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Sánchez Sorondo se une a la ONU contra la esclavitud
02 - 08 - 2019 - GENERALES -

Ha vuelto Monseñor Sánchez Sorondo, a esa su segunda casa que es la sede de Naciones Unidas, a participar en un encuentro auspiciado por la organización internacional contra la esclavitud, contra la que el Papa ha tronado recientemente en su forma de ‘trata de blancas’, una de las más repugnantes. (Fuente: Infovaticana)

Ahora, ¿podría alguien ver algo criticable en esto? ¿Hay crimen más atroz, mayor injusticia, peor forma de pisotear la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios mismo, que la esclavitud y la prostitución forzada? ¿No debe estar la Iglesia firmemente en el lado de la denuncia de esta lacra?

Debe, naturalmente. Y, sin embargo, hay en todo esto un problema, si se quiere, de ángulo, de perspectiva. En primer lugar, porque se trate de la ONU; en segundo lugar, precisamente porque el asunto no es debatible, nadie va a estar públicamente a favor de la esclavitud o la prostitución forzada. Es, en definitiva, fácil.

El otro día recogíamos en estas páginas una entrevista de Vatican News con el obispo del Vicariato apostólico de Puerto Leguízamo – Solano, Joaquín Humberto Pinzón, sobre la situación de la región amazónica y el próximo sínodo que se dedicará, en teoría, a esta área del planeta. Y me quedo con la declaración de Pinzón que Infovatica elige para titular: “El primer desafío es ser una Iglesia profética”.

Amén a eso. La Iglesia, y muy especialmente sus pastores, deben ser proféticos, o no serán nada en absoluto. Pero, ¿qué significa ‘profético’? Nada que ver, claro, con su acepción vulgar de adivinar el futuro, sino con cumplir una misión similar a la que cumplieron los profetas del Antiguo Testamento. Y lo que hacían estos profetas no era meramente recordar las verdades de Dios, las verdades imperecederas, permanentes, sino insistir en aquellas que se habían olvidado, las que el pueblo y sus dirigentes menos querían oír.

Eso es ser “profético”, y en eso es en lo que nos parece que están fallando monumentalmente nuestros pastores. La Iglesia, entendida como la jerarquía, ha dejado de ser profética, voluntaria y deliberadamente. Ha dejado de decir aquellas cosas que más chirrían al mundo, que más chocan con el pensamiento dominante de lo que solía llamarse ‘el siglo’. Simplemente.

Tronar contra la esclavitud puede ser estupendo, pero hay que reconocer que no es difícil, porque nadie va a dejar de invitarte a sus fiestas por oponerte a la esclavitud. El mundo tiene sus hipocresías, y hay muchas cosas que ataca a ultranza, sea o no cómplice de ellas. La esclavitud es una de las más obvias.

Por recurrir a una virtud, no hay valor en este posicionamiento, aunque sea, sin duda, algo bueno. Como no lo hay en defender el globalismo por la doble vía de las migraciones masivas y el Cambio Climático, que se ha convertido en un inopinado dogma católico implícito. Puede que los fieles en buena parte, o incluso en su mayoría, tengan una opinión diferente sobre estos asuntos; puede que lo tengan incluso las masas no creyentes. Pero ellos no son la opinión dominante, la que cuenta, la que nos predican desde los grandes medios sencilla y lógicamente porque es la de los poderosos. Esa no tiene nada que oponer a la Iglesia cuando defiende todo esto, muy al contrario: la aplaude hasta pelarse las manos.

Y esto debería ser un síntoma preocupante, porque la oposición de la Iglesia y el Mundo -la mayúscula no es aquí ociosa- no es un desafortunado accidente histórico, felizmente superado en nuestro ilustrado presente, sino una necesidad y una precondición anunciada por el propio Cristo en el Evangelio. El mundo debe ser convertido, y no en una inane ‘conversión ecológica’ que nada significa, sino a Cristo, que propone una ‘puerta estrecha’ que ni es ni va a ser nunca del agrado del Mundo.