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El cardenal Henry Newman será canonizado
28 - 06 - 2019 - VATICANO - Causa de los Santos

El próximo lunes 1 de julio, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el papa Francisco presidirá la celebración del Consistorio Ordinario Público para el anuncio de la canonización de cinco beatos. Entre ellos, el cardenal Henry Newman, converso del anglicanismo al catolicismo. (Fuente: Infocatolica)

Los cinco nuevos santos serán John Henry Newman, cardenal de la Santa Iglesia Romana, fundador del Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra; Josefina Vannini (Giuditta Adelaide Agata), fundadora de las Hijas de San Camilo; Maria Teresa Chiramel Mankidiyan, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia; Dulce Lopes Pontes (María Rita), de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios; y Margarita Bays, virgen, de la Tercera Orden de San Francisco de Asís.

Newman, gran converso

Su vida fue una peregrinación a la verdad. Y, de hecho, en el epitafio de su tumba se lee: «Ex umbris et imaginibus in veritatem» – «De las sombras y los fantasmas a la verdad»

Nacido en Londres en 1801, de joven fue consagrado diácono de la Iglesia Anglicana. Después de un intenso camino de reflexión y oración, comprendió que la Iglesia de Roma era la verdadera guardiana de las enseñanzas de Jesucristo y se convirtió a la fe católica. En 1847 fue ordenado sacerdote e instituyó el Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra. Creado Cardenal por el Papa León XIII, murió en Edgbaston el 11 de agosto de 1890. Mientras otra fecha significativa que tiene que ver con su vida la del 19 de septiembre de 2010, día en que el Papa Benedicto XVI presidió su beatificación.

Búsqueda de la verdad

Durante la vigilia de oración con motivo de su beatificación, el 18 de septiembre de 2010 en Londres, Benedicto XVI recordaba las enseñanzas del Cardenal Newman con estas palabras: «Nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y comprometido nuestra vida por él, no puede haber separación entre lo que creemos y la forma en que vivimos nuestras vidas». Y añadía: «La existencia de Newman nos enseña que la pasión por la verdad, por la honestidad intelectual y por la conversión genuina implica un gran precio que pagar. La verdad que nos hace libres no puede ser retenida para nosotros mismos; exige testimonio, necesita ser escuchada, y en el fondo, su poder de convencer viene de sí misma y no de la elocuencia humana o de los razonamientos en los que puede ser puesta».

Entrar en el puerto después de una travesía agitada

De modo que la vida del Beato John Henry Newman estuvo marcada por la búsqueda de la verdad. Y en sus escritos, compara su camino de conversión con el desembarco en el puerto después de una furiosa tempestad:

«En el momento de la conversión, yo mismo no me daba cuenta del cambio intelectual y moral que había tenido lugar en mi mente. No me parecía que tuviera una fe más firme en las verdades fundamentales de la revelación, ni un mayor dominio sobre mí; mi fervor no había crecido; pero tenía la impresión de entrar en el puerto después de una travesía agitada; por eso mi felicidad, desde entonces y hasta hoy, ha permanecido inalterable »

Una vida llamada a la santidad

Durante la Misa de Beatificación del 19 de septiembre de 2010 en Birmingham, Benedicto XVI recordaba que el Cardenal Newman «vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí».

El corazón habla al corazón

El lema del Cardenal Newman, Cor ad cor loquitur (el corazón habla al corazón») – subrayaba el Papa Ratzinger – «nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios».

Josefina Vianini

Nació en Roma; recibiendo el nombre de Judit Adelaida. Pronto quedó huerfana de padre y madre. Judit ingresó en el orfanato de las Hijas de la Caridad. Obtuvo el título de maestra de asilo y el trato que tuvo, siendo todavía joven, con las Hijas de la Caridad, la inclinó hacia la vida religiosa, iniciando el noviciado en el convento de Siena de las Hijas de la Caridad en 1884, aunque no pudo completarlo por falta de salud. Probó nuevamente pero tuvo que salir en 1888 por no conseguir adaptarse a sus exigencias.

