El curso empieza afirmando de sí que la actividad parte “de la escucha de la experiencia homosexual”, antes de tratar “la enseñanza tradicional de la Iglesia”, pero no como conclusión correcta y verdadera, sino para ver “hasta qué punto es incapaz de captar adecuadamente la experiencia homosexual real de los creyentes”. De ahí se pasa, cómo no, al “diálogo”, y luego “sobre la base de una interpretación y evaluación cristiana renovada del amor homosexual, se indicarán los criterios morales que deberían guiar la vida amorosa de las personas homosexuales para que también corresponda con el nuevo mandamiento del amor de Cristo “.

En sí mismo, tratándose de una facultad de Teología Católica, esto ya sería suficientemente alarmante, y más aún que en la Curia no se dé ninguna reacción. Pero, sumado a la proliferación de obispos recién nombrados que se proclaman ‘gay friendly’ de palabra o con sus actos, y a las declaraciones de algunos obispos alemanes embarcados en su desastroso ‘camino sinodal’ sobre la conveniencia de declarar lícitas las relaciones homosexuales, hay razones suficientes para pensar que ciertos sectores están presionando por un cambio de fondo en la concepción de la antropología católica, sin que Roma haga el menor esfuerzo por oponerse.

De lo que se parte en este curso pretendidamente ‘teológico’ es de la “experiencia homosexual” como un ‘datum’ esencial que puede imponerse sobre el magisterio moral. En la práctica, como en otros cambios ‘de enfoque’ a los que asistimos prácticamente cada día, parece responder más a la presión de unas realidades que el mundo da no solo por buenas, sino incluso como excelentes, y a las que la cúpula eclesiástica parece ceder cada día más, hasta el extremo de eclipsar las realidades evangélicas que han regido la práctica católica desde el inicio.