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Obispos piden el cierre de los Centros de Internamiento de Inmigrantes
19 - 09 - 2019 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros

La Conferencia Episcopal Española ha presentado, a través de la Comisión Episcopal de Migraciones, su mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado 2019, que este año tiene como lema: «No se trata solo de migrantes». (Fuente: Infovaticana)

Este año la Santa Sede ha decidido cambiar la fecha de enero al último domingo de septiembre, respondiendo a la petición de varias Conferencias Episcopales. Con lo cual será el día 29 de septiembre.

Les ofrecemos a continuación el mensaje de los obispos con motivo de este día, publicado en la propia página web de la CEE:

Queridos amigos:

El domingo día 29 de septiembre celebra la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema «No se trata solo de migrantes».

Con este motivo, los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE nos dirigimos a todos los fieles de nuestras Iglesias, y a cuantos quieran acoger nuestro mensaje, con esta carta, que quiere ser de aliento y estímulo para la tarea que, en este campo tan apasionante como arduo, llevamos entre manos y en el corazón. Enviamos un saludo cordial a los hermanos, mujeres y hombres de cualquier procedencia, lengua, cultura o religión, que viven la situación, tantas veces dramática, de la emigración, el refugio o la trata de personas.

El año pasado, en esta misma ocasión, los obispos de la Comisión de Migraciones centrábamos nuestra atención en los cuatro verbos activos que, como latidos de su corazón de pastor, nos ofrecía el santo padre para la planificación y la evaluación de nuestra acción pastoral en este ámbito: acoger, proteger, promover e integrar, con veinte puntos de sugerencias concretas.

Es un programa que sigue vigente, porque «cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado (cf. Mt 25, 35.43) A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor el Señor le confía al amor maternal de la Iglesia» (Francisco, Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado 2018).

Sería bueno que, con motivo de esta Jornada, nos preguntáramos cómo estamos respondiendo en nuestras Iglesias particulares a esta llamada; si estamos abriendo verdaderos procesos, si damos pasos eficaces de respuesta pastoral a este desafío, que constituye «una prioridad para la Iglesia» (ibíd.) y, por tanto, para cada una de nuestras Iglesias particulares y para nuestras parroquias. No se trata solo de emigrantes. Se trata también de nosotros. Ahí están las instituciones como Cáritas, Confer, Justicia y Paz, las delegaciones diocesanas de Migraciones, etc., que diariamente están generando procesos para que nadie quede excluido.

El santo padre, a la vez que nos marcaba el camino que debemos seguir, ofrecía, en el marco de los cuatro verbos citados, otros veinte puntos como aportación a los Pactos previstos por Naciones Unidas sobre Migrantes y Refugiados.

En la Conferencia de Naciones Unidas, que tuvo lugar en Marrakech en los días 10 y 11 del pasado mes de diciembre, fue aprobado por aclamación, por más de 160 países, el Pacto Mundial para la Migración, el primero de los acuerdos de este tipo. Aunque no tiene el rango de tratado internacional, se considera como un compromiso políticamente vinculante. Es lamentable que una docena de países, el primero Estado Unidos, se hayan desvinculado del texto. Esperemos que repiensen su postura. Aunque buena parte los 23 grandes objetivos pactados se formulen como compromisos genéricos, es un paso importante por contar, por primera vez, con un marco global de trabajo conjunto sobre esta realidad, una de las más urgentes de nuestro tiempo. El Pacto da visibilidad a un fenómeno que a menudo es solamente tratado como una emergencia, y contribuye a desarrollar una visión a largo plazo y a una respuesta global.

