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El Primado de España se apunta a la ecoteología
29 - 10 - 2019 - IGLESIA - Europa

A “conseguir la reconciliación con la tierra, con el prójimo y con Dios” (el orden es suyo) llama el Arzobispo de Toledo, Mons. Braulio Rodríguez Plaza, en su último escrito semanal, titulado “El arte de cuidar la casa común”, una expresión con la que no se refiere a la Iglesia, sino al planeta. (Fuente: Infovaticana)

“No se trata de volver todos al campo, a los pueblos vacíos, sino es otra realidad la que hemos de perseguir”, dice don Braulio en su carta. “Es conseguir una reconciliación con la tierra, con el prójimo, con Dios”. Uno sabe cómo reconciliarse con Dios, mediante el sacramento de la Penitencia, e incluso cómo hacerlo con su prójimo, mediante el perdón; pero cuesta algo más imaginarse el modo de ‘reconciliarse’ con un objeto no sentiente ni consciente como es un planeta, salvo convirtiéndolo en una entidad mística, una diosa, como parece que se ha intentado insinuar una y otra vez a lo largo del ‘sínodo de la pachamama’.

Porque, naturalmente, ha sido este esperpéntico sínodo el que ha motivado al arzobispo a escribir la mencionada carta. “Me interesa, por ello mismo, hablar del cuidado de la casa común -escribe el prelado-, abierta para todos los humanos, pues sin este cuidado, todo se volverá contra nosotros, sobre todo contra los más pobres”. Hay que decir que el interés del arzobispo no es de larga data, sino que ha surgido espontáneamente por estas fechas, en milagrosa y muy sinodal coincidencia con las obsesiones del Papa Francisco, sin precedentes en un Pontífice Romano.

El propio Francisco acaba de publicar un librito titulado, precisamente, ‘Nuestra Madre Tierra’, y no deja de chocar que un Papa otorgue el título de madre común a la Tierra y no, como viene siendo habitual en la cristiandad católica, a la Santísima Virgen. De hecho, es inusual que se ponga el foco de modo tan insistente sobre la salvación de un planeta llamado en cualquier caso a la destrucción en detrimento de lo que no solo es eterno -la salvación de nuestras almas inmortales-, sino que es el mandato específico de nuestros pastores. Sin quitarle la importancia que tiene al cuidado del medio físico, no es aventurado afirmar que se trata de una preocupación mundana en cuya consecución estarán sin duda más preparados los expertos laicos, y aun incrédulos, en este campo.

Es frecuente, en esta novedad de que los cristianos llamemos ‘madre’ a la tierra, que sus defensores apelen a San Francisco de Asís, el mismo cuya fiesta se celebró en los jardines vaticanos con un ritual pagano de adoración ante el Papa, y quien llama a la tierra ‘madre’ en su Cántico de las Criaturas. A lo cual hay que hacer, creo, varias importantes precisiones.

En primer lugar, Francisco estaba componiendo un poema. Religioso, naturalmente, pero poema, con sus licencias artísticas tales como la metáfora. Habla, así, del ‘hermano viento’ y del ‘hermano fuego’, y estoy absolutamente seguro de que no pretendía que se adorara o se antropomorfizara a ninguno de los dos fenómenos.

En segundo lugar, Francisco de Asís era un santo, no un Papa; no estaba dictando doctrina ni lo pretendía.

En tercer lugar, en el mismo verso que llama a la tierra ‘madre’ la llama también ‘hermana’, “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra”. Madre en el sentido de que nos nutre, pero hermana por cuanto criatura obra del mismo Dios.

Pero, sobre todo, por el comienzo del poema, en el que deja muy claro la procedencia de todos estos dones naturales y que ojalá leyeran todos los que quieren utilizar dos palabras extraídas a capón del cántico para justificar veleidades pseudopaganas:

Altísimo y omnipotente buen Señor,

tuyas son las alabanzas,

la gloria y el honor y toda bendición.

