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Juan XXIII y el Tercer Secreto de Fátima
22 - 06 - 2018 - GENERALES -

El 17 de agosto de 1959, el comisario del Santo Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, llevó al Papa Juan XXIII el sobre que contenía la tercera parte del secreto revelado a los tres pastorcitos de Fátima, escrito por Sor Lucía por orden del Obispo de Leiria y de la Santísima Madre el 3 de enero de 1944. (Fuente: Infovaticana)

Se esperaba que esta tercera parte del secreto de Fátima fuera revelada en 1960, pero Juan XXIII decidió devolver el sobre lacrado al Santo Oficio sin hacer público su contenido.

En el libro Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, el historiador Roberto de Mattei relata este episodio y la decisión del Papa Roncalli de postergar la difusión del texto, que finalmente la Santa Sede hizo público el 26 de junio de 2000, bajo el pontificado de Juan Pablo II:

Juan XXIII pasó el mes de agosto de 1959 en Castelgandolfo. Allí, el día 17, según el testimonio del Secretario Capovilla que se encontraba presente, el Papa recibió de las manos del Padre Paul Philippe, comisario del Santo Oficio, el sobre sellado que contenía el Tercer Secreto de Fátima. “Dijo que lo había abierto y leído en la presencia de su confesor Mons. Cavagna, el viernes siguiente [21 agosto, n.d.a], es decir, sin prisa. Leyó el memorial, pero como el texto era en algunos puntos difícil de descifrar debido a las locuciones dialectales portuguesas, lo hizo traducir por monseñor Paolo Tavares, “minutante” de la Secretaría de Estado (después Obispo de Macao). Yo estaba presente. Fueron hechos partícipes los jefes de la Secretaría de Estado y del Santo Oficio y otras personas, por ejemplo, el Cardenal Agagianian”.

El mensaje, revelado a los pastorcitos de Fátima que sin duda es, como ha escrito el Cardenal Bertone, “la más profética de las apariciones modernas”, consta de tres partes distintas. La primera es la dramática visión del Infierno, en el que caen muchísimas almas.

La Virgen nos mostró un gran mar de fuego, que parecía estar bajo tierra. Inmersos en aquel fuego vimos a los demonios y a las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que ondeaban en el incendio movidas por las llamas que salían de ellos mismos junto a nubes de humo, cayendo de todas partes –semejantes al caer de las centellas en los grandes incendios- sin peso ni equilibrio, entre los gritos y gemidos de dolor y desesperación que aterrorizaban y hacían temblar de miedo. Los demonios se distinguían por su forma horrible y repugnante de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros. Esta visión duró un momento. ¡Y gracias a nuestra buena Madre Celestial, que antes nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo! (en la primera aparición). Si no fuese por eso, creo que nos habríamos muerto del susto y del terror”.

En la segunda parte, la Virgen profetiza el fin del primer conflicto mundial, el estallido de una nueva guerra y la difusión del comunismo si el mundo no se convirtiera, pero también el remedio para salvar a la humanidad: la devoción a su Corazón Inmaculado.

Seguidamente alzamos los ojos hacia la Virgen que nos dijo con bondad y tristeza: ‘Habéis visto el Infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere instituir en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si hacen lo que yo diga, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. La guerra se va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da del hecho que se prepara para castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedir todo esto, he venido a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora de los primeros sábados. Si aceptan mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz, de lo contrario ésta difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre deberá sufrir mucho, diversas naciones serán aniquiladas; al final mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y se concederá al mundo un período de paz.’”

La tercera parte del mensaje es una visión misteriosa en la que el Papa, Obispos, religiosos y religiosas y simples laicos encuentran dramáticamente la muerte.

“Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más alto un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecían que iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el resplandor que emanaba Nuestra Señora de su mano derecha hacia él; el Ángel, indicando la tierra con la mano derecha, con voz fuerte dijo: ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! Y vimos en una luz inmensa que es Dios: “algo similar a como se ven las personas en un espejo cuando pasan por delante”, un Obispo vestido de blanco, “hemos tenido el presentimiento de que fuese el Santo Padre”. A varios otros Obispos, Sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña escarpada, en cuya cima había una gran Cruz de troncos toscos como si fuese un alcornoque con la corteza de corcho; el Santo Padre, antes de alcanzarlos, atravesó una gran ciudad hecha ruinas y, medio trémulo, con paso vacilante, afligido de dolor y de pena, rezaba por las almas de los cadáveres que encontraba en su camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz, es asesinado por un grupo de soldados que le dispararon varias veces con arma de fuego y flechas, y del mismo modo murieron, unos tras otros, los Obispos, Sacerdotes, religiosos y religiosas y varias personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posición social. Bajo los dos brazos de la Cruz estaban dos Ángeles, cada uno con una vasija de cristal en la mano, en las que recogían la sangre de los Mártires y con ella regaban las almas que se acercaban a Dios.”

Esta última parte, que la Santa Sede no haría pública hasta el 26 de junio de 2000, se esperaba fuera revelada en 1960. En los Estados Unidos, el Ejército Azul de Fátima había puesto en marcha una intensa campaña centrada en la inminente revelación del Tercer Secreto y existía una gran expectativa al respecto, tanto en la opinión pública como en los medios de comunicación.

El mundo atravesaba un momento histórico muy difícil. El anuncio de Juan XXIII de querer reunir a los Obispos del mundo en un Concilio había estado precedido, pocas semanas antes, por el ingreso de las tropas de Fidel Castro en La Habana. La Revolución cubana había confirmado la existencia de un plan de expansión mundial del imperialismo comunista. Menos de tres años después, en el contexto de la crisis internacional entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, desatada por la decisión del Kremlin de instalar sus misiles en Cuba, el mundo se encontraba al borde de una guerra nuclear. A quien profesaba un injustificado optimismo sobre el curso de los acontecimientos históricos, el mensaje de Fátima le recordaba la tragedia del momento y le indicaba el camino para enfrentarla.