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La visión católica de la dignidad humana: un don y desafío
18 - 02 - 2014 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros


¿Cómo debemos entender y responder a la cuestión de la dignidad humana universal? Esto es, ¿qué significa decir que todos los seres humanos, cada individuo, no sólo nuestros amigos y familiares, sino también nuestros enemigos, los pobres, los enfermos, los discapacitados, los moribundos, los enfermos mentales, los adictos a las drogas, etc. -son iguales en dignidad y deben ser tratados con igual respeto. ¿Qué significa en particular esta aclamación desde la perspectiva de la ética social de la iglesia católica?

El valor humano, según la teología moral católica, tiene dos caras, cada una de importancia vital para comprender la visión católica de la dignidad humana. En primer lugar, los seres humanos tienen dignidad como un don de Dios.Esta dignidad se pone de manifiesto especialmente en los seres humanos que han sido creados ontológicamente buenos y seres racionales a imagen de Dios, y luego haber sido redimidos por Dios en la muerte y resurrección de Jesucristo. Este es el don de la humanidad, en la creación y la redención, que establece a cada individuo en un valor inviolable e irrevocable. Tal como oímos en el sacramento del matrimonio, tomado del evangelio de San Marcos, "lo que Dios, ha unido, no lo separe ningún hombre” (10:9), podríamos decir con respecto al valor de cada persona, "lo que Dios, ha dado, nadie puede quitarlo”. Aun intentando tanto como pudiéramos, en efecto, no podríamos quitarle la humanidad inherente a la persona ni su igualdad; no es algo que nos sea posible.

La dignidad humana es una formidable potencia

También es importante señalar que la dignidad, desde esta perspectiva, no es simplemente un caparazón protector inerte que encierra cada vida humana; se trata de un poder, una fuerza, una potencia, una luz que manos humanas no pueden extinguir o agotar. Ser humano es ser mortal, por supuesto; pero es también, en un sentido conclusivo, ser invulnerable, existir como un ser cuyo valor dado por Dios no puede ser tomado o desechado sin importar cuán pobre, cuán oprimido, cuán enfermo, cuán frágil, cuán lastimado, y, finalmente cuán pecador.La dignidad es el único regalo al que el hombre no puede rehusarse porque es lo que nos define moralmente como humanos.

La dignidad es don y desafío

Este don, sin embargo, no es una dispensación de valor de una única vez. Sino que es también una oferta, la invitación para utilizar nuestra humanidad en su verdadero, y definitivo, propósito final: es decir, amar a Dios y al prójimo, los cuales son los dos Grandes Mandamientos del Evangelio (Mateo 22: 37-40). Y es aquí donde se ubica la otra cara de la dignidad humana, el lado de la dignidad que es social, históricamente situada y vulnerable a verse perjudicada o abierta a crecer.Es aquí, en otras palabras, en donde podemos ver a la dignidad como un desafío: algo que también los individuos pueden alcanzar, adquiriendo potencialidades o fallando en esa adquisición.

Todos podemos lograr o malograr la dignidad humana del otro

De qué manera cada persona realiza del don de su humanidad, por otra parte, está profundamente influenciado por los muchos hechos concretos y circunstancias que conforman la vida diaria de cada individuo y crean los contextos en que ella o él hace opciones.Reflexionemos, por un momento, quizás incluso en la experiencia personal, cuán profundamente entornos destructivo y actos despiadados pueden afectar el desarrollo de una persona.Por ejemplo: ¿cómo puede el niño que estaba alimentado, vestido y educado, quizás a un precio muy caro, pero, a su vez, ignorado por padres ensimismado convertirse en una persona que sabe cómo amar a otro en un modo más allá de la lascivia y de la conveniencia? ¿Cómo podría un niño que sufrió violencia en su hogar—el supuesto lugar de refugio y protección—no vivir el resto de su vida con una sensación de inseguridad que tal vez, entre otras formas, podría manifestarse como agresión? ¿Cómo podría alguien que es cortésmente pero firmemente discriminado por algún tipo de discapacidad no llegar a vivir su vida amargamente o con resentimientos? ¿Cómo los padres que han dedicado su vida adulta a ayudar a sus hijos a prosperar sólo para terminar siendo tratado como una carga inútil en sus años de vejez, un cuerpo frágil entre las manos renuentes, no dejar la vida con un sentimiento de futilidad? ¿Cómo puede un hombre o una mujer que, a pesar de sus mejores esfuerzos, no puede ganarse la vida, y debe elegir entre la medicina para sí mismos o comida para la familia, cultivar un espíritu de bondad y generosidad? Estos ejemplos, y muchos más al igual que estos,conforman la siguiente afirmación: mientras que dignidad en por sí misma inhiere por igual en las personas independientemente de su lugar de nacimiento, qué tipo de familia, qué tipo de oportunidades, qué tipo de condiciones de salud, etc., la realización de la dignidad, el cumplimiento de la dignidad humana potencial, depende en gran medida de las particularidades concretas,históricas y socialmente situadas.