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A ti solo, Altísimo, te convienen

y ningún hombre es digno de nombrarte

Les ofrecemos la carta completa del arzobispo de Toledo, publicada en el sitio web de la archidiócesis:

EL ARTE DE CUIDAR LA CASA COMÚN

El Papa Francisco clausurará hoy el Sínodo de los Obispo de la Amazonía. Ya reflexionaremos sobre sus conclusiones, teniendo en cuenta su finalidad principal: atender evangélicamente a los que habitan esa zona tan vital para la humanidad, dignos de atención por su dignidad y su pobreza material pero ricos en tantas otras cualidades; empresa ardua pues se trata de gentes de muchos pueblos y muchas lenguas en lugares difíciles para la movilidad humana. Me interesa, por ello mismo, hablar del cuidado de la casa común, abierta para todos los humanos, pues sin este cuidado, todo se volverá contra nosotros, sobre todo contra los más pobres.

Hay que confesar que, en la mayoría de los casos, nuestros esfuerzos por hacer de este mundo un hogar han terminado en fracaso. Nuestra prosperidad sin precedentes, lejos de fundamentarse en una convivencia amistosa con la tierra y con el prójimo, descansa sobre la base de la destrucción o el agotamiento sistemático de las fuentes de la vida –el suelo, el agua y el aire. Nuestro fracaso–del que dan testimonio nuestras huidas del mundo virtual y nuestra dependencia creciente de sustancias estimulantes, de antidepresivos, de antiácidos, de consumo de espectáculos que alientan los poderes públicos en gran parte, es una prueba de nuestra indisposición o incapacidad para hacer de este mundo un hogar, para encontrar en nuestros lugares y en nuestras comunidades, en nuestros cuerpos y en nuestros trabajos, un lugar gozoso de descanso. Y lo que es quizás más dañino: estamos enseñado a generaciones enteras de niños a que consideren nuestras formas de vida cargadas de ansiedad como la norma a seguir.

En nuestro mundo, sin embargo, hay gente que lucha por todo lo contrario, como el Papa Francisco y otros muchos. No se trata de volver todos al campo, a los pueblos vacíos, sino es otra realidad la que hemos de perseguir. Es conseguir una reconciliación con la tierra, con el prójimo, con Dios: un camino que se fundamenta en el reconocimiento del lugar que nos corresponde en la inmensidad del universo. El carácter destructivo de nuestro cacareado “progreso” no siempre ha sido evidente, sino que, despreciando todas las actividades agrarias y sus sensibilidades, sólo pensamos en la oferta de recursos naturales que no basta para nuestras demandas de ellas.

Pensemos, por ejemplo, en la erosión y el envenenamiento del suelo, la contaminación y el agotamiento del agua, el fuego para, engañosamente, tener nuevas disponibilidades de recursos, sin pensar en los habitantes del medio donde están esos recursos. La deforestación de la Amazonía, pues, no es algo sin importancia, porque, además despreciamos a los nativos, como nos reímos de los que viven en el medio rural de nuestra patria; con la destrucción de las comunidades rurales, que se despueblan por no atender a un desarrollo sostenible, que vea posibilidades para no abandonar nuestros pueblos. En un libro leído recientemente sobre la “casa común, el autor denomina a los depredadores del medio ambiente, a esas personas y grupos de la explotación, los “pornógrafos de la agricultura”, porque su objetivo es conseguir el máximo beneficio a toda costa, y porque su método es la explotación rapaz.

Y, ¿qué decir de la ecología humana? El Señor nos ampare. Hay quienes afirman que vivimos en Europa una “civilización” que está en riesgo, y ese riesgo se corre lo mismo en partidos de izquierdas y de derechas. Si nuestra sociedad se atrinchera sobre el aborto, la eutanasia, la ideología de género, las madres de alquiler o el totalitarismo ideológico, ¿qué poder de maniobra tienen los que piensan que todo eso lleva al desastre, y a una sociedad sin dimensión ética y moral. Si huimos de la verdad, ¿de quién nos fiaremos? Es más cómodo decir que un hombre puede ser hombre o mujer cuándo y cómo quiera. Pero eso es una mentira, porque la biología es determinante: una mujer es una mujer y un hombre es un hombre. ¿Qué reflexión harán quienes aceptan la ideología de género sin una actitud meramente crítica?

Pidamos a Dios valentía y determinación para no despreciar la verdad, sin buscar ardides para engañarnos a nosotros mismos.

Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo. Primado de España