bueno recordar que nuestra vida, nuestra vocación, comienza en el vientre de nuestra madre y que esta vida no pertenece a nadie, ni siquiera a quien la lleva».