El carácter de nuestras familias, el carácter de nuestras naciones, escuelas, iglesias y grupos cívicos tiene una gran influencia en cómo y si los individuos pueden apreciar su valía como criaturas dignas. Todo importa. Importa si existe desempleo masivo, importa si hay abortos, importa si hay insensibilidad, corrupción, cinismo e indiferencia. Es importante, del mismo modo, si no hay justicia y equidad, no sólo por nuestros tribunales, no sólo en nuestro sistema político y económico, sino también en nuestros hogares y círculos de familiares, amigos y conocidos.¿Estamos tratando con respeto cristiano a cada uno de nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros cónyuges, a nuestros colegas, aún a nuestros rivales, y a aquellos que nos molestan e irritan? ¿Realmente estamos prestando atención y respondiendo a la realidad del otro y sus necesidades independientemente de la nuestra propia?¿O vemos y tratamos a los demás como meros instrumentos para nuestra propia satisfacción, incluso si lo hacemos con sonrisas, abrazos, apretones de manos y regalos?
Una vez más, todo importa ¿Por qué? Debido a que nuestras acciones y disposiciones—tanto individuales como colectivas en la vida política, social y económica—crean sistemas o contextos en los que todos debemos darnos cuenta de nuestra dignidad. De una forma u otra, en otras palabras, todos tenemos una mano en el logro o fracaso de cada uno en su valor como ser humano.

Crear condiciones para el desarrollo de la dignidad, esta es profundamente interpersonal.

Entonces, la coherencia de la tradición católica de la dignidad viene de reconocer dos lados unificados—pero distinguidos conceptualmente—de la dignidad humana. Nuestra dignidad humana fundamental, que establece Dios en su gracia en cada individuo en la familia humana con absoluta igualdad, no puede ser quitada, no puede ser dañada, no puede ser regalada,y, de hecho, ni siquiera podría ser mejorada. Se define quiénes somos como seres humanos: es decir, que somos valiosos por naturaleza, y así todos por igual. No podemos, por mucho que intentemos, cambiar lo que somos fundamentalmente: seres dignos creados a imagen de Dios y redimidos.

La dignidad que logramos, sin embargo, sí es vulnerable. La dignidad existe no sólo como un don permanente e irrefutable, sino que también existe como un potencial para ser consumado. Y en la medida en que la realización de ese potencial se lleva a cabo en este tiempo, este lugar, esta familia, esta comunidad, este país, etc., la dignidad es sin lugar a dudas vulnerable a fuerzas externas a la propia. Nosotros, como individuos y grupos, podemos crear los ambientes, las condiciones, que hacen que el cumplimiento del valor del individuo sea más fácil o más difícil. Desde esta perspectiva, en otras palabras, la dignidad es profundamente interpersonal, y cada persona, el pensamiento católico reconoce, tiene una responsabilidad indelegable para atender el cumplimiento de la de otros. Vale la pena no sólo por deber, a pesar de que es un deber; no sólo por amor, a pesar de que amar al prójimo sin duda incluye ayudar a él o ella a florecer como un ser humano—sino también por el reconocimiento de que la realización de nuestra propia dignidad depende, en parte, deayudar a otros a lograr la propia. No podemos darle dignidad a una persona; tampoco podemos quitársela. Sin embargo, seguramente podemos ser un obstáculo o una ayuda en la realización de la dignidad de otros.

