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El repliegue migratorio de Merkel
09 - 07 - 2018 - CULTURA - PolĂ­tica

La pugna con la CSU apunta a cómo la canciller de Alemania ha ido recortando su propia generosa política de asilo. (Fuente: Forumlibertas)

El 31 de agosto del 2015, la canciller de Alemania, Angela Merkel, pronunció una frase sobre la gestión de la crisis de los refugiados, dirigida a sus compatriotas y destinada a marcar su época como gobernante en los libros de historia: “Wir ­schaffen das” (podemos hacerlo). A los pocos días, el 4 de septiembre, tomó una decisión que en gran medida fue calificada por su condición cristiana: abrir las fronteras del país a los miles de migrantes que estaban atascados en la estación de Budapest, a quienes el Gobierno húngaro impedía proseguir viaje hacia el centro del continente en aplicación de las reglas de asilo de la UE. Merkel adujo para ello “razones humanitarias”.

Llegaron cientos de miles en avalancha, la mayoría procedentes de Siria, Irak y Afganistán, y fueron recibidos con aplausos por muchísimos alemanes emocionados. La canciller democristiana, convertida en heroína internacional de la solidaridad, se sacaba selfies con los recién llegados. Como consecuencia, viven en la actualidad en Alemania al menos 1.600.000 solicitantes de asilo y refugiados con el estatus jurídico de tales (cifras de diciembre del 2016, las últimas disponibles), un contingente humano que ha tenido gran impacto en la sociedad y la política germanas.
Merkel y Seehofer , el 30 de junio en la Cancillería, durante el duro pulso de la CSU a la canciller por los inmigrantes (Sean Gallup / Getty)
Casi tres años después de aquella decisión de septiembre del 2015, la Merkel con poderío que arengaba a los alemanes con el lema Wir ­schaffen das se ha convertido en una Merkel que intenta poder hacerlo ella misma. En las últimas cuatro semanas, la canciller ha arrostrado un monumental motín migratorio de su partido hermano, la socialcristiana CSU de Baviera, capitaneado por su propio ministro del Interior, Horst Seehofer. Los socialcristianos, que el próximo 14 de octubre afrontan elecciones en Baviera con el fundado temor a perder su histórica mayoría absoluta, querían poder rechazar en la misma frontera a migrantes inscritos en otros países de la UE.

Merkel se opuso a aplicar tal medida de modo unilateral, así que movilizó todos sus anclajes en Bruselas para lograr una “solución europea” que pudiera satisfacer a la CSU. Al final, la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los días 28 y 29 de junio se convirtió en una operación de salvamento de Merkel –tal es el aura de garante de estabilidad del Gobierno alemán, que nadie en la UE quiere verlo caer–, a la que España aportó su granito de arena con un acuerdo trilateral junto a Grecia por el que ambos países aceptan que Alemania les devuelva migrantes previamente registrados en sus respectivos territorios.

Merkel lleva casi tres años intentando frenar las llegadas
A Seehofer no le bastaba, así que la semana pasada prosiguió la negociación con Merkel, que se saldó con un acuerdo in extremis el lunes, ratificado el jueves por el SPD, tercer socio de la coalición de Gobierno y hasta entonces espectador de la pelea entre los conservadores. El acuerdo final matiza las exigencias maximalistas de la CSU, pero no deja de implicar un endurecimiento de la política de asilo en Alemania.

Porque en realidad, la pugna con la CSU constituye un nuevo episodio de cómo la canciller –acuciada por el ala más derechista de su partido, por la CSU, por la ultraderecha y por parte de la ciudadanía– ha ido recortando el legado que ella misma había construido en el 2015 en materia de refugiados, con un proceso político y legislativo que comenzó poco después del Wir schaffen das.

Durante el último trimestre de ese año, Merkel se volcó en intentar convencer al resto de la UE de que la solución a la crisis debía ser conjunta, mientras la sociedad alemana bullía de debate sobre la Willkommenskultur (cultura de bienvenida). Pero se producían ya sabotajes de edificios destinados a acoger solicitantes de asilo, casi siempre incendios intencionados, que han seguido produciéndose y tras los que asoma la mano de la ultraderecha.

Abrir las fronteras en el 2015 era lo correcto
La atmósfera inicial, con una mayoría de alemanes apoyando o tolerando la política de asilo de Merkel, cambió después de que en la Nochevieja de ese mismo año 2015 decenas de mujeres sufrieran agresiones sexuales y robos en Colonia y otras ciudades, a manos de inmigrantes y refugiados. La canciller prometió entonces cambios legislativos para agilizar la deportación de refugiados condenados por delitos.

