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México: manual para sacerdotes en riesgo
26 - 06 - 2018 - IGLESIA - América

La Iglesia mexicana ha elaborado un “Protocolo de seguridad” para el clero y los laicos comprometidos y amenazados por la violencia. (Fuente: Lastampa.it)

Produce cierta impresión leer, cuando faltan pocos días para las elecciones en México, que la comunidad eclesial de toda una nación prepara y divulga normas para defender a sus miembros de la violencia y proteger las instituciones educativas y de caridad de las agresiones malintencionadas. Pero es así. A fines de junio, las autoridades de la Iglesia mexicana elaboraron y recomendaron “a toda la comunidad eclesial, pero muy especialmente a aquellas personas que por su labor pastoral están expuestos como: sacerdotes, religiosos, religiosas, directores de institutos, escuelas, conventos o cualquier otro espacio religioso: parroquias, capillas, oficinas, seminarios, etc.” un protocolo “para afrontar responsablemente los posibles riesgos, que tanto personas como instituciones (…) puedan recibir, simplemente por el hecho de ser figuras administradoras de espacios públicos que abren sus puertas sin discriminación alguna”. Más allá del lenguaje característico de la curia, son indicaciones perentorias sobre la manera como deben comportarse los sacerdotes y laicos comprometidos que se encuentran en la mira de la violencia de la criminalidad común o del narcotráfico que en los últimos años han convertido a México en el país con el mayor número de religiosos asesinados del mundo.

 

El texto en cuestión es un documento de 38 páginas organizado en diez “Protocolos Básicos de Seguridad Eclesial” que especifican los procedimientos que se deben seguir tanto para prevenir amenazas y agresiones como para hacerles frente cuando se verifican. No hay antecedentes de que algo parecido se haya presentado de manera pública y formal a escala nacional en otros contextos, ni siquiera países en guerra.

 

La introducción del documento recomienda con fuerza a todas las diócesis y comunidades de México que lo estudien, lo difundan y lo adopten, y luego pasa a plantear el tema concreto de la seguridad detallando diez procedimientos. El tercer protocolo está dirigido especialmente a los sacerdotes. Parece el manual de procedimientos de una agencia de inteligencia destinado a sus miembros. Aconseja a los religiosos que no establezcan horarios fijos, que eviten los hábitos rutinarios y realicen los desplazamientos preferiblemente de día, utilizando solo vehículos apropiados o un transporte público seguro, que no elijan la ruta más rápida o la más corta, sino la más segura, y de ser posible con rutas alternativas o de emergencia, manteniendo en secreto las decisiones sobre esos desplazamientos. Se recomienda además controlar el funcionamiento del celular, la radio y los cargadores de energía antes de comenzar el viaje y hacer un reconocimiento previo del exterior de la casa, de la parroquia o de la oficina a la que se dirigen, para detectar posibles sospechosos, y avisar a personas de confianza o familiares cuando se realice una visita a personas o lugares determinados.

 

De las precauciones que se deben adoptar a nivel personal, el manual de la Iglesia mexicana pasa luego a las recomendaciones para los “escenarios de peligro” tales como las paradas en los cajeros automáticos, que deben hacer acompañados, o encargar a alguna persona que recoja el periódico o la correspondencia en el exterior de la casa parroquial cuando están ausentes. Parecen obvias, si no hubiera antecedentes que lo justifiquen, las recomendaciones de mirar dentro del automóvil antes de ingresar al mismo, conducir siempre con las ventanillas cerradas y los seguros puestos, llevar solo la licencia de conductor y la tarjeta de circulación, evitar las discusiones por accidentes de tránsito y no circular por calles oscuras, cambiando de ruta si el GPS los lleva por calles de apariencia peligrosa.

 

A continuación de las recomendaciones personales se pasa a instrucciones específicas en caso de robo o secuestro. En el primer caso, si se trata de un asaltante individual que evidentemente solo quiere dinero y objetos personales, el protocolo recomienda “no intentar enfrentarlo, detenerlo o desarmarlo”, observarlo, en la medida de lo posible y sin correr riesgos inútiles, para denunciar después la agresión a la policía. En caso de secuestro, mucho más grave, el manual redactado por la Iglesia mexicana aconseja a la víctima “conserva la calma, porque la pérdida de control genera violencia”, obedecer las indicaciones y no establecer una relación personal o de familiaridad con el secuestrador. “En la medida de lo posible y sin poner en riesgo tu integridad” explica el quinto Protocolo Básico de Seguridad Eclesial, “registra información o detalles y referencias durante el cautiverio”. Las instrucciones siguientes recomiendan “proporciona al agresor el número telefónico de una persona que pueda negociar” y que los familiares o personas de confianza deben informar a la autoridad competente y al obispo.

 

El último aspecto a tener en cuenta se refiere a la manera como ha sido redactado el manual para preservar la seguridad de los católicos mexicanos y su jerarquía. El Secretario General de la Conferencia Episcopal, Mons. Alfonso Miranda Guardiola, explicó, al presentarlo, que “el documento retoma en general la experiencia de muchos sacerdotes y obispos que han trabajado en temas de construcción de paz, diálogo, mediación y procedimientos de seguridad”.