Desde que Salvini y su partido, la Liga Norte, ya no están en el Gobierno italiano, todo parece haber cambiado. Nos cuenta Vatican News que el Limosnero de su Santidad, el cardenal polaco Konrad Krajewski, viajó a la isla de Lesbos, en Grecia, junto con algunos responsables de la Comunidad de Sant’Egidio, y regresará con un grupo de 33 refugiados que solicitaban asilo político. Otros 10 refugiados llegarán antes de final de mes.
En la nota de prensa emitida por la Limosnería se recuerda el viaje del Papa a la isla griega en 2016, cuando se llevó consigo a Roma 3 familias de refugiados, de las cuales la Santa Sede asumió los gastos de la acogida y el sustento, mientras que Sant’Egidio asumió la hospitalidad y el camino de integración.
El pasado mayo, el Papa Francisco ordenó al Limosnero Apostólico que volviera a la isla para renovar la solidaridad con el pueblo griego y con los refugiados.
Además de la Santa Sede y Sant’Egidio, esta operación ha contado con el apoyo de un agente fundamental, el Estado Italiano, como dice la nota de prensa: “Después de un intenso período de negociaciones oficiales entre los organismos competentes para crear este nuevo corredor humanitario el Ministerio del Interior de la República Italiana ha dado su aprobación definitiva para llevar a cabo la operación”.
Ese mismo ministerio del interior en el que estaba al frente Matteo Salvini, el gran ‘enemigo’ del Papa en cuanto a política de inmigración se refiere, hasta el pasado verano, cuando el Gobierno que formaban su partido y el Movimiento 5 estrellas se rompió, dando lugar al nuevo Gobierno, con la Liga de Salvini fuera.
El nuevo Gobierno, a pesar de haber dado grandes pasos para la aprobación de la eutanasia en Italia, parece tener mejor sintonía con la Iglesia Católica.
El pasado año, Carlos Esteban nos informaba del extenso patrimonio del APSA, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, unas 5.000 propiedades repartidas por Italia y el extranjero. Por lo tanto, donar un edificio abandonado por unas religiosas, traer a 43 refugiados y 3 familias, y todo ello en 7 años, suena un poco a ‘postureo’. Quizá sea mi dureza de corazón.