Pero su vocación se concretó en el encuentro que tuvo con el beato padre Luis Tezza en Roma en 1891, con quien se entrevistó por primera vez para pedirle consejo espiritual acerca de su vocación. Hacía poco que el padre Tezza había recibido el encargo de refundar las terciarias camilianas, y propuso a Judit acometer esa tarea. Ella le responde que, aunque no se siente capaz, confía en Dios.

El carácter de Judit era el indicado para una fundadora: mujer de oración y sacrificio, segura de sí misma y de su vocación. Solicitadas las pertinentes autorizaciones del superior de los Camilianos, Judit, con dos compañeras, formaron el núcleo de la nueva fundación de la Congregación de Hijas de San Camilo, para servir a los enfermos. El 2 de febrero de 1892, celebración de la conversión de san Camilo, en la sala-santuario donde murió el santo, nació la nueva familia camiliana con la imposición del escapulario, y ya en marzo Judit, que tomó el nombre de Josefina, recibió el hábito religioso y fue nombrada superiora. Cofundadora de la Congregación de las Hijas de San Camilo dedicadas a la atención de los enfermos (1892).

Las Reglas son redactadas por el P. Luis Tezza, y la finalidad es la «asistencia a los enfermos, incluso en sus domicilios». El instituto, en medio de una gran pobreza, crece inmediatamente, a fin de ese mismo año son ya 14 las religiosas, el año siguiente fundan fuera de Roma, en Cremona, y continúa el crecimiento. Sin embargo el primer gran escollo viene de parte del papa León XIII, que había decidido no aceptar más fundaciones en Roma, y niega dos veces la autorización al P. Tezza. La congregación parece que queda obligada a dejar Roma; sin embargo, convertida en Pía Asociación, pueden permanecer.

Una nueva prueba vendrá de la mano de calumnias que se alzan hacia la relación entre el P. Tezza y las religiosas, especialmente con la beata Josefina. Sin ninguna investigación, el cardenal protector de la Pía Asociación quita al P. Tezza el permiso de confesar a las hermanas, y le prohibe todo contacto con ellas.

Con gran fortaleza espiritual, la fundadora prosigue adelante con la obra, e incluso crece en esos años ampliándose por toda Italia y Argentina. El 21 de junio 1909, después de tantas resistencias, obtiene por fin el Decreto de erección del Instituto en Congregación Religiosa bajo el nombre de «Hijas de San Camilo». La vida de Josefina no está marcada por ningún hecho extraordinario. Fue, más bien, una dedicación continua, silenciosa y personal a la congregación. Murió en Roma y fue beatificada, también en Roma, el 19 de octubre de 1994 por SS. Juan Pablo II.

María Teresa Chimarel

Nació el 26 de Abril de 1876 en Puthenchira, en el estado de Querala (India). Como escribía en su autobiografía, dirigida por obediencia a su director espiritual, desde muy pequeña sintió un intenso deseo de amar a Dios, que la llamaba a recitar el Rosario varias veces al día. Su madre procuraba disuadirla de severas mortificaciones, más ella persistía en este gesto a fin de asemejarse cada vez más a Cristo sufriente, y llegó a consagrar su virginidad cuando tenía apenas diez años.

Como consecuencia de la muerte de su madre, interrumpió el estudio escolar más continuó muy interesada en el discernimiento de su vocación. Quería una vida escondida para dedicarse a la oración, y en 1891 decidió salir de casa para llevar una vida eremítica y de penitencia, aunque dicho proyecto fracasó.

Intensificó su colaboración en la parroquia, juntamente con tres compañeras, dedicándose a los pobres, docentes, personas solas y huérfanos. Oraba por los pecadores, por la conversión de ellos.

Recibió de Dios muchos favores místicos, entre ellos visiones y estigmas, mas permaneció siempre en el camino de la humildad. Su obispo, dudando de la autenticidad de tales fenómenos místicos, la mandó someterse varias veces a exorcismos.

