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Homoherejía al poder
18 - 06 - 2018 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros

En el encuentro mundial de las familias que se llevará a cabo en Dublín en agosto, también tendrá la palabra el padre Martin y sus reivindicaciones lgbt. Una clara señal que da un vuelco al significado de estos encuentros que san Juan Pablo II quiso para, así, reafirmar el carácter único e insustituible de la familia natural, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. (Fuente: Infovaticana)

Obviamente, ha causado mucha curiosidad -y también polémica-, la noticia que el padre James Martin, jesuita americano defensor de los derechos LGBT en la Iglesia, será un relator oficial en el próximo Encuentro Mundial de las Familias, que tendrá lugar en Dublín del 21 al 26 de agosto. Martin, cuyo libro “Un ponte da costruire” acaba de ser traducido al italiano, hablará de la acogida de personas LGBT y de sus familiares en las parroquias.

Hemos escritos en diversas ocasiones sobre el padre Martin y sus ideas sobre la homosexualidad, muy distantes del Catecismo de la Iglesia católica, (hacer clic aquí, aquí y aquí), y su participación en el encuentro de Dublín manda un mensaje claro sobre la apertura a las parejas gays. Por otra parte, en Filadelfia, hace tres años, el entonces presidente del Pontificio Consejo para la Familia, monseñor Vincenzo Paglia, dijo que no se excluiría a ningún tipo de familia.

Pero en Dublín, bajo la guía del nuevo Dicasterio para Laicos, Familia y Vida dirigido por el cardenal Kevin Farrell, la voluntad ha sido, desde el inicio, ser más explícitos. Basta recordar que el pasado otoño, en la primera versión del material preparado para las catequesis, que incluía dibujos explícitos, las parejas homosexuales eran presentadas como una forma apropiada de familia. Tras las protestas que se levantaron, esas partes fueron excluidas de la versión definitiva; pero otro Martin, Diarmuid, el arzobispo de Dublín, afirmaba que de todas formas el Encuentro mundial seguiría siendo “un evento inclusivo, abierto a todas las familias”. Es como decir que también esas uniones entre personas del mismo sexo hay que considerarlas tales, aunque sea en sentido lato.

El caso Martin nos da la idea de cuánto ha cedido la Iglesia a la mentalidad del mundo. Basta retroceder 24 años, a ese 1994, año en que san Juan Pablo II convocó en Roma el primer Encuentro Mundial de las Familias. La ONU había proclamado ese año como el año internacional de la familia y también la Iglesia, en esa ocasión, quiso proclamar un año dedicado a este tema. El Papa era muy consciente que alrededor de la familia se jugaba el partido decisivo de la humanidad (había fundado hacía poco el Pontificio Consejo para la Familia y el Instituto de Estudios sobre Matrimonio y Familia), y deseaba que las familias cristianas tomaran conciencia de su propia identidad, del significado de la “comunión del hombre y de la mujer en el matrimonio” que genera la vida.

No sólo una defensa ante el ataque que el mundo estaba llevando a cabo contra la familia natural, sino una familia “en primer lugar en la obra de la nueva evangelización”. De ahí la iniciativa del Encuentro Mundial de las Familias, precedido por un congreso teológico-pastoral que debía ayudar a profundizar las razones y las dimensiones del matrimonio cristiano.

Un ulterior motivo que propició el encuentro del Papa con las familias ese mes de octubre de 1994 fue la realización, el mes anterior, de la Conferencia Internacional de la ONU sobre población y desarrollo en El Cairo, donde el ataque a la familia apareció con toda su virulencia.

La delegación de la Santa Sede había presentando batalla durante meses no sólo en relación al tema de la anticoncepción y el aborto, que los Estados Unidos (administración Clinton) y la Unión Europea querían imponer a todo el mundo, sino también en relación al concepto de familia: de hecho, se quería incluir a toda costa en el documento final el concepto de “familias” -negando el carácter unico de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer-, junto al reconocimiento de cinco géneros (prácticamente, la agenda LGBT). Al final, la Santa Sede, que había coligado a su alrededor a muchos gobiernos de América Latina y de países islámicos, consiguió rechazar el tema de los géneros en lugar del sexo masculino y femenino, y limitó los daños sobre el tema de la familia. Aunque era consciente que ese era sólo el inicio de una gran guerra: por este motivo, ese primer Encuentro Mundial de las Familias estuvo dominado por la necesidad de reafirmar el carácter único de la institución familiar natural, y de su insustituible papel social.

Veinticuatro años después constatamos que es precisamente un Encuentro Mundial de las Familias, organizado por la Iglesia, el que permite y fomenta ese concepto de “familias” (entendido como diversidad de uniones posibles) contra el que había luchado san Juan Pablo II. La Iglesia, hoy, abraza esa ideología difundida por las agencias de la ONU contra la que había combatido recientemente, y que los Encuentros Mundiales de las Familias debían contrarrestar. Ironía del destino es que quien acoge esta perversión de la intuición original es ese arzobispo de Dublín, monseñor Diarmuid Martin, que en El Cairo fue el combativo número 2 de la delegación vaticana.