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Cardenal africano ante la inmigración
26 - 06 - 2018 - IGLESIA - Africa

Un cardenal africano, Turkson, pide que se actúe en África para que su gente no tenga que venir a Europa, y monseñor Galantino, secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, explica por qué ellos no piensan hospedar ilegales en su propia casa, como explicamos en este artículo. (Fuente: Infovaticana)

De los pobres y marginados, de los parias de la tierra, reales o autodesignados, tan protagonistas ellos en las declaraciones de casi todos, se pueden decir hoy tres cosas.

La primera es que se dice abrumadoramente más de lo que se hace, y lo que se hace no parece alegrar a nadie porque las quejas siguen en la misma constante nota alta, casi, casi como si se quisiese hacer la situación permanente.

La segunda es que las recetas que se demandan, incluso apelando a algo tan personal como una virtud cristiana, coinciden con las de determinadas corrientes políticas de las que no puede decirse que hayan obtenido logros incontestables en este campo, y al cargarlo todo al anonimato de ‘lo público’ proporcionan una magnífica coartada para eximirse personalmente.

Y la tercera es que quienes con más brío, fuerza y publicidad abanderan su causa rara vez salen de sus filas, y de estas en ocasiones proceden voces, apenas audibles, que vienen a decir todo lo contrario que aquellos que hablan en su nombre.

Referido a la inmigración masiva de subsaharianos hacia Europa, por ejemplo, se da la paradoja de que nuestra Iglesia europea, y ahora mismo especialmente la italiana, aplaude el fenómeno y pide más, mientras que la africana, primera interesada pero a la que nadie escucha, tímidamente sugiere lo contrario.

Aquí ya hemos hablado de prelados africanos implorando a Su Santidad que no fomente con sus encendidos discursos un éxodo que expone a sus fieles a una peligrosa travesía, que les engaña con un ‘paraíso’ que no existe, que fomenta un despreciable tráfico de seres humanos y que vacía sus países de su activo más crucial: sus jóvenes.

Ahora es un cardenal ghanés, que además repite: Peter Turkson. Ya habló en su día, hace cosa de un año, de “cerrar el grifo”, con una gráfica expresión que valdría la etiqueta de ‘populista’ de por vida en cualquier otro. Hoy le da la vuelta y lo plantea desde el origen de toda esta conmoción demográfica, proponiendo que se ayude a la gente en su propia casa, es decir, en sus países.

Ha hablado en un encuentro celebrado en Albenga, en la Liguria, sobre desarrollo, entrevistado por el órgano de la diócesis italiana. “No nos limitemos solo a la acogida, sino promovamos también intervenciones en los países de origen”, ha dicho Turkson.

También ha dicho Su Eminencia que “debemos tener el sentimiento del buen samaritano para ayudar a quien se encuentra en dificultades”.

Es una magnífica referencia, y no solo porque es una de las parábolas más expresivas del Evangelio, sino porque deja perfectamente claro una condición básica de la virtud teologal que ahora tanto se usa para defender determinadas políticas: que es absolutamente personal.

El samaritano de la parábola no organizó cuestaciones ni presionó ante el gobierno de Judea para que las autoridades se ocupasen del hombre asaltado; ni siquiera se dedicó a buscar al sacerdote y levita indiferentes para imprecarlos, o a otros viajeros para organizar una ayuda colectiva: se ocupó él.

La parábola es especialmente oportuna en relación a este asunto y a un detalle de rabiosa actualidad. De todos es sabido que la Conferencia Episcopal Italiana está forzando la maquinaria en su ofensiva contra el Gobierno Conte sobre su actitud ante la inmigración masiva. Ya individualmente -recuerden el ‘tuit’ de Ravassi-, ya en comandita, el episcopado está cargando con inusitada energía contra el ejecutivo, pero la respuesta que está encontrando en muchos fieles no está siendo la esperada.

Los obispos han llegado a pedir a los italianos que hospeden a los inmigrantes en sus propias casas, a lo que no pocos han respondido que cuántos se alojan en los palacios episcopales. Nunzio Galantino, secretario de la Conferencia Episcopal, ha respondido a la repetida pregunta y maliciosa sugerencia: “No los acojo en mi casa porque sería un inconsciente presuntuoso si pensara que yo puedo, en mi casa, resolver el problema de cada una de estas personas”. ¡Qué satisfactorios son los problemas que uno puede denunciar y no se siente obligado a resolver ni con su pequeño granito de arena!

La cosa sonaría menos hipócrita si no se hubiera sugerido exactamente eso, que los particulares acojan en sus propios hogares y alimenten a quienes llegan en los buques de rescate, y si no se amparasen en un Evangelio que apela directamente a la persona y no diluye su obligación de caridad en el Estado.

Que los obispos italianos albergaran en su casa a unos cuantos inmigrantes no solucionaría, ciertamente, la cuestión. Pero serviría a los fieles de ejemplo que imitar y les enseñaría que sus pastores no se limitan a “poner cargas insoportables sobre las espaldas de los otros”, como los fariseos.

Por otra parte, Cristo nunca habló de “solucionar” problema alguno; al contrario, dejó claro que “los pobres estarán siempre entre vosotros”. ¿O es que cuando el Vaticano organiza una comida multitudinaria para los sintecho cree estar acabando con el problema.