En 1903 explicó al vicario apostólico de Trichur su deseo de fundar una casa de retiro y oración, pero le fue sugerido entrar en el convento de las Clarisas Franciscanas. Después, habiendo sido enviada al convento de las Carmelitas de Ollur, también allí María Teresa percibió que no era esta su vocación. Finalmente, el obispo comprendió que Dios deseaba una nueva congregación religiosa al servicio de la familia. El día 14 de Mayo de 1914 fue erigida canónicamente la nueva Orden que se denominó Congregación de la Sagrada Familia. Durante y después de los difíciles años de la primera guerra mundial, con indómita energía y total confianza en la Providencia Divina, dio vida a tres nuevos conventos, dos escuelas, una casa de estudios y un orfanato.

Maria Teresa muere con fama de santidad el 8 de Junio de 1926.

Dulce Lopes Pontes

María Rita de Souza Brito Lopes Pontes nació en Salvador de Bahía, Brasil, el 26 de mayo de 1914. Era la segunda de cinco hermanos. Su progenitor, Augusto, era dentista y profesor de la facultad de Odontología. Su madre, Dulce María, murió a los 26 años después de dar a luz a la benjamina. Entonces la futura beata tenía 6. Su padre iba a estar a su lado siempre, animándola y ayudándola en sus iniciativas apostólicas hasta el fin de sus días. Él mismo fue impulsor de importantes obras de acción social. De tres de los hijos habidos en el matrimonio: Augusto, Dulce y María Rita, se hicieron cargo sus tías.

Los tres hermanos tomaron la primera comunión en 1922. Cinco años más tarde, en plena adolescencia, Dulce sintió cómo se despertaba su interés por la vida religiosa. Se adentró en lugares deprimidos de la ciudad junto a una de sus tías y, a partir de entonces, la marginalidad y pobreza que vio a su alrededor le conmovieron poderosamente; tanto que ya no pudo apartarlas de su mente.

Introdujo en sus acciones cotidianas la ayuda a quienes sufrían múltiples carencias, dándole prioridad. Y para ello convirtió el sótano de su casa en un lugar asistencial, que fue sumamente apreciado por los que no tenían recursos para afrontar sus difíciles jornadas. Hacía todo lo que podía para paliar tan graves deficiencias. Les proporcionaba alimentos, ropa, medicinas…

En 1932, después de haber cursado estudios en la Escuela Normal de Bahía, profesó como terciaria franciscana. Se vinculó a este carisma conducida por su director espiritual, el padre Hildebrando Kruthaup, ofm. Tomó el nombre de Lucía. Pero al año siguiene ingresó en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. De esta Orden le habían hablado en el convento de Nuestra Señora del Destierro en 1929.

Y al realizar los votos en agosto de 1934, eligió el nombre de Dulce en honor a su madre. Modelo para su vida fue Teresa de Lisieux. Estaba convencida de que debía imitar su conducta: «Creo que soy como el pequeño amor de mi pequeño corazón, que por más amor que tenga es poco para un Dios tan grande […]. A ejemplo de santa Teresita, creo que deben ser agradables al Niño Jesús todos los actos pequeños de amor por menores que sean».

Durante tres meses del año 1934 realizó una intensa actividad apostólica. Fue destinada a Salvador, y en el Hospital Español desempeñó diversos oficios, desde enfermera a portera, y también sacristana. Hizo un curso que la capacitó para la farmacia. Además, impartió clases en el colegio de Santa Bernadete, y trabajó con los obreros de Itapagipe. Con la firme convicción de que «el amor supera todos los obstáculos, todos los sacrificios», no halló barreras para un apostolado admirable, fecundo y eficaz. Luchó en todo momento sin desfallecer por el bien de los desfavorecidos.