Esta concepción de la dignidad como don y desafío, a su vez, nos ayuda a identificar, con cierto grado de especificidad, nuestras obligaciones morales hacia los demás. Teniendo en cuenta que cada persona 1) tiene el mismo valor y 2) tiene un valor que es vulnerable a las acciones de otros, el Pensamiento Social de la Iglesia reconoce tanto la necesidad de respetar la igualdad entre los seres humanos y la protección de los derechos humanos fundamentales como los requisitos morales para todas las personas. Como la letra de la Gaudium et spes(un documento importante del Concilio Vaticano II) dice más específicamente, "[...] Los seres humanos deberían tener fácil acceso a todo lo necesario para vivir una vida auténticamente humana [incluyendo] la comida, el vestido, la vivienda, el derecho a elegir libremente su estado de vida y formar una familia, el derecho a la educación, al trabajo, a su buen nombre, de respetar, al conocimiento propio, el derecho de actuar según los dictados de la conciencia y para salvaguardar su privacidad y la libertad que le corresponde, incluida la libertad de religión." Esta lista de nuestros derechos y obligaciones morales es una buena guía, pero, como cualquier otro tipo de guía, no importa cuán extensa sea, no agota nuestras responsabilidades morales. Amar al prójimo no es sólo una tarea, sino que es una orientación de toda la vida, una disposición general, y, como tal, no puede ser postergada por las obligaciones cotidianas. Sin embargo, la dignidad humana nos llama a todos nosotros, a la misma meta: ayudar a los demás en la obediencia, y en el deseo de obedecer, los dos grandes mandamientos.

La vulnerabilidad de la dignidad obliga a acciones concretas

Hay otro punto importante que añadir al final. La vulnerabilidad de la dignidad sin duda genera una obligación moral para los católicos no sólo en proteger el valor de cada individuo, sino también en promover su desarrollo, y esta obligación incluye acciones positivas, no sólo abstenerse de hacer daño. Sin embargo, esta responsabilidad social de cuidar al otro no debería eclipsar la responsabilidad que todos y cada uno tenemos de lograr nuestra propia dignidad. Una definición adecuada de la dignidad humana, en otras palabras, no sólo debe articular las características constitutivas de la dignidad e identificar las condiciones necesarias para su protección y florecimiento. También debe indicar lo que el individuo debe hacer dentro de esas condiciones. Por lo tanto, es crucial reconocer que la realización de la dignidad humana no es sólo social, sino también, y en última instancia, un fenómeno radicalmente individual y personal. Así como ninguna persona, institución, cultura, o mal intencionado tiene la capacidad para despojar a un individuo de su dignidad, tampoco ningún tercero posee el poder para realizarlo en nombre de un individuo. Otros pueden crear condiciones en las que se puede desarrollar la dignidad de una persona con mayor o menor dificultad, pero no pueden, finalmente, concretar la dignidad en si misma. Esta tarea pertenece al individuo y solo al individuo.

En la salvación encuentra su cumplimiento la dignidad de la persona

La realización de la dignidad, en este sentido, es análoga a la salvación. Es un principio fundamental del cristianismo que una persona no puede redimir o condenar a otra. Uno puede ser elogiado por su contribución positiva a la vida de otro o ser culpado por su complicidad en la condenación de esa persona. Sin embargo, la condenación o salvación final es una cuestión entre dos. La Luz Divina finalmente se concentra en tan sólo dos, en un evento que es fundamentalmente separado del resto de la humanidad. Uno es Dios. El otro es la persona. ¿Me abro a la gracia salvadora de Dios, o no lo hago? Sean cuales fueran las circunstancias concretas que han fomentado o amenazado la realización de mi dignidad en mi vida, ahora estoy solo delante de Dios. Y soy juzgado por lo que he escogido ser en las condiciones finitas y caídas en las que he vivido. En ese momento me convierto en nada más y nada menos que en mi responsabilidad.
La dignidad en la tradición del pensamiento social católico, en última instancia, asume una forma similar al ejemplo anterior de la salvación. La naturaleza de la dignidad, sin duda, hace un llamado urgente a todos nosotros, como miembros iguales de la familia humana, para hacer lo que podamos para construir un mundo en el que puede florecer el valor intrínseco de cada persona. Sin embargo recordemos, que la dignidad requiere no tan solo mirar lo que sucede en la vida de nuestros hermanos, sino principalmente enfocarse en nuestras propias almas. Es aquí y sólo aquí, en las profundidades del alma individual, donde cada persona sola tiene que buscar la voluntad y el coraje para realizar su humanidad. De hecho, no puedo pensar en una mayor manera de respetar y amar al prójimo que en reconocer su capacidad única de hacerse plenamente humano—es decir, en reconocer el don y desafío de su dignidad.(Matthew Richard Petrusek )

(NdR) El autor es de Los EEUU y consiguió su Master en Ética Religiosa en “Yale University.” Actualmente se encuentra enseñando clases de ética y escribiendo su tesis sobre La Dignidad Humana en la Tradición Social Católica para terminar su doctorado en “The University of Chicago.” Matthew esta casado con María Nieves Herrera de Petrusek, de San Miguel de Tucumán, con quien tiene dos niños. El busca oportunidades para crear puentes de teología católica entre las Américas. Para contactar al autor, dirigirse a:petrusek@uchicago.edu