“Les confío una palabra: ¡Perdón!”, dice el obispo Marangoni en su carta pública a los divorciados que han vuelto a casarse. ¿Y por qué les pide perdón Su Ilustrísima? Porque “durante mucho tiempo hemos declarado que no podíais ser admitidos plenamente a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía”. ¿Ya no? Vaya, Marangoni ha respondido a los Dubia sobre Amoris Laetitia: ya no es necesario el arrepentimiento para confesarse, ni estar en gracia de Dios para comulgar. O se está en gracia de Dios adulterando, no sabemos bien.

Marangoni invita en su carta a los adúlteros impenitentes a un encuentro que se llevará a cabo el 1 de diciembre en el centro diocesano, mientras llama a ese segundo ‘matrimonio’ del que Cristo dijo con absoluta claridad que es adulterio, “una nueva experiencia de unión”.

Lamenta el obispo que los adúlteros hayan “sufrido con nuestras actitudes de juicio y crítica”, empleando ese “nosotros” que, supuestamente, compromete a la entera Iglesia universal. “Nos hemos endurecido con una visión muy formalista de las situaciones familiares”, dice, y “nos hemos equivocado al no considerar en la misma forma la situación personal y los sueños que alimentasteis”. Sueños. Ahora los sueños son eximentes de pecado mortal, quién lo hubiera dicho.

Marangoni menciona, cómo no, las “situaciones complejas” y la “responsabilidad personal” que hay que “apoyar y ayudar en su fragilidad”, dando a entender que, hasta ahora, la Iglesia se ha desentendido por completo de ese problema.