Si se pudiera hablar en términos de curriculum, el suyo es impresionante: la fundación de las Hijas de María Siervas de los Pobres,colegios, bibliotecas, uniones obreras católicas, albergues, el colegio San Antonio para hijos de los trabajadores residentes en el barrio de Massaranduba, en Salvador, en el que también se dio formación a los adultos, etc., además de una extraordinaria red hospitalaria, y todo ello hallándose con su capacidad respiratoria al 30% durante los 30 últimos años de su vida. Era, sin duda, la gracia de Dios que la fortalecía y dilataba sus posibilidades de forma constante, sosteniéndola por encima de las penalidades y problemas que se le presentaron.

El origen del St. Anthony’s Hospital, que inauguró con 150 camas en 1959, fue el fruto de su tesón, ya que tras poner en marcha el sindicato de trabajadores de San Francisco, en Bahía, se dedicó a recoger a personas enfermas y a darles cobijo en una isla de Salvador de Bahía, en casas que nadie habitaba. Cuando la obligaron a desalojarlas, echó mano de sus arrestos, que le sobraban, y las trasladó a un antiguo mercado de pescado, hasta que los expulsaron de allí. Sin perder jamás la confianza en Dios, condujo al gallinero de su convento a 70 personas enfermas.

Después de su apertura, este hospital llegó a contabilizar 3.000 pacientes diarios. Sus numerosas fundaciones se hallan aglutinadas bajo el nombre de Obras Sociales «Hermana Dulce». En 1979 el cardenal arzobispo de Salvador, Brandão Vilela, le pidió que abriese fundación en Alagados.

El reconocimiento por su asombrosa labor propició que en 1988 fuese presentada como candidata al Premio Nobel de la Paz. Tuvo el consuelo de encontrarse con Juan Pablo II en dos ocasiones. La primera en julio de 1980, y la segunda en octubre de 1991, cuando se hallaba en el hospital donde permaneció 16 meses. El pontífice, que tan bien conocía el dolor en carne propia, hizo notar: «Este es el sufrimiento de los inocentes. Igual al de Jesús».

Dulce fue una religiosa fidelísima a su regla en momentos en los que en su congregación había quienes propugnaban que aquélla se mitigara. Una mujer de oración, sacrificada y penitente, que difundió entre los pobres, los operarios y los enfermos su amor al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada.

Murió en el convento de San Antonio el 13 de marzo de 1992. El sepelio, realizado en medio de la consternación de la gente que la consideraba Madre de los pobres y ángel bueno de Brasil, fue una explosión de gratitud. Conducida en un coche de bomberos, fue escoltada por los cadetes de la policía militar y seguida por una imponente procesión de 6 km.

Así homenajeaban a la que ya había entrado de forma triunfante en la gloria. Su cuerpo permanece incorrupto. Fue beatificada en Salvador de Bahía por el cardenal Geraldo Majella Agnelo, en representación de Benedicto XVI, el22 de mayo de 2011.

Margarita Bays

Margarita nació en Suiza, en el cantón de Friburgo el 8 de septiembre de 1815. Hija de agricultores, desarrolló durante toda su vida la labor de costurera.

Tuvo desde niña una fe ardiente, pero no se sintió llamada a la vida religiosa. Sin embargo, permaneció soltera al servicio del prójimo como catequista.

Además ayudó a los enfermos de la parroquia y sostuvo a su familia cuando un hermano estuvo encarcelado, una de sus hermanas se separó de su esposo y otra quedó embarazada de adolescente.

«Golpeada por un cáncer antes de los 40 años, pidió al Señor para que la sanase, pero que la asociase para siempre a su Pasión». La curación inexplicable llegó el 8 de diciembre de 1854, el día en que Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción.

«Desde entonces para los Bays comenzaron otros sufrimientos y experiencias místicas: permanecía inmovilizada en cama con éxtasis todos los viernes a las 15 horas y por toda la Semana Santa. En sus manos, pies y el costado aparecieron los estigmas», fenómeno que la beata «primero buscó esconder, pero que luego reveló al obispo. Una investigación médica «atestiguó el origen misterioso de las heridas», relató el medio.

Falleció el 27 de junio de 1879. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 29 de octubre de 1995.