El hecho de que la Santa Sede se involucrara con tanto empeño, desde el principio, ha contribuido a que algunas de sus propuestas importantes, como la centralidad de la persona humana, se hayan convertido en partes esenciales de lo pactado. El presidente del Gobierno de España ha sido uno de los firmantes del Pacto. Esperamos que tanto las instituciones del Gobierno de la nación, como las administraciones autonómicas y municipales, recientemente constituidas, se impliquen activamente, en la parte que les corresponda, para el logro de tales objetivos. Siempre encontrarán la modesta colaboración de las instituciones eclesiales. Es imprescindible que, mirando a los emigrantes, traten de erradicar y prevenir las situaciones de vulnerabilidad, o la desatención de los derechos humanos vinculadas bien a la irregularidad administrativa (siguen existiendo en la calle mujeres embarazadas, o menores no acompañados) o a las dificultades provenientes de nuestras fronteras, a leyes discriminatorias, o a la reclusión tan doliente y dura en los Centros de Internamiento, por ejemplo. Para estos últimos nuevamente pedimos su cierre con alternativas claras y legales. Lo pedimos así porque los más pobres entre nosotros son los extranjeros sin papeles. La Iglesia siempre ha favorecido (y lo seguirá haciendo) una necesaria y mayor articulación entre los actores del sistema de acogida, y entre estos y las políticas de cohesión e integración social estatal, autonómicas y locales, con el fin de impulsar las trayectorias de integración de los refugiados dentro y fuera del Sistema de Acogida.

Los migrantes no son un peligro, sino una ayuda que nos enriquece. «Hemos de reconocer también hoy lo mucho que estos hermanos aportan a nuestra sociedad, a nuestra Iglesia y a nuestra cultura» (Conferencia Episcopal Española, Iglesia, servidora de los pobres, n. 9). Donde otros ven solo un emigrante, los cristianos tenemos que ver a un hermano, evitando así que nuestros miedos, prejuicios y estereotipos injustos los hagan responsables, como a veces sucede, de los males sociales, dando pábulo a la exclusión, ya sea social o territorial.

«Jesucristo nos pide que no cedamos a la lógica del mundo, que justifica el abusar de los demás para lograr nuestro beneficio personal o el de: ¡primero yo y luego los demás!. En cambio, el verdadero lema del cristiano es “¡primero los últimos!”» (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019).

Nuestra vieja Europa, pionera en la formulación y en la práctica de los Derechos Humanos, necesita recuperar los valores que le dieron origen. Es inaceptable humanamente y resulta de lo más ajena al Evangelio la mentalidad que contribuye a cosechar votos en las elecciones políticas favoreciendo librarse de lo que consideran el lastre de las migraciones. Y es más lamentable aun cuando tal mentalidad encuentra eco favorable en algunos miembros de nuestras comunidades cristianas.

Cómo le dolía a nuestro presidente, D. Juan Antonio, fallecido inesperadamente hace unos meses, que grupos que se presentaban como afines a los cristianos quieran convencernos de que, en vez de defender a los inmigrantes, hay que defenderse de ellos. Y cómo alentaba a los medios de comunicación social sobre la «necesidad de formar, informar y crear conciencia sobre la movilidad humana, sin silenciar la aportación positiva que la inmensa mayoría de los migrantes hace al país que los acoge en todos los planos: económico, cultural y también en el religioso, rejuveneciendo y revitalizando nuestras parroquias y comunidades». Por eso, el mejor homenaje que podemos ofrecer a D. Juan Antonio, junto a nuestra oración fraterna y esperanzada, es seguir en esta tarea de acoger, proteger, promover e integrar a los hermanos emigrantes, como nos viene marcando con coraje de pionero y, sobre todo, con alma de pastor, el papa Francisco.

No nos gusta que las personas vengan en situación irregular. Y no nos gusta por todo lo que ello comporta de riesgo, de dolor y sufrimiento; pero nos gusta mucho menos la falta clamorosa de equidad en nuestro mundo, las situaciones de hambre, de violencia, de guerra, de persecución, la falta de perspectivas de vida y de futuro que expulsan de su tierra y hacen ponerse en camino a tantas personas, víctimas, en no pocos casos, de la extorsión y el contrabando mafioso. ¡Cuántos han muerto caminando o cruzando el mar! Las heridas de tantos hermanos emigrantes o víctimas de la trata solo se cu- 6 ran con el amor y la misericordia. Son el egoísmo y el individualismo los que llenan los caminos del mundo de soledad, de desamparo y de muerte.

