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Magister: El doble juego del diablo, a favor y en contra de Papa Francisco
22 - 02 - 2014 - PAPADOS - Francisco

Un informe de la ONU humilla la Iglesia exaltando al actual Pontífice, que no reacciona y calla también después de la legalización de la eutanasia a los niños en Bélgica. Los riesgos de la estrategia del silencio adoptada por Bergoglio. 

A casi un año de su elección como Papa, la popularidad de Francisco sigue su marcha triunfal. Pero él es el primero que no se fia de los aplausos que le llegan de las tribunas, incluidas las más inesperadas y lejanas.

Como ejemplo, tenemos la portada que le ha dedicado la revista "Rolling Stone", una coronación en plena regla por parte del templo de la cultura pop.

O bien el encomio que el informe del comité de la ONU sobre los derechos del niño ha tributado al famoso "¿Quién soy yo para juzgar?" dicho por el Papa Francisco, el único que ha salido incólume de un informe que dice lo peor de lo peor sobre la Iglesia católica.

En sus primeras homilías matutinas como Papa, Jorge Mario Bergoglio nombraba a menudo al diablo. Y también esto gustaba, causaba ternura.

Pero una mañana, la del 18 de noviembre, en lugar de nombrar al diablo, arremetió contra el "pensamiento único fruto de la mundanidad", que quiere someter todo a una "uniformidad hegemónica". Un pensamiento único, continuó, que ya domina el mundo y legaliza también "las condenas a muerte", también "los sacrificios humanos" con todas las "leyes que los protegen". Y citó una de sus novelas preferidas, el apocalíptico "El amo del mundo" de Robert H. Benson.

Cuando a inicios de este mes de febrero hojeó las dieciséis páginas del informe ONU, que perentoriamente ordena a la Iglesia católica "corregir" su doctrina sobre el aborto, la familia, el sexo, Francisco debió convencerse aún más que los hechos le estaban dando la razón, que el príncipe de este mundo estaba en efecto obrando y que, adulando sus decantadas "aperturas", quería asociarle a él, el Papa, a la empresa de uniformar la Iglesia al pensamiento hegemónico con el fin de aniquilarla.

No es fácil entrar en la mente del Papa Bergoglio. Sus palabras son como las teselas de un mosaico del cual, sin embargo, no aparece de inmediato el diseño. Dice cosas fuertes, incluso duras, pero nunca en el momento en que podrían generar un conflicto.

Si hubiera pronunciado esa tremenda homilía contra el pensamiento único que quiere hegemonizar el mundo el día después de la publicación del informe de la ONU, y como explícita respuesta al mismo, el hecho hubiera formado parte de las noticias de última hora de la información mundial. Pero no ha sido así. Pronunciada en una fecha cualquiera, esa misma homilía no provocó el mínimo desbarajuste. Fue ignorada.

Y sin embargo, es precisamente aquí donde hay que leer el pensamiento recóndito del Papa jesuita, su juicio sobre la época actual del mundo.

"Conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia", dice una y otra vez Francisco. Su pensamiento es el mismo que está escrito en el catecismo. Y algunas veces lo recuerda de manera polémica a quien espera de él un cambio de doctrina, como en el pasaje menos citado de su "Evangelii gaudium", donde tiene palabras durísimas contra el "derecho" al aborto.

Pero nunca proclama en voz alta la doctrina de la Iglesia sobre los puntos o en los momentos en los que el choque se podría hacer incandescente.

Ha callado ahora que en Bélgica se ha aprobado por ley la eutanasia de los niños. Se mantiene alejado de los millones de ciudadanos de los distintos credos religiosos que en Francia y en otros países se oponen a la destrucción de la idea de familia formada por padre, madre e hijos. Y ha permanecido callado después de la inaudita afrenta del informe de la ONU.

Con esto él se propone neutralizar el ataque del enemigo y derrotarlo con la popularidad inmensa de su figura de pastor de la misericordia de Dios.

Hay un ataque a la Iglesia de tipo jacobino, no solo en Francia, cuyo objetivo es únicamente excluirla de la sociedad civil.

Pero hay también un ataque más sutil, que se cubre de consenso hacía una Iglesia rehecha totalmente, actualizada con el paso de los tiempos. Esto es parte también de la popularidad que tiene Francisco, un Papa "como nunca había habido antes", finalmente "uno de nosotros", modelado con el copia y pega de sus frases abiertas, polivalentes.

Contra su predecesor Benedicto XVI esta astucia moderna no podía ejercerse. Él, el manso, prefería el conflicto a campo abierto, con el coraje de decir sí al sí y no al no, "opportune et importune", como en Ratisbona, cuando le quitó el velo a las raíces teológicas del vínculo entre fe y violencia en el islam y cuando, tiempo después, se pronunció sobre las cuestiones "no negociables". Por eso el mundo fue tan feroz con él.

Con Francisco es distinto. Es otra partida. Pero ni siquiera él sabe cómo continuará el juego, ahora que se hace más duro.(Sandro Magister-Chiesa)