Al poco, el 25 de febrero del 2016, el Parlamento aprobaba un paquete de medidas para endurecer la legislación de asilo. Se limitó la reagrupación familiar de ciertos refugiados; y se crearon centros específicos para tramitar con rapidez las solicitudes de asilo –y poder rechazarlas– de los peticionarios con nulas posibilidades de obtenerlo por venir de países considerados “seguros”. La lista de tales países se amplió a Argelia, Marruecos y Túnez.

Merkel fue también la gran promotora del polémico acuerdo entre la UE y Turquía del 18 de marzo del 2016, por el que, a cambio de ayuda económica, Turquía se comprometía a evitar que zarparan de sus costas las barcazas de migrantes fletadas por los traficantes con destino a Grecia y asumía también la acogida de refugiados sirios. Así se cerró la llamada ruta de los Balcanes, que los migrantes hacían hacia Austria, para ir luego a Alemania o a Suecia.

La secretaria de estado alemana de Migraciones, Refugiados e Integración, Annette Widmann-Mauzcanciller (i); la canciller alemana, Angela Merkel (c), y la presidenta de la Organización Nueva Alemania, Ferda Ataman (d), ofrecen una rueda prensa conjunta tras la 10ª Cumbre de Integración en la cancillería
Pero semanas antes del acuerdo UE-Turquía, se registraba en la frontera de Grecia con Macedonia una situación catastrófica similar a la que se había vivido en la estación de Budapest. Miles de refugiados se amontonaban en ese confín, sobre todo en un campamento cerca de la localidad griega de Idomeni, después de que los países balcánicos, liderados por Austria y tras la construcción de una valla fronteriza en Hungría, hubieran echado el pestillo. Entonces, Merkel, ocupada ya en cómo frenar los flujos ante el descontento de parte de los ale­manes, no se planteó un puente ­aéreo a Alemania por “razones humanitarias”.

Siguieron más leyes. En abril del 2016, la nueva ley de Integración sancionó para solicitantes de asilo y refugiados la exigencia de aprender alemán, la asignación de residencia en una ciudad concreta para evitar guetos y una bolsa de trabajo.

Ese verano se produjeron ataques a manos de refugiados –uno de un afgano con hacha en un tren en Wurzburgo, otro de un sirio con bomba en Ansbach–, aplaudidos o reivindicados en la distancia por el Estado Islámico (EI), con lo que el yihadismo se superpuso a la cuestión migratoria. El 19 de diciembre, el atentado contra el mercadillo navideño de Breitscheidplatz, obra de un islamista tunecino con el asilo denegado y pendiente de expulsión, mostró graves fallos de coordinación policial y administrativa entre länder. Al poco, en enero del 2017, el Gobierno facilitó la norma de deportación de extranjeros.

Hay enfado migratorio en la CDU, la CSU, la ultraderecha y parte de la ciudadanía
El debate migratorio estaba en todas partes. Al final, en las elecciones del 24 de septiembre del 2017, el bloque conservador que encabeza Merkel (su democristiana CDU y la CSU bávara) tuvo una ajustada victoria del 33%. Mientras, la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), abanderada de la retórica antiinmigración, lograba con su 12,6% entrar en el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento). A Merkel le costó más de cinco meses hilvanar el actual Gobierno de coalición de conservadores y socialdemócratas, tras un primer intento de tejer una inusual coalición con liberales y verdes. Y antes de lograrlo, hubo de aceptar un límite anual de 200.000 solicitantes de asilo exigido por la CSU. La democristiana se ha habituado a hacer concesiones, pese al drástico descenso de llegadas de migrantes. De enero a abril de este año, ha habido 54.790 nuevos inscritos.

Sólo dos aspectos de aquel solidario proceder del 2015 llevan camino de permanecer en su legado, a juzgar por cómo Merkel los defiende. Uno: que abrir las fronteras a los refugiados fue lo correcto pues encarna los valores europeos. Ella lo reiteró el jueves ante el primer ministro húngaro, el conservador Viktor Orbán, muy hostil a las migraciones, que estaba de visita en Berlín. Merkel recordó que se trata de personas y que “el alma de Europa es la humanidad, por lo que, si Europa quiere desempeñar un papel en el mundo con estos valores, no puede desentenderse”.

Segundo aspecto: que la apertura de fronteras no fue una acción unilateral de Alemania, como le reprochan sus críticos, sino que la pactó antes con el propio Orbán y con el entonces canciller de Austria, el socialdemócrata Werner Faymann. Y que, por tanto, es preciso seguir en la vía multilateral. En un discurso en el Bundestag el jueves 28, antes de partir hacia la cumbre de Bruselas, Merkel argumentó que “la migración podría decidir el destino de la Unión Europea”, y alertó de que debe resolverse “con multilateralismo frente al unilateralismo”, o nadie en el resto del mundo creerá en el sistema de valores de Europa.

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