Cuando la lógica del interés personal o de la propia seguridad de unos prevalece sobre la lógica del don, lo sufre siempre la dignidad y la atención a los otros. Dice a este respecto el presidente de Cáritas Internacional, el cardenal Luis Tagle: «Las noticias indican que vivimos en un mundo que se está fracturando debido al miedo, los prejuicios y el odio. Parece que olvidamos la Regla de Oro que está en la base de muchas de nuestras religiones y culturas: “Compórtate con los demás como quisieras que se comportaran contigo”. Cuando vemos a refugiados que huyen de guerras o a migrantes que llegan a nuestros países en busca de una vida mejor, un crudo instinto humano nos empuja a cerrarles las puertas en la cara, a cerrar nuestros ojos y a cerrar nuestros corazones. Sin embargo, si apartamos la mirada o sucumbimos al miedo o al odio, perdemos nuestra perspectiva y la esencia de lo que significa ser humano. En este momento de nuestra historia necesitamos más que nada una perspectiva que nos ofrezca una visión global y una respuesta unida y misericordiosa a los desafíos de nuestro tiempo» (artículo en la revista America Magazine).

El Mensaje del papa Francisco para esta Jornada del Migrante y del Refugiado fija su atención en el trasfondo de las migraciones, que, en no pocas ocasiones, queda difuminado por la fuerza de los números, por el dolor acumulado de quienes lo protagonizan o por el debate social y político que suscita. El santo padre nos alerta sobre el peligro de que la globalización del individualismo conduzca a la indiferencia; que el miedo se convierta en un rasgo identificativo de nuestra cultura; o que una errónea comprensión del progreso pueda condicionar la interpretación y la gestión del fenómeno.

La integración que en clave eclesial expresa la realidad imprescindible de la comunión es un proyecto global que se verifica en los escenarios de la convivencia diaria. Superados algunos momentos más acuciantes de la crisis, e invitando permanentemente a la reconciliación, recuperamos la oportunidad de meditar y comprender los proyectos de convivencia desde los que podemos contribuir como cristianos y como Iglesia a la madurez de la democracia, en su capacidad de acoger al diferente. Y, así, sumarlo como urgencia al proyecto común de la convivencia, el reconocimiento mutuo y la asunción de derechos y deberes.

Por eso, el papa Francisco nos invita a mirar con más hondura y amor esta realidad de los migrantes, refugiados y víctimas de la trata de personas, emblema de la exclusión, a verlo con los ojos de la fe, a una reflexión personal y comunitaria que nos permita discernir si estamos actuando como colaboradores o, por el contrario, si dificultamos la implantación del reino de Dios.

«No se trata solo de migrantes». Se trata de ver si el miedo a que el otro altere nuestra seguridad condiciona nuestra forma de pensar, hasta hacernos intolerantes, incluso racistas. Se trata de ver ómo entendemos y ejercemos la caridad; si queremos una humanidad nueva solidaria, samaritana, fraterna, donde los últimos ocupen el primer lugar en nuestra preocupación y atención, o promovemos una humanidad excluyente; si miramos a la persona en su integridad y a todas las personas o somos elitistas. Se trata de ver si estamos construyendo, emigrantes y no emigrantes, la Ciudad que Dios quiere para el hombre y para todos los hombres. Se trata, pues, también de nosotros.

Sabemos que nos queda mucho por andar; pero también que sois muchas las personas e instituciones eclesiales que estáis con la mano en el arado pastoral anunciando la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo, el mejor tesoro que podemos ofrecer a nuestros hermanos, y, a la vez, haciendo presente, con palabras y obras, la fuerza liberadora y sanadora de su Evangelio.

¡Gracias por vuestra labor!

Los obispos de la Comisión Episcopal De Migraciones